miércoles, 30 de marzo de 2011

Cruces en el suelo...


Si algo me gusta de vivir donde vivo es poder recorrer anónimo y sin prisas rincones de esta ciudad que, en otro tiempo, fueron escenarios de ilustres leyendas que ya pocos cuentan. Y es hoy cuando les traigo la primera de muchas que les iré relatando en las próximas semanas, intentando escapar, aunque me cueste, de poner a caldo a más de uno y de una. Pero es que con los años uno se da cuenta que de poco vale echarse al monte con las escopetas si los fantasmas que persigues solo salen de noche a esconderse entre zarzales.
Corrían los tiempos de Guzmán el Bueno, cuando por Sevilla se ejecutaba en plena calle ante los desacatos sobre la autoridad por menos de nada, allá por el siglo XIV. Imaginen el fangal de la Alameda, antigua Laguna de Cañavería, por aquellas. Allí, al final, cerca de lo que es hoy calle Pedro Niño, se instalaba una de las hogueras de la villa donde se quemaban vivos a los supuestos malhechores. 

Esa tarde no cabía un alfiler. Se ajusticiaba por sospechosa de adulterio a Doña Urraca Ossorio, conocida en la ciudad por ser cabecilla de las revueltas contra Pedro I, gobernador de la ciudad. Doña Urraca era mujer de postín, según rezaban los libros. De esas mujeres con carácter y poderío que alientan a cualquiera. Tenía a su cargo a varias mozas que le ayudaban en los menesteres, y entre ellas Leonor Dávalos, protegida de la patrona y sobre la que hoy se centra nuestra historia. 

Ocurrió que, cuando dispusieron a Doña Urraca ya en la hoguera y la encendieron para que prendiera, los humos de la pipa le hicieron levantar la falda, quedando con la vergüenzas al aire ante los ojos del pueblo congregado. Y, habiendo expirado la mujer, saltó de entre la muchedumbre Doña Leonor Dávalos, su joven protegida, para bajar la falda de su señora, por la deshonra que en la época suponía ese hecho. Doña Leonor, en silencio, fue también presa de las llamas y murió junto a su dueña en un gesto tan temerario y estúpido como de indiscutible lealtad y gratitud. Sus cenizas fueron enterradas en el mismo sepulcro que las de Doña Urraca, en uno de los laterales del monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce. En el lugar de la ejecución permanece aún una cruz tallada en el suelo, donde antiguamente se posaba una gran tinaja de vino de algún tendero de la zona. Es por eso que hoy la calle lleva el nombre de Cruz de la Tinaja, por si quieren echar un vistazo y apagar la curiosidad.

Lo que queda es la leyenda y su recuerdo en algún volumen antiguo de la ciudad. Lo que se ha olvidado es el ejemplo de un alma cándida que dio la vida por hacer honorable la semblanza de su señora, a quien solo le debía honestidad hasta antes de la muerte, no más allá, como así terminó siendo… 

No me ha dejado indiferente ni debe dejarnos la historia, pues nos llenamos la boca a menudo pensando que habitamos un presente que parece más decente que ningún otro momento, pero que a poco deja entrever las miserias al volver la esquina, nunca mejor dicho, justo ahí mismo. Y para eso ha quedado la cruz en el suelo de Tinajas amigos, para que el transcurrir  de los siglos permita que cualquiera pase por encima y pise lo poco de digno que nos queda, la memoria bella de otro tiempo en el que podían convivir el honor y la ternura en un mismo gesto, en extinción  en esta época sin remedio que andamos malviviendo, por desgracia, y lo que nos queda…

miércoles, 23 de marzo de 2011

A pesar de unos cuantos....


No puedo jurar demasiado, pero sí les quiero relatar algo sobre ellos. Los he visto levantar aún de noche, con los cristales empañados y el orgullo encogido. Los he visto vender su alma por un simple trozo de tierra y un sitio donde caerse muerto. Me han hablado de la dignidad como un recuerdo con cuatro limosnas en los bolsillos. Me han contado mil infancias de cariño y expectativas que quedaron en nada. Han luchado contra los momentos y las habladurías, guardando silencio ante los innobles que buscan el desahogo. Han sabido vencer a la pereza a la que les lleva un mundo falto de oportunidades y de poesía. Les tengo por guerreros de nuestro tiempo, héroes que no gastan acuarelas de artistas ni versos de poetas, pero que permanecen a pesar de todo, ávidos de un segundo diferente, de la ilusión de una mañana distinta. No conocen la abundancia más que de oídas, ni siquiera ya la pretenden. Han negado los instintos mirando para otro lado, con fe interminable en la constancia y en el esfuerzo, porque así se le ha dicho... 

La gente de mi generación, de la que os hablo, no sabe de empuñar fusiles ni de guerras entre hermanos, pero sabe que las banderas blancas no se inventaron para ondearlas sino para usarlas de mantel entre iguales. No conocemos Españas oscuras ni transiciones, ni hace falta, porque la oscuridad habita desde hace mucho en nuestros sueños, y no queda libertad ni fuerza para alcanzarlos. Los mayores nos dibujan sin honores, pero aceptamos sin violencia las imposiciones, las leyes de mentira que benefician a los cuatro de siempre.  Nos limitamos a confiar en democracias infames heredadas, jugando a perdedor en cada movimiento, como el batiente que enfila la espada a sabiendas de la segura derrota, por si no hubiera honor suficiente en ese gesto…

Y además vienen a culparnos. De vivir la vida donde ellos la negaron, de beber entre amigos cuando ellos así lo hubieran querido, de gastar las horas ante la pantalla y sonreir demasiado. No les gusta que conozcamos lugares, que abracemos el presente, que gritemos de madrugada canciones entre risas y chistes con gracia. Solo entienden de caminos largos y la vista al frente, sin concesiones ni días libres,  con el como Dios manda eterno en la boca, sin saber que igual Dios tenía otro plan para nosotros y ahora viene a cumplirse…

Hoy quería contestar con pocas letras, quizás siendo poco, a esos mismos de siempre que se apoyan en la barra de un bar cualquiera, entre copas y orgullo patrio, a ensuciar lo que queda de limpio de una generación, la mía, que ya no sabe como aguantarse y seguir tirando, a pesar unos cuantos de los nuestros, no me cabe duda, que merecen el chascarillo fácil de esos borrachos cualesquiera, pero son los menos, tengan por seguro, y eso sí que puedo jurarlo...

jueves, 17 de marzo de 2011

Sólo dime cómo puedo...


Y es que lo intento pero me es imposible. Dar media vuelta en la senda y seguir la vuestra, soltar el pincel y tomar la pluma. No soy capaz de desandar los pasos y girar la vista al abismo. No tengo fuerzas para un nuevo amanecer en el infierno, sí en mi cielo. No quiero llagas en el corazón, sí en mi cuerpo. No quiero mundos de mentira ni fichar en la salida, no quiero la hora del café, ni guardar cola en la panadería. Yo quiero levantarme el primero y acostarme el último, con mis piedras, con mis versos, con el viento de fondo y una manta por encima. Necesito no necesitar nada, gritar y escuchar el eco, poder decir todo, aunque nadie escuche. No necesito callar tanto y tapar la boca, no necesito quererlo todo y parecer triste. Que se quiten los hábiles, que huyan los héroes, los bien hablados y los graciosos. Que se pongan los sencillos, los humildes, los que juegan a nobleza conjugando honor y sonrisas. Prefiero arrepentirme y ser descuidado, matar que morir herido, romper que tener estilo. No quiero rimas que dicen poco, letras que desaparecen. Prefiero fuerza en los silencios, una coma a destiempo que signifique, un lamento a ver pasar el tiempo. Prefiero gotas de agua auténticas que océanos educados, que me cuentes a quien has amado, no lo que has sido ni andas siendo. Codicio lo tierno de lo humano, quedarnos sin habernos ido, ser justos con el de al lado, invencibles, temerarios, insolentes con el destino. Aspiro a irme sin dejar nada, respirar los segundos sin contar los días, juntar los años con los siglos. Elijo ser remero con viento en contra que almirante de orillas y vacíos. Elijo ser el último y ser vencido, morar la vergüenza a no llegar nunca, a quedar en el camino y gestar la derrota. Espero al atrevido y al inquieto, al desalmado que le dicen ser vano, al tullido de amores, al cansado de haber sentido, al colmado, al acorralado, al suspiro del mendigo, al aliento del arruinado. Espero en mi puerta las brujas de los cuentos, los lobos feroces y los coyotes que se esconden. No me traigan historias de cenicienta, princesas hasta las doce ni la magia de Aladino. Yo prefiero una noche con los ladrones trovando de madrugada, beber los momentos con los malos a parecer bueno yaciendo malvado. Prefiero jurar intentos al talento, dar mil saltos a tocar el cielo. Yo sólo quiero ser yo y encontrarme, ser Mayo y reencontrarte, cerrar los ojos y relatar de cero. Sólo dime, digno río, sólo dime cómo puedo…

lunes, 14 de marzo de 2011

Saldar deudas...


Uno guarda en el arcón de la memoria los pequeños misterios que hacen un sueño posible, como temeroso de desvelarlo al mundo por creer que se nos ha dado en secreto y se les debe clausura. Pero decidí hace poco que el mejor homenaje a los azares del destino en esos mágicos días de Mayo eran unas pequeñas líneas que dieran buena cuenta de lo que acaeció en aquellos caminos olvidados. Y es por ello que les relaté la semana pasada la historia de aquel ángel ciego en Rus que vino a guiarme en la senda y darle alas a mi aventura.

Y recordando, vuelve a mi cabeza la vereda hasta Montoro, primer pueblo de Córdoba que tenía que pisar si las fuerzas seguían conmigo esa calurosa mañana de Mayo. Pero mis piernas castigadas no respondían del todo aquella jornada, y,  para colmo, no estaba claro el camino a seguir, con la fatiga que conlleva saberse perdido a pleno mediodía sin un espectro en kilómetros a la redonda. Cruzaba por donde podía, intentando no perder el río de vista en ningún momento, convencido que, en algún instante, tendría que dar con las puertas de Montoro si lograba no alejarme demasiado. Más de una vez me dejé llevar por la intuición y me perdí, y  por eso, cuando ya el mapa no me decía nada, me agarraba fuerte a la orilla del río con todas las consecuencias, pero esta vez no iba a ser para bien...

Y es que ese día todo parecía ir en contra, y, cuando más cansado estaba, un enorme bloque de matorrales me impedía continuar al borde del vasto arroyo, teniéndome que desviar para verme con el agua justa en medio de una campiña de olivos donde no divisaba más que cerros y altozanos allá donde mirara. El mapa para entonces era inservible. Ni un labriego que me indicara y un silencio tiznado de sigilo a mi alrededor que asustaba al más valiente. Tras una hora vagando, arribé a una antigua fuente de piedra, pudiendo al menos remojarme la cabellera y sentarme unos minutos a la sombra para sopesar si volver sobre mis pasos  y dilapidar horas de caminata, con lo que aquello hubiera supuesto. Allí me encontraba, en medio de una maraña de caminos que se perdían en el horizonte y con las llagas de mi cuerpo pidiendo un respiro necesario...

Pero la naturaleza jamás permanece impasible, pueden creerme. Con el brillo  del nuevo día casi cegando mis ojos claros, tuve a bien alzar la mirada y pude fijarme a lo lejos en una especie de animal que parecía acercarse hasta mi posición a un ritmo escabroso. Aguardé temeroso, al haber oído tantas historias de lobos por la zona y perros salvajes que asaltaban a camperos en plena campiña. Mis pulsaciones se embotaron, agarré fuerte un trozo de madera preparado para lo peor, con el miedo en los huesos. No podía consentirme una simple herida por esos lares. Sin embargo, lo que parecía ser un galgo viejo, se acercó cariñoso a la fuente. Permitiendo la caricia, tomó dos sorbos de agua, vigilando siempre la retaguardia, y clavó sus enormes ojos en los míos, sereno, quedando allí los dos, quizás preguntándonos lo mismo en la intimidad. Soltó dos ladridos, recuerdo, y comenzó de nuevo su andadura por uno de los pedregales que empezaba en aquella fuente. En un principio seguí sentado, extrañado por la aparición de aquel chucho en medio de la nada, pero al poco se paró en seco y giró su vista hacia mí, y una sensación de esperanza me invadió al pensar que aquel can tendría que ir a algún sitio y ese sitio podía ser alguna cuadra de Montoro, aunque deseché la idea por inverosímil y desternillante.

 Aún así, le seguí unos metros, esperando que en una de esas diera una arrancada con sus patas largas y lo terminara perdiendo de vista. Pero nada más lejos, cada diez pasos miraba de nuevo hacia atrás, como cerciorándose de que lo seguía, y así durante al menos una hora. Y llegamos a una enorme cuesta, donde el perro esperaba en lo más alto. Una loma con el cielo de fondo y la certeza en mi cabeza de haber perdido ya varias horas de senda. Aún no había llegado al final de la cuesta cuando el chucho  echó a correr tras la colina, y terminé por aceptar que, allí arriba, cuando llegase, pediría ayuda si seguía sin encontrar señales que dieran luz a mis propósitos. 

Pero volvió a ocurrir el milagro. Cuando estaba en lo más alto del altozano, a pocos kilómetros ante mí  aparecía Montoro, majestuosa, y el río cruzándolo en estampa verdaderamente idílica. No me importa reconocer que allí quedé paralizado, ensayando dos sollozos en silencio ante tal retrato. Estaba a dos fanegas de mi destino gracias a aquel perro, pero para cuando aparté la mirada ya no pude divisarlo entre tanto arbusto y árboles de copa frondosa. Había terminado su cometido, porque así se lo propuso cuando me encontró, estoy seguro. Llegué al pueblo bañado en lágrimas, casi al trote, con más fuerza de lo que puedan imaginar, con el alma encogida, ensimismado al creer en la magia de un camino lleno de fantasmas que velaban por una maravillosa aventura digna de ser contada a través de los tiempos, sintiendo más que nunca que el mismísimo cielo de los animales me enviaba un emisario que gobernara mis pasos para portar el mensaje de esos seres que dan media vida a cambio de una simple caricia y una mirada sincera. Y vengo hoy a saldar mi deuda con ellos, con ellos y ese galgo anónimo al que le debo mil sonrisas y medio Sanlúcar…

viernes, 11 de marzo de 2011

Aunque sólo dure lo que dure.....


                                   ...hoy le toca a mi hermana contarnos algo...



El Amor, ¿qué es el amor?. Una definición científica podría ser: "Un sentimiento relacionado con el afecto y el apego, y resultante y productor de una serie de emociones, experiencias y actitudes".  Sin embargo, en ocasiones el Amor puede ser un sentimiento relacionado con todo lo contrario, relacionado con el dolor, la angustia, la desesperanza, la rabia, el odio, la desolación... Cuando te enamoras el mundo que se cierne sobre ti parece ser perfecto, todo adquiere un matiz especial, diferente. El corazón te late con más fuerza, la alegría brilla en tus ojos y pareces volar... 


No existe un sentimiento igual ni comparable cuando te sientes enamorada y correspondida, todo es nuevo y cada sensación es única e irrepetible. Cuando amamos somos mejores personas y no quieres ni por un solo momento tener que despertar de ese sueño, porque toda esa luz y esa magia que te rodea podría desvanecerse y caer en la locura y en la desesperación; sin embargo, tarde o temprano terminas despertando y todo se diluye, como cuando coges un puñado de arena, cierras la mano con fuerza para que ni un solo granito se te escape, sin embargo, por mucho que aprietes, como guerrero que blande su espada, con fuerza, para librar mil batallas y defender su preciada vida, al final, las fuerzas flaquean y tu mano, blanca, casi sin sangre, terminar por decaer y es cuando, poco a poco, comienza a derramarse cada granito de tierra, sin poder hacer nada que lo impida. Es entonces cuando llega la locura, porque tu libertad dejó de ser tuya hace ya mucho tiempo, sin que ni siquiera te dieras cuenta, ahora no puedes caminar sin seguir sus pasos, y si de repente las olas que llegan a la orilla se llevan sus huellas, te sientes perdida y no encuentras la manera de continuar...

Cuando Amas te vuelves vulnerable, llegas a hacer y decir cosas que jamás pensaste que harías ni que dirías; perdonas porque es la única manera de continuar navegando en el mar de tus sueños; olvidas porque de lo contrario, naufragarías. Deseas con todas tus fuerzas que esa historia perdure y haga Leyenda, sin embargo, cuando ese mar, que yacía plácido y tranquilo se vuelve oscuro, y golpea fuerte su marea contra tu barca, descubres que mejor debió de quedarse sólo en un sueño y que quizás lo mejor sería naufragar para dejar de luchar sin sentido contra algo a lo que es imposible vencer. Si el amor te da la espalda, que Dios te ayude, porque entonces hallarás en lo más profundo de tu ser la peor amargura que puedas conocer. Tus deseos y tus ilusiones se desvanecen, dejando tras de sí una  herida casi mortal, que puede incluso, llegar a acompañarte el resto de tu vida. 

Amar, amigos míos, va unido al Dolor; el dolor que te produce su rechazo o su indiferencia; Amar es Angustia; la angustia que se siente con sus reproches, con su lejanía, incluso estando acostados en la misma cama; Amar es Desesperanza, la desesperanza que sientes cuando descubres que una vez más tu bonita historia de amor fracasa y dejas de creer en él; Amar es Rabia; la rabia que arde dentro de tus entrañas cuando desconfía de tu palabra, cuando lastima tu corazón con sus desprecios y le da una patada al amor que le profesas y no valora tus buenos y generosos gestos de cada día. Amar puede ser incluso todo lo contrario, puede significar Odio, el odio que invade tu cuerpo cuando sientes que no te ama como debiera, cuando no sabe apreciar todo lo que haces por él, cuando está destruyendo cada recuerdo perfecto de tu memoria convirtiéndolos en deseos de olvidar; Amar, es Desolación, esa desolación que te queda cuando todo termina y te quedas sola, hundida, con recuerdos que te descarnan y que desearías no tener, sentimientos y sueños que tienes que enterrar una vez más, en el cementerio de tu corazón. 

Sin embargo, y pese a todo,  resulta inevitable volver a Amar  y a confiar y a soñar, porque cada día tienes un nuevo intento, porque cada día, pase lo que pase, siempre sale el sol. ¿Por qué será que todo ser humano busca sin cesar el Amor? Aunque haya naufragado una o mil veces, tarde o temprano, vuelves a echar mano de tu barca, cargada de sueños, de ilusiones y te echas al mar, ese mar, que un día te hizo naufragar, y te lanzas de nuevo, sin timón y sin remos, pero con la esperanza  por bandera, que vuelve a blandir con fuerza, bien alta, haciendo frente a cuantas mareas le vengan, porque nada ni nadie puede vencer al deseo de Amar y ser Amado, al deseo de hacer Leyenda, aunque solo dure lo que dure...

MARÍA

jueves, 10 de marzo de 2011

En su día, apenas nada...


Ya los héroes no llevan escudo ni clavan su mirada al infinito en pose orgullosa. Ya no visten pieles de león ni lucen espadas milenarias. Tampoco motivan versos de poetas de la época ni reciben reverencias del plebeyo. Atrás quedaron las gestas de honor y las muestras de valentía, el gallardo guerrero al galope mientras amanece en el horizonte. Ya los trovadores no cantan en aldeas los relatos y los cuentos, ni los niños juegan a ser traviesos en nombre de algún apuesto titán. Los dioses no les alumbran con su suerte ni velan por sus justas, pues ya no hay guerra que librar, o eso parece, en un cosmos de vanalidad, de hastío y de pobreza…

En todo eso pensaba esta mañana gris cruzando Triana, girando la vista al Río y su grandeza, silencioso como lo dejé antaño, soñando historias de señores y princesas, a su vera, declarándose amor eterno recitando obras de Petrarca. He imaginado hoy al artista huérfano de ídolos, de marineros ávidos de coraje, de lanceros de sin igual puntería, de piratas audaces en busca de mil tesoros. Le he visto con el lienzo desgarrado, sin ternura ni valor para dedicar su pincel a mortal alguno. Y así crucé a la otra orilla, con el corazón descarnado, desamparado por un presente que ama al maldito que solo sabe empuñar la mentira, y no pude sino bajar la mirada…

Pero es el río sabio, no hace falta que les diga. No había dado ni tres pasos, alguno más acaso, que fui a dar con la verja de un colegio, en tiempo de recreo, con los niños correteando por los jardines y uno encaramado a la verja, esperando tranquilo, observando la muchedumbre esforzada en seguir su rumbo. En esas, me rozó por la derecha una mujer esquivándome desde atrás, saliendo al encuentro del pequeño, portando en sus manos un zumo y un bocadillo, aún con el uniforme de limpiadora, serena, y todo se paró de repente. Pude al fin caer en la cuenta amigos míos,  el guiño del destino a mi desesperanza. Terminar por creer que es tiempo de héroes, claro que sí, más que nunca, solo que son de esos que tienen que hacer hueco en su batalla diaria para  acercar el panecillo al crío, mirando la hora para no llegar tarde a la faena y rezando para que un jefe innnoble no ponga mala cara, uno de esos que no saben reconocer, ni siquiera en el día que le dedica el mundo,  el gran mérito, más en nuestro tiempo,  de ser una digna mujer trabajadora. Y es por eso que hoy tienen mi respeto, mi admiración y mis letras, apenas nada…

martes, 8 de marzo de 2011

Un ángel en Rus...


 Ha pasado tiempo, lo justo para ordenar en mi cabeza momentos del camino que no vieron luz en el diario que os iba relatando allá por Mayo. Pero ahora que todo acabó, mirando atrás con la lucidez que da el paso de los meses, quiero recordar uno de esos ángeles de la guarda que se cruzaron en mi aventura y que me hicieron seguir adelante con la fe y la fuerza que transmite la gente especial que habita por nuestros lares de cuando en cuando... 

Amanecía allén de los campos de olivos infinitos que vislumbraba en el horizonte, con tres días de caminata en las piernas y una mochila que pesaba más que las ganas de seguir adelante. Salía de Baeza hacia Linares con la moral aturdida por el desgaste físico pensando en todo lo que aún me quedaba. Así continué varios kilómetros, algo desconcentrado de la ruta, hasta que terminé por desviarme sin aclarar el lugar exacto donde me hallaba. Con la idea del abandono prematuro rondando mi cabeza llegué a un pequeño pueblo llamado Rus. Aproveché para llenar de agua mi cantimplora y me senté en el primer escalón de una casa para coger aliento y seguir la senda. Las pocas fuerzas y la baja moral me hicieron bajar la mirada a mis piernas y torcer el gesto, y quedé traspuesto un par de minutos, apenas sé exactamente cuánto, con la cabeza apoyada en la puerta de una típica casa andaluza de muros blancos.

Desperté al oir la cancela del zaguán abrirse y levanté deprisa para no asustar al vecino, pero aún me estaba ajustando la mochila cuando de la portezuela salió un hombre mayor de traje antiguo y barba poblada que hizo por saludarme al reparar que había estado allí descansando. El señor era ciego. Palpaba la cerradura para poder cerrar con llave, al tiempo que con la otra mano agarraba la correa del perro que parecía ser su guía, uno de esos pastores alemanes dóciles y curiosos. Se extrañó de que un viajero pasara por su pueblo, que decía no tener nada “bonito de ver”. Sonreía al explicarle mi camino y mi propósito de continuar hasta Sanlúcar, aunque dejé entrever que no sabía si pasaría siquiera de ese día. Estoy seguro que notó que no era el mejor momento de mi viaje, pues mis palabras no eran precisamente de alguien ilusionado. Y ahí llegó el milagro. El buen hombre quiso guiarme al sentirme perdido y algo triste. Sin vacilar, me cogió con su mano recia del codo y, con una voz grave, me largó… venga, te acompaño y te digo un atajo, como el niño travieso que cuenta un secreto a su compañero de cuadrilla… 

Fueron pocos minutos, pero dio para mucho el rato que estuvo conmigo caminando. Me contó que llevaba veinte años ciego, que aún soñaba con su mujer fallecida hace mucho y que la recordaba con nitidez, que siempre quiso hacer el Camino de Santiago, que su perra lo era todo… Y me escuchaba extasiado mientras yo le hablaba de mi aventura, del sufrimiento  de saberme débil, de ver nacer el día en la senda y sentir que merecía la pena lo que estaba haciendo. Y así llegamos al final de su pueblo. Me despidió con un buen apretón de manos y deseándome mucho ánimo, desprendiendo sinceridad en cada acento. Y allí quedó, mirando mis pasos a lo lejos como si me viera, con la sonrisa en la cara creyendo más en mí que yo mismo en ese instante, y solo hacía diez minutos que lo conocía... 

Ese tipo no lo sabe, o quizás sí, pero nunca podré agradecerle lo que me ayudó conversar con él durante ese pequeño trecho. Barruntaba hasta entonces  volverme para casa, pero tuve la suerte de caer en su puerta y todo cambió. Entré en Linares pensando en aquel señor, sin distinguir demasiado, por el cansancio, si ese paseo por Rus fue real o sólo uno de esos fantasmas que me visitaron durante el camino, y aún a veces lo dudo si intento hacer memoria. En cualquier caso, fuera así o no, merecían unas palabras en este blog aquella mañana de Mayo en la que un hombre ciego guió mi camino y salvó a quien les relata de dejar de creer en imposibles y acabar con mi sueño convertido en pesadilla, enseñándome que el ciego era yo en ese momento, por no querer ver que llegaría donde realmente quisiera, como así terminó siendo…

viernes, 4 de marzo de 2011

El canto del loco...


Ande usted jodido, ande usted cansado, mantenga erguido y bien callado. Cante conmigo, al son de los postrados, el vals del mendigo, del incierto, del malhumorado, del que no tiene abrigo, ni secreto, del desesperado, del apenado. Mire la senda, con moral, sin descuido, que le tienen sumido, vigilado, retratado. Pague las cuentas, los recibos, los atrasos, los vencidos, los devengados, los suyos, los del vecino, que da igual si es otro su destino, si sale el Sol por este lado, usted cumpla y ya veremos, ya veremos si es testigo, testigo de su suerte, de su mala muerte,  de tener poco y creer inerte el espacio que se le ha dado. 

Y vamos, ánimo, mire al frente, por poniente, mi teniente, que es de tristes ser tristes y…  romper con todo… amigo, eso es de desalmados. Quiera usted ser bello, arrogante, con la burra por delante, nunca plebeyo, que es de sosos ser pedante, pero es mejor quedar quejante, mil veces más, que parecer mohoso, doloso, vil maleante…

Prefiera nacer en buena cuna, con luz de Luna, que no hay arte en helarte de frío, no tener para taparte, quemarte por un tío que no deja de llamarte porque dice que si no pagas,  terminará por retarte.

Y qué quieren que les cuente, que esperan que les diga, si no hay verdad que más me reviente, si no hay verso bueno que le siga, a una realidad ferviente, a la prosa perseguida, de los que danzamos por el mundo, dando tumbos, alternando, trajinando, mil maneras inventando, la forma digna de tragarnos esta vida de mentira…           

jueves, 3 de marzo de 2011

Sin ser poco, no ha de pasar demasiado...


No ha de pasar demasiado, puede estar seguro. Por cada verso que pose sobre este vacío, por cada estrella que luzca en su cielo,  que más temprano que tarde mi corazón le ganará la batalla a mis vergüenzas y no descuidaré arresto alguno en exprimir la vida por algún camino olvidado. No dude, es solo una tregua la que me permito, una justa pausa para recrearme en lo que no quiero, el mundo que hemos hecho nuestro pero que parece de mentira, el que nos humilla y nos entierra.  

 No, no es egoísmo ni pretendo, mi ademán huele a desacato a los valores, pero a los de mentira, los que nos venden desde arriba mientras perdemos la dignidad contando madrugones. Es por eso que codicio beberme la vida y no dejar rastro. Quiero ser guerrero sin enseñar espada. Erijo de justos lidiar con uno mismo, apostando fuerte al presente, abrazando el futuro recitando odas al pasado. No deseo arrepentimientos a destiempo, volver la vista sin ver nada, aparecer sin ser visto. 

No cesaré hasta caer rendido, asuman por seguro, pero no por asentir sin más al que dispone, no por suspirar a fin de mes por cuatro sobras. No, no es eso, es caer muerto de aventuras, de amigos y de amores, de sentir la hierba fresca bajo mis pies mientras lleno mis pulmones de aire puro;  rozar la poesía de mil amaneceres sentado a la sombra de una mujer bella, quebrar la garganta con un nudo de emociones demedidas. Es lo que ansío, para mí y los míos, un ejemplo auténtico, un divino silencio, un recio lazo de sensaciones, un lienzo de mil colores que siempre acaba en infinito. Sólo necesito tiempo y respeto, mis manos y mis modos harán el resto, lo juro por mi honor, mi justicia y mi nobleza, que es todo lo que me queda, sin ser poco…

miércoles, 2 de marzo de 2011

El poeta enamorado de las palabras se desgarra a sí mismo cuando no escribe una letra. Intenta negar una existencia diferente, agarrándose a las vanalidades que el mundo ofrece en cada esquina, pero al final termina sucumbiendo ante la evidencia de su pluma y su corazón. Es por eso que ahora vuelvo a este pequeño apartado, tan mío como vuestro, para confesarme ante el mundo y recrear las mil y una aventuras de un guerrero que no descansa ni quiere. Vuelvo, como la primavera, suave, pero con toda la fuerza de quien no escatima en poner el alma en cada silencio y en cada frase. Un abrazo a todos…