jueves, 24 de diciembre de 2009

Una vela en mi mesa...

Rafael, dueño de silencios, parco en ademanes a la vez que experto en miradas. Manuela, paciencia y disciplina, cuidadosa de cada gesto para con los suyos. José, marinero enamorado de sus mares, inocente y amable. Remedios, inteligencia y desparpajo a la lumbre de lo justo para ir tirando. José, campesino, serenidad y trabajo camino de sus tierras… Se fueron como habitaron en vida, decentemente, abrazando cada palmo de existencia con una fuerza de otro mundo. Dedicaron al futuro la mejor de las obras que el ser humano pueda dejar en testamento, humildad para cada quehacer cotidiano, fortaleza para los momentos duros, y sonrisas cuando tocase. Hoy, en su honor, les recordamos con una vela en nuestra mesa, haciéndoles partícipes en nuestros corazones de la magia de otra Nochebuena que se escapa. Herederos orgullosos de su semilla, proclamamos sin temor a medianías un divino sentimiento de ternura, allá donde estén, pues creemos firmemente que son testigos, al menos esta noche, de nuestras carcajadas y villancicos, y eso nos reconforta…
Sólo quería, amigos y amigas, haceros un poquito partícipes de cómo se vive el día de hoy en mi casa. También deseaba, no es para menos, felicitaros de corazón la Navidad, esperando que le deis un sentido de verdad a estas fiestas, por el bien de vosotros, de los que están por llegar o, como yo en estas letras, de vuestros dignos antepasados…

martes, 22 de diciembre de 2009

Al menos se comerá el pavo...

Suelo desayunar con la radio de fondo mientras me hago el café. Hoy la noticia eran los cientos de personas que permanecen aislados en los aeropuertos por causa del temporal de frío y nieve. Las tormentas no dejan zarpar los barcos desde Melilla y Ceuta y los trenes restringen los trayectos a fin de evitar tragedias. Mientras, micrófono en mano, que para eso vivimos en bananalandia, una mujer de labios gruesos y cutis bañado en formol, a pie de muelle en Melilla, culpando del temporal y su puta madre a todo el que se le venía al antojo, gritando desesperada, como si alguien tuviera la culpa de la fuerte marejada de nuestras aguas. Hubiera pasado a otra cosa sin más olvidando la noticia al instante si no fuera porque me acordé, para dar en la boca a la señora, de unos cuantos valientes que embarcaron hace mucho en la loca aventura de dar la primera vuelta alrededor del mundo, capitaneados por Magallanes, ridiculizando en unas pocas líneas las supuestas adversidades de nuestro tiempo, éstas que aquí, Dios mediante, les relato...

Partían de Sevilla 5 naves, 234 hombres a bordo, un 8 de agosto de 1519, con la intención de encontrar un paso marítimo hacia los territorios de las Indias Orientales, buscando el camino del oeste que los haría volver a casa por el otro lado del globo, si es que éste era redondo, que no es que estuviera aún demasiado claro. Entre la tripulación, imaginen, la mayor chusma recogida de las calles de nuestra querida España, con poca o nula experiencia en lides náuticas, a huevos, que diría aquel. Los había duros y callados, del Norte, recios, pero también estaban los pícaros y graciosos del Sur, pues hay cosas que nunca cambian oiga, pero todos a una desde las primeras orillas de nuestras costas, no lo duden. A los 3 meses, tras tormentas de verano y vientos en contra, arriaron velas a la altura de lo que hoy es Río de Janeiro, sin grandes novedades en el frente, con la lucidez intacta y las provisiones cubiertas, dentro de lo que cabe. Pero el invierno se hacía duro, de a poco, y al tiempo que surcaban las aguas de Tierra de Fuego buscando el paso hacia el Pacífico, 3 naves, con sus respectivos capitanes y marinería, se sublevaron al almirante por el trato despectivo que recibían. De esta guisa salieron escaldados unos cuantos, perdiendo, ya antes de cruzar el estrecho americano, una de las naves, y volviendo tras sus pasos hacia España otra de ellas, con lo que quedaban 3 en medio de un vasto y desconocido océano de mareas claras y tranquilas, haciendo honor al sobrenombre de pacífico que allí mismo se le inventó.

Pero iba a empeorar la cosa, como de costumbre, y la mala suerte iba a hacer que no avistaran tierra firme en tres meses, con la moral baja y el estómago vacío, cuando no lleno de serrín o cuero reblandecido, sufriendo en mayoría la desgracia del escorbuto por el agua podrida que llevaban bebiendo hacía tiempo. La hambruna, al poco, ya era la norma, pagándose con monedas de oro el bocado de una simple rata, haciendo que los dientes de los que quedaban se escondieran y las enfermedades mortales y dolorosas estuvieran a la orden del día. Ya en Molucas, el 6 de marzo, nada más desembarcar, tenían mil doscientos indígenas esperando entre los arbustos con mala saña y peores intenciones, cayendo de aquellas el primero de a bordo, Magallanes, así como también su sucesor, Duarte de Barbosa, al que castigaron junto a 60 de sus hombres en un ataque sorpresa organizado por Cebú. El resto de la expedición, al mando de Elcano, cargó especias y quemaron la tercera de las naves, quedando en liza únicamente la Victoria y la Trinidad, aunque esta última navegaba con dificultad y decidió dar la vuelta hacia Panamá para su reparación. Por tanto, sólo una nave, y Juan Sebastian Elcano, natural de Guetaria, municipio vascuence cuna de navegantes, al mando de 18 valerosos hombres, con medio mundo por delante para llegar por fin a casa, hecho que por fin sucedió el 8 de setiembre de 1522, después de superar mil temporales y cientos de miserias propias de un viaje de este calibre que no les pasaré a contar ahora...

Una humilde placa recuerda a los que llegaron en la fachada del ayuntamiento de Sanlúcar, héroes olvidados que fueron elegidos por la historia para escribir, quizás, la mejor de las aventuras que jamás se ha relatado. En todos ellos y su honorable ejemplo pensé al ver desgañitada a esa mujer a pie de muelle, en el Puerto de Melilla. En ellos y en los que nunca llegaron a tocar de nuevo nuestra santa tierra. Por todo eso, permita usted, señora estridente de gruesos labios y cutis retocado, que me descojone en su cara en esta mañana fría, por muchas penas que me venda por un simple retraso en su ferry. Así que no me venga, por favor, a tocar hoy los huevos, que seguro que al final se termina comiendo el pavo con los suyos...

lunes, 21 de diciembre de 2009

Carlos y su mundo...

Te lo encuentras a menudo. Se llama Carlos, ronda los cincuenta, peina canas y perdió la sonrisa hace tiempo. Hizo Derecho en la Complutense de Madrid, dirigiendo después con destreza un bufete de abogados en Gran Vía que era la envidia del colectivo. Movía el culo en un Mercedes negro, vestía zapatos a la última y miraba la hora en un reloj de oro importado de Suiza, regalo de un cliente agradecido. Regía con señorío y disponía con esmero. Disfrutaba de una vida cómoda, con los niños estudiando en los mejores colegios y la esposa bien atendida. Los horarios no eran problema, la oficina marchaba bien y la cuenta corriente nunca pasaba frío, siendo raras las tensiones y menos aún las estrecheces de cualquier tipo. Pero un día todo cambió, de forma inesperada. Una tarde volvió a casa antes de lo previsto y advirtió la presencia de alguien conocido en su dormitorio, además de su esposa. Era su socio de negocios, vecino de la infancia y compañero de fatigas de facultad, confirmando lo inimaginable hasta entonces, traición y adulterio entre cuatro paredes, matando en vida un buen hombre. La mañana siguiente, aún con la mirada perdida y el corazón paralizado, recibía en mano la denuncia de un juzgado de lo penal que le informaba de un delito de daños, adjuntado fotos y partes médicos. Los ejecutores del atraco contra la lealtad, amigo y esposa, habían sido más rápidos, y, aprovechando la desazón y el desconcierto, idearon la manera de zafarse del embrollo, inventando declaraciones y falsos testimonios, jugando a todo o nada, y ganando. Era lo de menos para Carlos, ya no había consuelo posible. Lo perdió todo, casa, dinero, joyas, esposa, amigo, y hasta hijos, pues éstos fueron advertidos de la supuesta agresión y se posicionaron del lado de los malos, como pasa casi siempre, quedando destinado a vivir eternamente en la angustia de no tener nada, bajo la maldición de no ser amado por nadie…
-Y es que hay heridas que no cicatrizan-, me dice Don Rafael, el frutero, señalándome a Carlos en la otra acera, vagabundo de manta y cartón de vino, apostado semana sí semana no en los soportales de alguna vivienda hasta que es echado, acompañado de un noble chucho que parece conocer lo triste de su leyenda. Son pocos en el barrio los que conocen su pasado y muchos los que miran para otro sitio cuando reparte improperios en plena resaca, entre los que yo mismo me contaba hasta hace bien poco, desconfiado de sus gestos agresivos y desesperados hasta que supe de sus penas. Ahora sé, cada vez que paso a su lado, que tras esos ojos vacíos hay un zurrón de historias, buenas y malas, pero dignas de ser contadas, y para eso dispongo mi pluma, firme y brava, aunque solo sea porque me absuelva por todas las veces que pasé casi rozándole y le creí merecedor de soledad y misería. Aunque sólo sea, escuche, por devolverle la vida de nuevo a esos ojos que dicen ahora, para mí, tanto…

jueves, 17 de diciembre de 2009

Peripecias de fraile...

El libro de mi amigo Juan está dando para mucho. Entre batidas contra ácaros me ando ensimismado estos días, devorando capítulos que no tienen desperdicio. El que les relato es digno de ser contado, estén atentos. Corría el año 1520, en época de viajes al Nuevo Mundo en busca de colonizar a los indígenas a la vez que llenaban los bolsillos de piritas de digna pureza. En cada nao, por aquello de ambas cosas, zarpaban a bordo un par de curas o frailes con objeto de repartir bendiciones por doquier y llevar la palabra inquisitoria más allá de nuestras fronteras. Curioso, pues no era raro que por los lares de las Américas, los mismos que vestían sotana y alzacuellos pillaran una de esas fiebres venéreas que les hacían palidecer la picha, pero ese no es el caso. Al fin y al cabo, imaginen el cotarro, pongamos que Fray Perico, sin borrico, y Fray Felpudo, naturales de Sigüenza y residentes en el monasterio de la Rábida, son elegidos, junto con 10 marineros, 4 tripulantes y 6 pasajeros, a partir desde Sevilla hacia tierras colombianas. En esas que, a pocas millas de la costa, se les echa encima un bergantín berberisco, haciendo señales para arriar velas. El patrón se dispone a acatar banderas, ideando un acuerdo rápido con los rebeldes para poder seguir el rumbo, a salvo, pero claro, los curas no las tenían todas consigo, y es que para un moro, y no es de ahora, un cura mola, pero mola más colgado boca abajo, con o sin cabeza. Eso o recluiditos en alguna mala mazmorra de Fez, rodeado de ratoncitos y delincuentes. Y claro, allí decidieron rápido, pillarse los estiletes más a mano, ocultar tripulación y pasaje y vestirse de guerreros, los dos solos, rezando lo que sabían minutos previos al desembarco. El acojone, imaginarán, total y absoluto.
Y los moracos cada vez más cerquita, relamiéndose con el botín, hasta que quedan flipados divisando por proa dos sacerdotes en oración, dándose golpes en el pecho y con la mirada perdida. Y en esas, cuando andan los navíos a golpe de saltito y los moriscos se plantean el abordaje, los dos hijos de la patria, de la nuestra, saltan al bergantín vueltos loco y blandiendo espadas en los pechos de los enemigos, poseídos cual Santa Teresa, pero con la mala leche de Torquemada y los 40 ladrones, llevándose por delante la intemerata de pieles negrucias, y los que quedan entonando las de Villadiego por popa, chapoteando sin mirar atrás, como buenos caguetas extranjeros…
Relata la crónica de la época que los dos solitos dieron matarile al menos doce infieles, y todo ante la atenta mirada del patrón, que ya a estas alturas estaría muerto de la risa con el espectáculo. Arribaron como pudieron en las costas portuguesas, desembarcaron lo que quedaba vivo y prosiguieron su camino hacia las tierras del Nuevo Mundo, como si nada, con otra historia en el zurrón para contarle a los colegas. Curas como Dios manda, nunca mejor dicho, y es que uno piensa, y no es en balde, que si, en vez de contar lo mismo de siempre en misa, los amigos sacerdotes nos relataran estas peripecias de otro tiempo, sabría de uno que acudiría el primero a la cita cada domingo, puntual, desde luego, y hasta pasaría el cepillo si se me pidiera. Sin pensarlo, vaya, aunque solo fuera por honrar la memoria de aquellos dos valientes y su digna historia...

martes, 15 de diciembre de 2009

Minucias de suegra

Entraba en la cafetería embutido de abrigos y bufandas cuando, al tiempo de despojarme de mis atuendos, una mano robusta y curtida me agarraba del brazo a modo de saludo. La reconocí al instante, se trataba de Juan, retratista y aventurero, como él mismo se define, caballero de capa clásica y noble gesto, capaz de descubrirme a mí mismo la primera sonrisa de la mañana. No hace mucho que le conozco, pero ya advierto en cuestión de segundos si trae entre manos algún asunto interesante o algún chascarrillo gracioso. Y así fue esta vez. Bajo el brazo portaba un libro antiguo, con las tapas gruesas y las hojas amarillas, como desempolvado de repente tras lustros sin ser abierto. ¡Al fin lo conseguí!, fue lo primero que dijo sin saludarme siquiera. No recordaba a qué se refería, quedé pensativo, hice acopio del último sorbo de café y por fin caí en la cuenta. Hace tiempo me habló sobre un libro viejo que versaba sobre documentos de la España de las Américas, en el que se relataba con lujo de detalle testamentos, cartas y quehaceres de personajes de la época. Los sostenía entre sus dedos mimando cada movimiento, reflejo de lo que le costaría al hombre hacerse de un ejemplar en el universo de papeles que es el Archivo de Indias de nuestra ciudad, tesoro no siempre ponderado como debiera merecer, pero ya sabemos como funciona el cotarro en éste, nuestro circo...
Tuve el honor de ojearlo un momento, al tiempo que el polvo se incrustaba en mi hocico y los ácaros hacían el resto para hacer brotar estornudos y ojos llorosos. Mas aún, entre lágrimas sin tristeza, pude leer un curioso pasaje. Corría el año mil quinientos ventipico, cuando España era Imperio allén de los mares y Carlos V regía las tierras lejanas con pulcritud y destreza. Juan Sebastián Elcano, capitán de la nao Victoria, yacía en su camastro esperando la extrema unción, al tiempo que dictaba, no sin esfuerzo, un extenso testamento a golpe de ducados y maravedíes. En una de sus prebendas, la que les relato literal, el marino ordenaba lo siguiente...- Mando a dicha mi señora pueda disponer hasta cantidad de cient ducados de mis bienes en cosas que fueren su voluntad della é no obligada á dar cuenta dellos á mi heredero, é ruego é pido que como buena señora mire por sus ducados de las garras de su santa madre-.
Dio para muchas risas la frase del héroe en nuestra tertulia matutina, y es que Juan siempre anda a la gresca con la suegra, cansado de tener que intuir críticas furtivas por permanecer mucho tiempo fuera del hogar, por más que el pan de su casa y sus polluelos dependa de esos largos viajes.
Y es que hay cosas que no cambian, dirán, por muchas vueltas al mundo que de uno y por muchos siglos que pasen de largo. Las mismas batallas y los mismos deseos para las suegras, por mucho castellano antiguo y testamento loable que nos echemos a la cara. Que para un último papel que uno escribe,pensaría el marino, no se iba a andar con miramientos y medianías, harto, a buen seguro, de escucharse zumbidos en los oídos allá por los Mares del Sur, las Antillas holandesas o donde Cristo perdió la chamarreta, y todo, por abandonar el hogar y la esposa para salir en los libros de historia inmortalizado como héroe y descubrir nuevos y ricos mundos para la Patria, ya ven, minucias para una santa suegra...

lunes, 14 de diciembre de 2009

Ganarán los malos...

De antemano, que me perdonen algunas madres, y, si están a tiempo, pasen a otra cosa, no vaya a ser que les suene la historia y los despropósitos que aquí narro de cuando en cuando, pero es que para eso tengo estas letras, para desahogarme y soltar puños a la nada, al menos hoy, cruel domingo. Y es que los domingos por la tarde huelen a tristeza. Poco a poco las calles se van despoblando y el frío recorre las aceras, llevándose consigo las carcajadas y tenderetes del fin de semana. Pronto el silencio manda y la oscuridad cubre el cielo, hasta un nuevo Lunes, quizás indigno, pero a buen seguro lastimoso por volver a ver los mismos rostros de siempre de primera hora. Pero puede ser peor, y si no, oigan la cantinela del que, cargadito de zumos y galletas, acude a su coche para emprender camino de vuelta y llorar en silencio por otra tregua vacacional que se escapa. Y es que puede ocurrir que llegues a tu carro, bien aparcado, y te lo encuentres con el retrovisor hecho trizas, vilmente mutilado por algún indeseable que pagó sus penas y desgracias con dicho artefacto. Manda tragaderas…
A duras penas intentas recomponer los cachos, tragas saliva, mentas a la madre que lo parió, y haces de tripas corazón para darle a las marchas y llegar cuanto antes a casa. Y se le queda a uno la cara de tonto, harto de pagaderos y de dar los buenos días, hasta el leño de ceder el sitio y poner buena cara al vecino. Para luego lo mismo de siempre, que llegue un soplagaitas de cuarta y se lleve de un golpe cualquier cosa tuya que pille por medio. Tú, que no te has movido de casa en todo el fin de semana para no hacer gasto, tú que haces por respetar al prójimo, cansado de poner mejillas y recibir garrotazos…
Por todo eso y mucho más, no lo duden, ganarán los malos. Y con malos no me refiero a grandes genocidas ni dictadores de mala sangre. No, los malos los tiene usted puerta con puerta, disfrazados de ciudadanos normales, pero siempre dispuestos al pisoteo, a colarse en las filas y gritar a los niños que juegan inocentemente a la pelota. Así los puede usted identificar, fácil, el que adelanta cuando no debe, el que no saluda en el descansillo. Ahí le tienen al jodido, por mucho que parezcan inofensivos y débiles, pero no, hacen daño, os los aseguro. Los que desprecian a su propia ciudad, los que venden a su hermano por una herencia o recurren al enchufe para librarse de lo que sea. Esos son los peligrosos de verdad, los malos, permítanme, los que nos hacen la vida un poco menos agradable, teniendo que entrar en casa con la leche agria y las ganas de reir a cero patatero. Echen un vistazo a su alrededor, estoy seguro que entienden de lo que hablo, los reconocerán rápido, al menos aún, hasta que encuentre al malnacido que rompió mi retrovisor, Dios mediante, pues a ese cuando lo pille no lo va a reconocer ni su putísima madre, por muy santa y muy buena que sea la señora. Porque ganarán los malos, señores, pero igual podemos hacer que alguno que otro llegué trasquiladito el Lunes al trabajo, ese consuelo me queda...

jueves, 10 de diciembre de 2009

Familia de alquimistas...

En otro tiempo, lustros de caballeros y brujería, habitaban en el anonimato personajes cercanos a la santería, científicos de espátula y pociones mágicas que suspiraban por convertir cualquier mezcla extraña en oro. Eran los llamados alquimistas, almas obsesionadas con probetas y sustancias a la luz de un ventanuco, testigo de un mismo número de ilusiones como de decepciones. Urdían planes quiméricos imaginando eurekas y albricias, pero terminaban entonando el pobre de mí antes de lo que canta un gallo, enloqueciendo en madrugadas frías por sueños imposibles. Jamás ninguno consiguió su objetivo, al menos que sepamos, pero hoy valoramos en forma de letra su paciencia y esmero, como todas las cosas que merecen la pena, con su honorable reconocimiento, por mucho que llegue a destiempo y con tinta desteñida.
Tuvieron que pasar los años y las épocas, los alquimistas se olvidaron y los libros los proclamó poetas de otro tiempo, ensimismados en vagas vacilaciones y anhelos de soñadores incomprendidos, perdurando su ejemplo hecho aventura, marchando en silencio, en santa compaña…
Pero si tiene usted suerte, si los astros le son favorables y el destino lo permite, igual se encuentra aún con alguno, despistado, inconscientes de lo que son pero dignos que lo que creen andar haciendo. Yo he tenido la dicha de conocer unos cuantos, genios que, sin quererlo, han conseguido hacer oro de la nada, o desde muy poco, terminando por moldear figuras exquisitas, como el mejor de los acabados de un buen artista. El resultado, superlativo, arte y genio unidos para regalar al universo mordiscos divinos, caricias en forma de notas musicales para facer magia en tus oídos. Y hoy se me ocurre uno, al menos, mientras me deleito con su obra y una copa de vino, ambos indicados para paladares finos y sensibilidades a flor de piel...
Se trata de Víctor, sobrino de mi amigo Tomás, compositor de obras excelsas desde bien enano, creador de música y lágrimas, pues su arte no deja indiferente, a pesar de todo, de su bella locura, de su paso distraído, de su caminar desairado. Nieto de una guerrera, Isabel, de la que un día haré semblanza. Hijo de la penumbra....
Por eso digo, debe ser alquimia, lo de esos padres, humildes trabajadores, buenas personas en medio de un mundo que aprieta y muchas veces ahoga, pero fieles a sus verdades, midiendo cada palmo para no salirse del tiesto y poder seguir teniendo oportunidades. Son alquimistas, desde luego, de los de antes, porque no hay mejor obra, sin duda, que la que nace de seres con una mano delante y otra detrás, pero con los puños llenos de dignidad, humildad, y unas cuantas gotas de maestría. Dios les conserve en eternidades por el bien de todos nosotros, sus vecinos, mas hasta entonces, será un honor para mí que acepten mi respeto y mi admiración, además de unas pocas palabras hermosas ...

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Permiso para arriarles...

No sé si han oído hablar este magnífico puente sobre la cumbre en Copenhagen en supuesto favor del Medioambiente, donde se han expuesto datos reveladores sobre la situación crítica del planeta. Datos que alimentan la hipótesis de la inminente catástrofe si no nos andamos con ojo. Para aportar soluciones reales se han reunido los principales líderes internacionales, salvadores in-expresum del cotarro. Por si no tenía usted poco con saber en qué contenedor echar los papeles y cartones, por mucho que alimente su coche de la bio-gasofa más cara, aquí nos traen nuevas recomendaciones para el ciudadano de a pie, para que, además de hacernos sentir culpables si tiramos lo orgánico en la bolsa inadecuada, nos creamos que hay unos cuantos políticos velando por la tierra que ocupamos.
Gente, no se engañen, que no les vendan la moto, cambien si pueden de canal y enchufen el teletienda o saquen al perro a echar la papilla, pero no queden postrados ante la caja tonta entonando el ¡Oh, mis héroes!, que es eso lo que precisamente quieren y buscan.
Claro, que no les cuentan las verdades, y si uno anda algo cansado como para darle al coco, es posible que no caiga en la cuenta, pues ya es bastante con madrugar y cumplir, que es mucho. Hasta que usted piense un instante y se lamente con el flagrante desagravio que le andan vendiendo. Los mismos que allí debaten sobre la crisis medioambiental son los que viajan en jets privados, 120 en total para este circo en concreto. Son los mismos que encargan limusinas para pasear el culo desde el mullidito sillón de su escaño al restaurante más lujoso para dar buena cuenta de la mejor mariscada que probó en años, pescadito fresco proveniente de algún caladero de altura en Morolandia, a base de sobornos y miradas para otro lado. Además, si aprieta el pelete, las señoras primeras damas formarán en corrillo para gritar al unísono contra la caza furtiva o la tala indiscriminada de árboles, todo eso mientras se echan a los hombros ese bisón de diseño tejido por manos esclavas en algún lugar de China. Todo para después recordarle a su maridito lo buenos que son para con el mundo y lo mucho que les necesitamos, discurso solamente interrumpido para darle el mordisco al paté de orca siberiana en extinción sobre la alfombra de leopardo que queda tan mona a juego con la madera de caoba. Y nosotros aplaudiendo, por supuesto, hasta que abramos bien los ojos, si es que nos dejan, y alcemos nuestra voz contra el ninguneo y la indiferencia, con las pocas armas que tengamos. Hasta entonces, eso es lo que nos queda amigos.
Eso o dar ejemplo, si al menos por alcalde de nuestro pueblo o ciudad, si por Presidente de nuestra comunidad o Asociación de Vecinos, pusiéramos un personaje que cerrara campos de golf en zonas de sequía y echara abajo hoteles en primera línea de playa hechos para el disfrute ajeno. Un tío capaz de empezar desde cero, con la Justicia como valor innegociable y el honor por bandera, empezando por no meter la mano en bolsillos que cada vez alumbran menos esperanza. Es lo único que nos puede salvar, buscarlos buenos y darles nuestro voto, eso o anchar aún más nuestras tragaderas, y presenciar impasibles como los cuatro de turno nos llevan al garete el planeta que habitamos. Decida usted por sus nietos, porque les aseguro que el mundo que conocemos no tiene futuro si la historia no cambia, así que espabile sus entendederas y desenvaine el sable contra esta gentuza, por el bien de todos, pues si lo hace, tendrá usted mi permiso para tirar el papel en el contenedor que le salga de los huevos, eso y mi reconocimiento en forma de letras, si no mi aliento para dar dos guantazos a estos payasos que llegan ahora de Copenhagen, hartos de mollate y con el alma sucia de falsas promesas...

jueves, 3 de diciembre de 2009

Se nos van los buenos...

Jubilado. Fue la palabra exacta que utilizó hace unos días en un correo un amigo de la infancia al que respondí con torpeza al cabo de los días. Se refería a Don Rogelio, profesor de mis primeros años pubertinos, chapado a la antigua en las formas, con la misma camisa insípida y su tabaco en el bolsillo de la misma. Era raro verle sentado, como mucho apoyaba las muñecas en la mesa para anotar a la altura de nuestro nombre algún positivo o negativo según fuera la copla. Tenía nuestro respeto, era de esos tipos que miran de frente y sonríen lo justo, implacable, para lo bueno y para lo malo. Recuerdo el cuaderno por el que se regía para darnos la vara, uno de esos portafolios de aspecto amarillento, con las tapas gastadas y llenito de tachones, dando buena cuenta de un trabajo hecho a conciencia a lo largo de los años. Era otra época, me dirán. Sí, una época en la que los niños no amenazaban a los maestros y los padres no permanecían indiferentes. En aquel tiempo las travesuras eran inocentes, no se grababan vejaciones ni se insultaba con tanta facilidad y destreza, a no ser que quisieras irte a la cama calentito. Don Rogelio era de esos pocos profesores que no iban a la escuela a cumplir sus horas y a otra cosa mariposa, era esclavo de su vocación y dueño de sus explicaciones. Se desgañitaba haciendo figuras en la pizarra y garabatos imposibles, todo para que entendiéramos cualquier cosa, por nimia que fuera. Y exigía, vaya si exigía, todas las mañanas a primera hora nos hacía levantar de la silla, uno por uno, para preguntarnos por textos de días anteriores, una verdadera evaluación continua, todo un reto para la educación de hoy día…
Me acordé de él esta misma mañana, al leer por encima el informe Pisa, que deja a los niños españoles como lo peorcito de Europa en conocimientos y educación. Don Rogelio nunca supo lo que era un informe Pisa ni una Evaluación Comunitaria, distaba mucho de conocer la estructura presupuestaria del Ministerio de Educación ni los secretos de la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía. Odiaba los tecnicismos y el papeleo, pero les puedo asegurar que aprendí más de ese hombre de lo que poca gente, y no sólo de raíces cuadradas y divisiones con llevadas, también me mostró el camino, a mí y a todos los demás, para hacernos hombres y mujeres de provecho, auténticos y respetables. Es por eso que me suenan a pamplina tantos informes y convenios, tanto estudio de campo y palabrería barata, cuando el problema de la Educación se arreglaría fácil, pienso, con muchos Don Rogelios, traduzco, profesores vocacionales, sin arrugas mentales ni temores de película, con los pies en la tierra y su misma mirada digna, sin bajarla jamás ante las pretensiones de cuatro niñatos enfermos. Pero ya ven, en vez de llegar, se van jubilando, y nos van dejando el aroma de su recuerdo, eso y su imponente ejemplo, grabado a fuego en los que alguna vez le sufrimos. Por todo eso, fui torpe al responder al correo de mi compañero, ya ven, con un simple y descuidado “se nos van los buenos, amigo, se nos van los buenos…”