lunes, 30 de noviembre de 2009

Con un canto en los dientes...

A la Universidad Hispalense le han concedido un año más el sello de calidad y excelencia, con acto entrañable incluido, en el Aula Magna. Pero más emocionante sería si no aparecieran por aquellos lares los mismos de siempre, los políticos, y es que hay guerras perdidas de antemano, pero intentaré hacer una crónica breve de lo que me tocó presenciar, y todo por darme un garbeo para arreglar unos papeles en las oficinas que lindan con esa facultad. Haré hoy de reportero al uso, todo sea por los lectores y mi desahogo…
Los generales por delante, resguardados a los flancos por la guardia pretoriana incansable, batida en pocas batallas pero con la solapa luciendo plata a mansalva, engañados a base de diplomas y falsos reconocimientos.
A los lados curiosos plebeyos y estudiantes murmurando alabanzas e improperios, según le fuera la copla, fascinados todos por tal marcha militar ante sus narices, aunque los mismísimos fastos del cortejo proviniesen de su bolsillo, roído de tanta desvergüenza ajena y no pocos desfalcos.
Entre tanto, discursos y peloteo, gestos de mentira, con callos en las manos de manejar las huestes ajenas con poco oficio y mucho beneficio, buscando entre la muchedumbre la sonrisa cómplice de alguna muchacha dispuesta a favores de catre furtivo, por aquello de hacer valer la erótica del poder o lo que ustedes quieran…
Allá van aliñados hasta la cepa de notoriedad y poderío, estrechando la mano del que se cruce, con la misma naturalidad con la que alzan su sable de tercera ante cualquiera que ose toser tal circo. Desconocen honores y nobleza, palabras huecas de sentido, aunque escritas en oro en las tiras que adornan su bandera, trapo manido en manos de los mismos cuando el foco alumbra para otro lado.
Entre tanto pingoneo, la banda de música viste de sonrisas viandantes en despiste que coinciden en el tiempo con tal comitiva, disponiendo para el abrazo mentiroso y promesas imposibles de cumplir.
Y cuando toca, mucho truco y no menos trato, regusto por la cocina y por lo que se cuece. Aficionados a la cuchara y al pasteleo, unidos por sobremesas bañadas en demagogia y educada hipocresía.
Cada año el mismo pitote, a últimos de Noviembre, cuando el frío arrima, el mismo juego desconsiderado perpetrado por políticos a la puerta del Rectorado para celebrar dios sabe qué… Y el que les narra, ensimismado, absorto por el sainete aplaudido. Son ellos, personalidades que ocupan escaños y cargos electos, concejales y Juntas de Gobierno de vaya usted a imaginar, la misma jugada de parafraseos ante un micrófono para repetir la cantinela de qué guapos somos y cuánto de encantados de habernos conocido. Lo mismo todos los años por estas fechas,que hay cosas que nunca pasan de moda. Pero esta vez, si cae usted, político, en estas letras huérfanas de intereses, no lo quiera el destino, sabrá, mientras se embadurna del afecto del populacho, lo que a servidor pasa por la mente cuando pasea el palmito como antes dije. Y Será entonces, si guarda algo de decencia en sus cerones, que bajará la mirada, pasará el mal trago, y seguirá su camino. Y ya con eso, viniendo de quien viene, me daría yo, iluso, con un canto en los dientes…

Terapias a 10 euros...

Esta semana quiero empezar con un anuncio. Como sabe el que más y el que menos, después de batallar mucho con editoriales y diseños de página, tengo en mi poder mi primer libro como autor. Un sueño hecho realidad, con mucho esfuerzo detrás y cientos de horas robadas al sueño para no dejar morir la terapia. De ahí que venga a reclamaros. Quisiera que conocierais la situación actual de mis letras y mi bolsillo. Para resumiros, a día de hoy, al no poder acudir a medios publicitarios para promocionar el libro, por motivos obvios, me está costando el dinero sacar adelante las copias que he solicitado a la editorial. Es por eso que demando vuestra ayuda, si os sentís atraídos por mis líneas o si os mueve la solidaridad por un autor que empieza, a hablarles de mi obra a amigos, cuñados, hermanos, novios, o lo que ustedes quieran. De esa manera tendré la posibilidad de que mi obra no me haga aún más pobre de lo que soy, que no es poco. Además, y como muchos sabéis, esta primera edición no es otra cosa que un medio para un fin, una forma de presentarme ante el mundo y las personas para preparar mi primera novela, proyectada tras mi viaje a lo largo del Guadalquivir, para la primavera que viene. En definitiva, que le estaré eternamente agradecido a quien se haga de este primer libro, que se me puede solicitar en cualquier momento al precio de diez euros, tres euros más barato que cuando salga en ciertas librerías. Hagamos de Escritura Como Terapia un lugar de encuentro, un recuerdo en forma de libro de alguien que alguna vez sonrió con mis letras o se emocionó con alguna historia. Por mi parte, tendrá mi eterna gratitud y, por supuesto, una humilde dedicatoria, pero sobre todo, les aseguro que sentirán como propia la fuerza de una pluma que está empezando y que no les va a defraudar, por mucha dedicación y esfuerzo que tenga que echarle. Esta vez si depende de vosotros...

jueves, 26 de noviembre de 2009

Robarnos la Sonrisa...

Hoy, mientras esperaba en la cola del pan, dos marujonas me deleitaron, con todo lujo de detalle, sobre el yerno de un vecino de un amigo que pasaba por allí que, por lo visto, había entrado en la casa de una familia a robar y se terminó llevando, además del mobiliario pertinente, a la mismísima señora de la casa, me explico… La cosa fue que, al parecer, todo había sido una conspiración entre amantes para que, el ladronzuelo y la dueña de la casa, antes de darse las de Villadiego juntos y revueltos, pillaran cacho dentro de lo posible para ir tirando, visto que, tras firmar los papeles del divorcio, no les quedarían mucho donde rascar. Imaginen la cara del cónyuge despistado cuando la policía le descubrió el pastel que tenía ante sus narices. A eso llamo yo entrar a robar, desde luego…
Mientras volvía, me quedé pensando en la historia de las marujas, dándole vueltas. Caí en la cuenta de que eso de robar nunca se me daría del todo bien, y recordé la única vez que metí la mano en huestes ajenas; para mondarse, cuanto menos. Tendría yo 6 años, no más, y los domingos tenía costumbre de pedir la paga, cien de las antiguas pesetas, y emprender camino, todo recto, desde mi casa, la del pueblo, y el kiosco de Paco, en la Plaza. Allí siempre coincidíamos una jauría hiperactiva de pequeñas personitas dando la tabarra al tal Paco, un hombre entradito en años que aguantaba con hermosa paciencia el –dame un chicle, bueno no, bueno sí… de menta dos, de fresa uno,¿ tengo bastante?. En esas, Paco resoplaba y se daba la vuelta para alcanzar la dichosa golosina, dejándose el espinazo por cada petición de los presentes. Recuerdo que sobre de la barra había una cajita repletita de piruletas, de esas rojas, pidiendo a voces que le echáramos mano y saliéramos corriendo, como muchos hacían, sin que Paco se percatase, pero yo, por más que la ansiara, no reunía el arrojo suficiente para hacerlo, aunque no sería así siempre…
El día que les vengo a relatar fui pensando maneras de hacerme con el botín durante todo el camino de ida, fuera como fuera, pero, a medida que me acercaba al lugar del crimen, los sudores y los nervios eran cada vez más patentes. Aún así, ya detrás de la barra de Paco, aprovechando que giró la cabeza para otro menester, me armé de valor y, con un gesto torpe, me eché al bolsillo una de esas hermosas piruletas rojas, mientras mis ojos se abrían como platos, imagino, y mi cara gritara a los cuatro vientos la inocente desfachatez para con ese buen hombre y su negocio…
Jamás me olvidaré del trayecto de vuelta a casa, mirando la piruleta entre mis manos, con la conciencia sucia y la lágrima saltada. Fue cuando, a mitad de calle, decidí salír corriendo para el kiosco de nuevo; con vergüenza torera me asomé, comprobé que andaba en otras cosas y puse la vil chuchería donde la había sustraído minutos antes. Me mezclé entre los demás niños y salí pitando para casa, como Dios manda, que diría aquel. Ahí empieza y acaba mi pulcro historial delictivo, por lo que pueden imaginar lo lejos que me queda la historia de las marujonas, proeza imposible para el que les habla, ni siquiera en sueños. Pero el que no se consuela es porque no quiere, y me conformo con creer que la dignidad la mantuve a salvo aquel día. Eso pienso, todavía hoy, cuando por el pueblo me cruzo con Paco, que hace años cerró el puesto, sin saber el hombre que por allí pasó un niño que aprendió, en su kiosco, a no echar mano de lo ajeno, aunque sólo fuera por no sentir ese maligno cosquilleo que se atraviesa en el estómago. Y es así como va uno conociendo sus limitaciones, a golpe de estilete con nosotros mismos, pero les juro que al final termina compensando, aunque vayas para casa con los bolsillos vacíos, si llegas, claro está, con una sonrisa en la boca y la conciencia bien tranquila…

martes, 24 de noviembre de 2009

Como para quejarse...

Si Dios existe está bien claro que no se ocupa de nosotros. Eso debió pensar Rom Houben, una persona que, tras 23 años en coma por un accidente de tráfico, declaró haber estado consciente todo ese tiempo. Imaginen por un momento el horror de percibir a tu alrededor toda la plebe dándote por fiambre y tú con las orejas puestas, siendo testigo mudo de médicos frivolizando con tu suerte y amigos que poco a poco iban faltando a la hora de visitas. No debe ser fácil aceptar que por más que uno grite o lo intente, nadie vira la cabeza, debe ser jodido…
La noticia cayó en mis manos a media tarde, navegando a la deriva por el universo Internet, ese que me tiene atrapado delante de la pantalla de mi vieja computadora. Quedé perplejo, admirado de tan macabro ejemplo, buscando la manera de entender cómo el cérebro solito, viendo el cotarro, no entonó el “apaga y vámonos” y chapó el invento. Pues no, sucede que lo mantiene ahí, vivito y coleando, vamos, ni una cosa ni otra, entiéndame la gracia, con los tornillos desparramados, pero con la antena puesta, sintonizando la cantinela más triste que un humano pueda sufrir en carnes. Ya no te digo la impotencia del chaval, que más de una vez habrá hecho fuerzas para soltar un manotazo al típico soplagaitas de turno que suelta la gracia, porque les aseguro que a todo se acostumbra uno, incluso a estas cosas, que he visto energúmenos soltando chascarrillos en entierros y gracietas a destiempo. Y con eso y mucho más le tocó convivir al tal Rom, desgraciado entre los desgraciados, por decir algo…
Y lo peor no es eso. Lo chungo viene siendo que la iglesia se anda apuntando el tanto de la resurrección después de 23 años, que manda huevos, pensará el inglés, que para vivir así mejor recoger los bártulos y tirar para el otro barrio, habemus corpus mediante. Vamos, que estoy seguro que lo primerito que hizo el chico tras salir del coma, fue soltar un corte de mangas a todo cristo, allegados y sotanas incluidas, y con razón, oigan ustedes, que para eso ha tenido tiempo de sobra de valorar a justos y cretinos. Porque no me digan a mí que no es una gran putada estar veinte años escuchando tonterías y despertar para encima tener que ir dando las gracias, como si nada hubiera pasado; que venga Dios y lo vea. Ni me imagino en su pellejo, con la de veces que me he levantado de la siesta de mala leche sin motivo. Como para irse quejando amigo, como para irse quejando…

lunes, 23 de noviembre de 2009

Formas de agradecer...

De vez en cuando viene bien vencer la pereza, aunque sea Sábado y la modorra de la sobremesa haga mella en las ganas de hacer nada. No soy yo precisamente ejemplo de batallas ganadas al hastío, pero fue el caso este fin de semana. Me eché unos euros al bolsillo, me calcé la ropa de entrenamiento y me lancé a disfrutar de la ribera del río Guadalquivir una tarde cualquiera de Otoño. Fue toda una experiencia. Y es que si uno no adolece de algo, hasta el punto de convertir la virtud, a veces, en defecto, es de ser observador. Y claro, mis sentidos se embotaron con tanto donde poder echar el ojo. Los niños correteando detrás de la pelota, enamorados jóvenes sobre el césped dando la razón a la poesía de Don Gustavo, turistas anestesiados por la mezcla de colores en el horizonte, ese encanto de cielo que sólo Sevilla sabe parir en Otoño. Fue un trayecto agradable, desde luego que lo fue…
Pero lo mejor me estaba esperando al final del río, al acercarme por detrás a un hombre que tenía allí echada la caña esperando paciente el tintineo del sedal. Inocente le pregunté, -¿Pican?... El hombre giró la cabeza, sonrió tras su barba y torció el gesto, dejando entrever que la cosa no prometía. A punto de marchar, llamó mi atención y me preguntó por Rafael, el frutero. Quedé perplejo. Me resultaba familiar su voz y pronto caí en la cuenta. Se trataba de Don Esteban, profesor en mis primeros años de facultad, ya jubilado, padre de Amaya, compañera de fatigas en mi etapa comercial, a la que le tenía perdida la pista. Le estreché la mano y me senté a su lado, honrado por tener como fiel lector a una persona tan auténtica. Le recuerdo en clase con el puño alzado y el corazón en vilo, como los guerreros que nunca dejaron de serlo, y eso me enamoraba…
No tardó en preguntarme con ojos de adolescente sobre montones de las historias que en este espacio les he relatado tantas veces, por Antonio, el camarero, por mi familia, por mis amigos, por infiernos, tsunamis y hasta por mi perro, lo cual daba buena cuenta de su afición por estas líneas…
Disfruté al verle enamorado de mis cuentos, al hacer como suyas cantinelas que nacieron en noches solitarias, escuchar su carcajada al recordar mis sátiras contra los poderes políticos y los hombres de mentira. Quedé embobado al comprobar que daba la tabarra a Amaya para que le pusiera mi página y deleitarse con la música que tengo escogida. Al poco, torpe en mis gestos, le volví a estrechar la mano y caminé tras mis pasos, pensativo y abrumado. Y es que sólo por escucharle unos minutos hablando de mis fábulas han valido la pena todas esas noches en vela dándole a la tecla. Porque no existe mejor reconocimiento que el que no esperas, Don Esteban, y usted, igual sin quererlo, me lo ha regalado a la orilla de mi río favorito, y si no es con estas letras, permítame, no sabría otra manera de agradecérselo…

jueves, 19 de noviembre de 2009

Don Rafael, el frutero...

Hoy quiero traerles al arrumaco de nuestro fuego una historia digna de ser contada. Tengo por buena costumbre últimamente departir con Don Rafael, el frutero de mi barrio, sobre cualquier cosa que venga a cuento. Un día fútbol, otro día es política, algunos sobre pura filosofía, de vida, claro, porque en eso, créanme, es una eminencia. Ocurre hasta que el pequeño dispensario se le llena de marujonas y con un leve guiño me despide, y así viene ocurriendo desde hace tiempo. Don Rafael es un hombre recio, de los de antes, con el mentón pronunciado y las manos gruesas, herencia de otro tiempo donde cultivaba su propia huerta. Peina canas pero conserva el pelo, como él dice, blancas como su corazón, sevillista y libre. Tiene guardada una sonrisa y un consejo para todo aquel que asome, y es que se conoce al dedillo las propiedades curativas de su fruta. Que si usted anda cansado, sus naranjas, la mejores; que si la señora tiene mal las articulaciones, manzanas y peras de agua, no lo dude. Tan bien lo hace que uno sale de allí convencido de lo que se lleva, además de llevarte de regalo una sonrisa, su sonrisa, gesto apreciado por todo el que le estima, pues lleva vendiendo fruta, en el mismo puesto, casi cincuenta años. Siempre con su esposa, hasta que se la llevó el cáncer un frío invierno, pero Rafael no perdió jamás las buenas maneras y las ganas de vida, y eso le hace grande entre los grandes, y testigos somos todos los que allí acudimos cada mañana…
La casualidad quiso que, desayunando en una pequeña taberna que hay al lado de su puesto, el camarero y dueño, compañero de mili de Rafael y algo más que un amigo para nuestro protagonista, me hiciera una confesión entre café y café. Al parecer, desde hacía dos años, desde que su mujer faltaba, Rafael iba a tomarse el vinito a su bar, los Viernes tarde, como premio a una semana dura. Y cada Viernes, Rafael, solemne, le pedía al dueño permiso para hacer desde allí una llamada. -Era corta, él no hablaba, me extrañó desde el principio...- me dijo el dueño. Y fue cuando un día decidió, al irse Rafael, pulsar sobre el botón de rellamada, extrañado por tanto misterio…
Tenían que ver sus ojos brillantes. Me comentó que aún le temblaban las piernas al recordar al otro lado del auricular la voz de su esposa, la de Rafael, que hablaba, con voz joven, de dejar el mensaje después de la señal. Entonces entendió que Don Rafael llamaba a su propia casa para escucharla, cada semana después de la copita, aunque fuera sólo una grabación de contestador, pero probablemente la única manera de sentirla cerca, al menos un momento, suficiente para seguir adelante. Es quizás por eso que nuestro héroe no ha perdido la sonrisa, es por eso, y por mucho más, que Rafael, el frutero de mi barrio, tiene mi eterno respeto…

martes, 17 de noviembre de 2009

Harto de rollos...

Si usted anda por ahí con el culo cagado porque no le da para rollos, ni de unos y de otros, escuche la buena nueva de nuestros líderes que aquí les traigo como bronce en paño. La recesión, alabado sea el altísimo, ha acabado… Los pájaros cantan y las nubes se levantan, que si, que no, que Zapatero anuncia medidas extraordinarias para el empleo, que si, que no, que Rajoy cierra convenciones estrechando cientos de manos convencidas. Olvídese usted ya de andar preocupado por hipotecas impagables y abusivos intereses sin beneficio a cambio. El gobierno de nuestra nación promete el oro y el moro, alquileres gratuitos, premios para el nene que encargue, ayudas para aquellos que cuidan de los mayores, becas por doquier y fiestas a porrillo. El pleno empleo ya no es una quimera y el ladrillo vuelve a reclamar manos que lo trabajen. La contaminación es cosa del pasado y los niños aprenden en las escuelas lo que nunca imaginamos, capitales de países, gentilicios y democracia, raíz cuadrada de mil euros y buenas maneras para el recreo y las clases de clarinete. Se terminaron las listas negras y negras que hacen la calle, desaparecen los caciques de barra en los pueblos, allí donde antaño recogían fruta a base de ciáticas unos muchos para lustre de bolsillo de otros pocos. Se finiquitaron las pistolas en manos de hijos de puta que van dando matarile vidas honradas, lisiando familias enteras y aquí paz y después gloria. Ya los barcos pescan donde les place y los truchos se tiran a los cebos, a pares, a pesar de los pesares, porque viene siendo honorable acabar en el plato de un españolito currelas harto de vino, pagador de impuestos y con la cartilla al día, fiel al Estado de Derecho, arrastrando el lomo día sí día también para cumplir con sus deberes como ciudadano.
Que bien se lo tienen montado los cabrones… ahora nos dicen que la crisis ha acabado y que llega una época de esperanza, a buenas horas, cuando el que más y el que menos anda hasta arriba de pagaderos, con ayudas denegadas por falsa burocracia, respirando dióxido a espuertas y sin un miserable bocado que llevarse al gaznate. Y pretenden, encima, que cada dos o cuatro años levante el culo de la cama un domingo para firmarles la papeleta y así seguir agarrados al bollo. Van listos conmigo, pregunten en la siguiente ventanilla, que igual tienen más suerte y les hacen un garabato, pero mientras tanto, escuchen las carcajadas en forma de ruidos que salen de la parte baja de mi espalda y olviden contar con servidor para nada, pues el rollo de papel se me acabó ya hace tiempo, pero la dignidad aún la conservo, intacta, por mucho que les joda…

lunes, 16 de noviembre de 2009

Tuneros y tunantes...

Los que me conocen saben que no soy demasiado de canturreos y bailes trasnochados, pero sé reconocer el buen gusto. No alzo la voz si no es necesario y me disgusta la falta de respeto, a pesar de aquellos que se empeñan en justificar cada panoplia, si no le toca de cerca, claro. Es el caso, fue el Sábado, a eso de las 4 de la mañana, con las brujas dormidas y el gato en su cesta, a esas horas donde Morfeo es el Rey y el silencio su esclavo preferido. Allí me encontraba, tirado en el sofá sin ganas de nada, luchando contra ese insomnio que me persigue con crudeza. Pero justo cuando tenía la pose y sucumbía a los brazos del divino, con trabajito y esmero, unas voces chillonas que venían de la calle me desvelaron con sus cantinelas horrendas y desatinadas. Quedé boca arriba, con los ojos abiertos en plato, esperando que acabara el festival de los tenores para darme al pairo, pero nada. Acabó una, y otra, y otra, hasta que no pude más y acudí raudo al balcón para soltar bendiciones por la boca cual Julieta ante su amado Romeo, que en este caso no era uno sólo, más quisiera. Romeo venía acompañado por Juan Tenorio, Juan de Marco, la Corte de San Felipe el Hermoso, que ni era santo ni hermoso, y la patulea burguesa del Motín del Prado, por si era poco. Allí estaban todos, recitando Cielito Lindo con menos gracia que las niñas de Zapatero, dándolo todo. Y acababan, y volvían. Y No te Vayas Todavía… No te vayas por favó… y todo el repertorio de bodas, bautizos y comuniones aderezados con las palmas de los allí presentes. Eran tunantes, tuneros, o como Dios quiera que se les llame, con media guitarra y la voz perdida, embutidos en mallas indignas y con la capa roída de dar tanto tumbo por las aceras al pasear la mona cogorciana. Ni rastro de aquellos maestros del ligoteo de doncellas, duchos amadores en noches furtivas donde el premio era la conquista y el aplauso. Nobles de espada y escudo grabado a fuego en el pecho. Ya de esos no quedan. Ahora los tenemos bebiditos en mollate y con la bragueta bajada, de ojeras y melena descuidada. Mal vamos amigo… Y para colmo de males, vienen a darme la vara de cuando en cuando, debajo de mi casa, como si el destino supiera que tengo la pluma desgastada de atizarles, a ellos y todos los que deshonran lo que antaño fue santo y seña de hermandades y reuniones. Pero aquí seguiré dando estopa, me dejen o no echar la siesta, pues las tragaderas las tengo anchas pero el estilete bien afilado, que es lo único que me va quedando, después de todo, para dar de refilón a Romeos de cuarta, borregos sin pastores y la santa madre que los parió a todos…

viernes, 13 de noviembre de 2009

De aquellas, de los cuentos...

Les juro por lo más sagrado que la he visto esta misma tarde. Mientras charlaba de quehaceres con compañeras de pupitre y cafés en horas muertas. En mitad de los pasillos de la facultad, a media tarde y con prisa en la mirada. Dándose los últimos retoques al brillo de sus ojos y a su melena recortada, sin escoba ni el encanto de las brujas de los cuentos que leía de pequeño hasta sucumbir en brazos de Morfeo. Allí justo, con el gesto torcido y la voz inquieta por la fatiga de no llegar a tiempo a donde fuera. Y me vino a la mente en un segundo todas las historias de pócimas y hechizos, de esas brujas, las de antes, las que habitaban en bosques encantados elucubrando a carcajada, aquellas que conspiraban en la oscuridad y vestían harapos deshilachados de tanto roce con los ramajes de sendas olvidadas. Y las eché de menos en ese momento, esas reuniones a medianoche a pie de llamas de un fuego extraño, los cantos que susurraban maldiciones y conjuros bajo Lunas llenas de espanto. Leyendas de aquelarres y magia negra ordenadas por diablos y espíritus vagabundos. Las antorchas del pópulo persiguiendo el misticismo, mezclados en miedo y escalofríos por visiones de otro tiempo…
Todas esas novelas, esta tarde, eché en falta, quedando huérfano de fábulas que hacían palidecer, cerrando los ojos buscando el sueño, con las manos en el pecho y la manta hasta la cabeza, inocentes víctimas de letras e ilusiones…
Todo se fue esta tarde al ver aquella bruja, desmembrada de sortilegios, a punto de entrar en clase para representar, quizás, una obra entre alumnos, inconsciente de que allí mismo, sin quererlo, se cargaba de un plumazo tantas noches en vela rezando por no vérmelas con una meiga despistada, de esas finas y maldichas, sin disfraces ni lamentos, de esas que no quedan, de aquellas, de los cuentos …

jueves, 12 de noviembre de 2009

Suscripciones benditas...

Estoy suscrito al National Geographic. No, no se engañen, mi maltrecha economía no me da para una de esas suscripciones caras a la revista del marco amarillo, ni siquiera para darme el gustazo de ir cada mes a recoger un ejemplar al kiosco. Estoy suscrito via mail, que es gratis y te entretiene unos minutos todos los días.
De cuando en cuando mandan un buen artículo, como hoy ha sucedido. Venía acompañado de la foto que andan viendo, “Foto del mes” según reza el epígrafe. Está hecha en Camerún, en el zoo donde Dorothy, la monilla que yace muerta en la carretilla, junto a los demás simios que la observan, servían y sirven para el entretenimiento de todo aquel que apoquine la entrada al circo que allí tienen montado de forma lucrativa. El artículo viene en inglés, pero con mucha paciencia y esmero pude traducirlo, y merece la pena. Al parecer Dorothy era un animal muy querido entre los demás monos, había hecho como suyo un monillo que había quedado huérfano e incluso peleó con los machos por la supremacía de la manada, algo difícil de encontrarse en la naturaleza. Murió de vieja, de un ataque al corazón, y cuenta el artículo que, ese día, la desazón entre los demás monos era tal, que tuvieron que hacer el entierro visible para todos ellos porque estaban más alterados que nunca. Aunque fuera a través de la verja los quisieron hacer testigos para que el alboroto no cundiera…
Algunos chimpancés gritaban agresivos y otros bajaban la mirada viendo el cuerpo sin vida de Dorothy en la carretilla, hasta que entendieron que ya no volvería, cuando la trasladaron del carrito y la introdujeron en una cajita humilde de madera donde quedaría el animal para siempre. Lo más impresionante es que, en ese instante, todos los chimpancés quedaron en silencio, bajando la mirada hacia Dorothy, quizás comprendiendo lo que allí ocurría, quizás despidiéndose de alguien que en algún momento significó mucho para ellos…
Llevo dando vueltas todo el día a la historia y a la foto, imaginarán pues que hoy no podía hablar de otra cosa, porque hay veces que, aunque uno no lo pretenda, la vergüenza y la rabia se unen para buscar soluciones a todas las calamidades que permitimos en este mundo para con nuestros hermanos, los animales. Así que aquí me tienen, con media lágrima y ninguna gana de hacer nada más que poner letra a este milagro, y todo por una bendita suscripción gratuita, quien lo diría…

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Quédate en casa...

Pero si a usted le da por pensar que su vida es jodida quíteselo de la cabeza. Aún podría ser peor, y es que a un señor brasileño de 59 años, hace una semana, lo dieron por fallecido en un accidente de tráfico e incluso los familiares, aún con dudas, reconocieron el cadáver y cargaron con el muerto, nunca mejor dicho, para darle santa sepultura y pasar a otra cosa. Hasta ahí normal, pero imaginen las caras de los presentes en el sepelio cuando al hombre, que le habían comentado el suceso, le da por aparecer medio borracho en su propio entierro para aclarar el malentendido. Por lo visto había estado toda la noche dale que dale a la cachaza y cuando se quiso dar cuenta le habían hecho el parte de defunción, con cajita de pino y flores incluidas en el lote. La cosa es que le dieron matarile antes de tiempo y habían metido en el agujero algún pobre diablo semidesfigurado. Haga caso Almodóvar si le hace falta un guión para ganar unos duros, porque ahí no termina el cotarro. Aclarado el asunto y aliviado el susto, al personaje le da por irse a casa a dormir la mona y se encuentra con que el piso alquilado en el que malvivía estaba ya vacío. Vamos, que el dueño, harto seguramente de la vida cogorciana del fenómeno y de algunos meses sin pagar, no se lo pensó dos veces y ¡albricias! Que ha palmao!! Pensaría. sólo se le ocurrió tirar rápido para el agujero, el otro, y quemarle al desgraciado la ropa y hasta el colchón donde dormitaba. Ojito con la estampa del muchacho dado por muerto, con resacón del quince y sin una muda para ponerse y alejar olores nocturnos. Vamos, niquelao…
Juergas que cuestan caras, aparte del descojone mundial que ha supuesto el caso, tanto que ha llegado hasta mis manos y aún me deshuevo al imaginar la cara de la familia al aparecer en el camposanto medio trastabillado, oliendo a zorruno, sin ropa, sin casa, y con los papeles arregladitos para darle el recado a San Pedro. Así que casi mejor que aproveche los trámites y que casque de verdad, no vaya a ser que le reclamen daños y prejuicios el cura y los enterradores, tenga que pagar los macabros avios y hasta los gusanos le pidan ahora subvenciones por el agravio de dejarlos desmayaos. Vamos, pa estarse quietecito en casa un Viernes noche…

martes, 10 de noviembre de 2009

Pesadillas...

A veces las pesadillas vuelven a nosotros en forma de pensamientos que mutilan un tanto si cabe lo que nos quede de dignidad, golpeándonos donde más nos duele. Y hay poco que hacer más que aprender y girar de rumbo, no vaya a ser que naveguemos eternamente entre tormentas y tempestades, lo cual lleva irremisiblemente a la zozobra de nuestro único navío...
Fue ya hace unas semanas y no he logrado desligarme de la imagen. A la puerta de un pequeño supermercado, un Sábado soleado aunque frío, de esos de Otoño, allí permanecía la protagonista de la historia. Una mujer de aspecto joven, limpia, con pantalón vaquero ajustado, zapatillas de deporte y chaleco atado a la cintura, como las niñas buenas que vienen de echar el rato con sus amigas sin maldades. Morena, de cuidada piel, con el pelo recogido en una cola pulcra y sencilla. Allí estaba, mirando a los ojos de los que entraban y salían, de pie, sin decir nada, mientras tendía su mano derecha con la misma naturalidad con la que cualquiera de nosotros la alzamos de pequeños para pedir calderilla a nuestros papaítos. Me sorprendieron sus ojos, encendidos en vergüenza, quizás por tener que insistir en aquella puerta, pidiendo para lo que fuera, que no es poco. Parecía tan normal que asustaba….

Y uno cae en la justificación rápida de creer que quien arrima la mano es siempre para malgastarlo en necedades, y así transcurrí por los pasillos del supermercado, junto a mi padre, intentando aliviar de alguna forma ese contraste inesperado, lo que parecía una niña “bien” pidiendo en silencio…

Pero aún no había terminado de llenar el carro mientras mi progenitor pagaba cuando pude percatarme que la chica hacía cola dos posiciones detrás de nosotros, sosteniendo entre sus brazos una caja de galletas, la más barata, y un bote de leche en polvo para bebés. No reaccioné, quedé perplejo…

Y me culpo, vaya si me culpo, pues me fui de allí sin más, con el carrito lleno de porquerías y el corazón sucio y triste. Quedé ensimismado, como uno de esos sueños en los que te ves incapaz de alcanzar a hacer lo correcto y despiertas aturdido, solo que, ésta vez, era real...

No vendrá a suceder en mí tanta indiferencia, lo juro ante vosotros. Y volveré, vaya si volveré, el primer día que pueda, para pagarle galletas de primera, leche de la cara y hasta algún que otro capricho, por mis carnes, aunque sean los últimos euros que asomen de mi bolsillo. Y hasta entonces, quizás demasiado tarde, no desaparecerá la pesadilla, con suerte…

lunes, 9 de noviembre de 2009

Señores, comienza...

Uno tiene la ligera sensación que las letras le esperan a la vuelta de la esquina como vigilantes cuando los momentos de extrañeza y desespero asoman al umbral de mi existencia. Y parece como si anocheciera antes también en nuestros corazones, por mucho que nos empeñemos en sonreir, pero es que a veces se hace my complicado, no sé si me entienden...
Yo les resuelvo el embrollo, que a pesar de ser sencillo puede trastocarles la paciencia si usted anda algo despistado, o “disgregado”, como dice alguien cercano. Vuelvo a este espacio personal señores, tras un mes navegando sin remolque, como quien deja los remos para comprobar si la inercia que se tiene da para arribar en puertos más o menos decentes. Pero no, y bien que me fastidia andar equivocado, pero es que me acostumbré a caminar con muletas y no soy capaz ya de hacerlo sólo, por mucha voluntad en creerlo que ponga encima de la mesa. En éste tiempo no ha ocurrido gran cosa, echen un vistazo, tan sólo que aquí la mayoría seguimos, de nuevo topándonos de lleno con las noches frías de invierno que dejan escarcha y tristeza, como siempre…
Y usted que lo diga, me diría Rafael, el frutero, experto en poner adjetivos a los días y afinar el ojo cuando le pido cuarto kilo de lo que ronden mis intenciones. Un nuevo personaje, de tantos, que ha venido a cruzarse en mis pasos con la vergüenza y el arrojo de los genios, aquellos que permanecen anónimos y con el honor intacto, elegido por ellos mismos, lo cual les hace más grandes. Y no se me ha olvidado, desde el otro día, sus sabias palabras dedicadas al aire de un cuchitril hecho dispensario de alimentos, --¡Hay que asé lo que a uno le apetezca y le guste…!--, con ese acento cordobés que enamora…
Me hicieron falta unas horas para coger la pluma y ponerme a hacer lo que realmente me hace sentir vivo, escribir… y así será, si les parece, durante un tiempo, porque no está de más darle a los remos si así cometemos la imprudencia de llegar a algún sitio…
Señores, comienza…