jueves, 18 de junio de 2009

Formas de pedir...

Éste calor ingobernable cercena cualquier atisbo de buena intención. Pero en medio del desierto siempre encuentras algún oasis olvidado, les diré... Si por algo se conoce ésta ciudad es por dar cobijo a buscavidas que aparcan coches y pobres almas que acuden a la triquiñuela para llevarse un poco de pan y vino a la boca. Están desde los que camuflan enfermedades mentales hasta los que esconden un panorama vital siniestro por culpa de un alcoholismo mortal, desde los que no cuentan muchas primaveras hasta los adultos que parecen ancianos por tanto despropósito de vida, ennegrecidos de tanta calle y tanto mal comer.
Pero, como en todo, la dignidad habita si se quiere, y llevo semanas dando de bruces con el mejor ejemplo de los que conocen el antiguo oficio de pedir. Es una mujer, gitana, de buenas maneras y fina pose. Lleva consigo un ramo de rosas y unas cuantas ramitas de romero, impregnando de buen aroma el lugar donde entra. La mujer se acerca, educada, con amplia sonrisa, sin malos gestos ni exigencias, dominando la pausa y el decoro, mirando a los ojos, como los buenos. La primera vez que la tuve al lado hice el ademán típico, negando propina por nada, tan acostumbrado a enganchados de mala gaita que abusan de su condición callejera. Pero ésta vez era diferente. La observé, tras mi pudor, acercándose con idéntica naturalidad a la siguiente mesa. La misma sonrisa, sincera, distintas palabras, simpáticas, pero con hermoso timbre, medido. Fue cuando hice por llamarla y le solté lo que vale un café. Sus ojos brillaron, mis esquemas temblaron. Me cogió la mano, cerró los ojos, apreté mi corazón, quede quieto, quizás inquieto, y clausuró el mágico momento con un guiño dedicado y el deseo de una vida plena. Y vale la pena, desde luego que la vale, por un huérfano euro, comprender en un sólo segundo la diferencia entre pedir o exigir, entre mirar u observar. El darse cuenta de tanto prejuicio que convive con uno, de la suerte que tenemos por nacer en la cuna que nacimos. Compensa, sin duda, por un único euro, sentir la bondad de alguien que conoce la calle y cree posible el milagro del cambio a base de pequeños gestos altruistas. Y, para colmo, sin ser de los que nadan en supersticiones, ocurre que, desde que la gitana apretó mi puño, casualidad o no, todo sigue su curso, que no es poco, cayendo la balanza de mi lado cuando lo vengo necesitando... Formas de pedir, regalando, y todo por una estúpida moneda olvidada. Ya les digo si merece la pena….

4 comentarios:

Mariló dijo...

Estas cosas pasan algunas veces,lo que no ocurre casi nunca es que te lo cuenten así.
Un beso.

Anónimo dijo...

si de un momento para los demas insignificantes, eres capaz de sacarle tanto jugo, tienes que ser una persona muy feliz. o quizas muy infeliz :-).

Anónimo dijo...

es maravilloso las historias que escribes. no lo dejes nunca

Anónimo dijo...

bonita cronica de una historia cotidiana