martes, 10 de noviembre de 2009

Pesadillas...

A veces las pesadillas vuelven a nosotros en forma de pensamientos que mutilan un tanto si cabe lo que nos quede de dignidad, golpeándonos donde más nos duele. Y hay poco que hacer más que aprender y girar de rumbo, no vaya a ser que naveguemos eternamente entre tormentas y tempestades, lo cual lleva irremisiblemente a la zozobra de nuestro único navío...
Fue ya hace unas semanas y no he logrado desligarme de la imagen. A la puerta de un pequeño supermercado, un Sábado soleado aunque frío, de esos de Otoño, allí permanecía la protagonista de la historia. Una mujer de aspecto joven, limpia, con pantalón vaquero ajustado, zapatillas de deporte y chaleco atado a la cintura, como las niñas buenas que vienen de echar el rato con sus amigas sin maldades. Morena, de cuidada piel, con el pelo recogido en una cola pulcra y sencilla. Allí estaba, mirando a los ojos de los que entraban y salían, de pie, sin decir nada, mientras tendía su mano derecha con la misma naturalidad con la que cualquiera de nosotros la alzamos de pequeños para pedir calderilla a nuestros papaítos. Me sorprendieron sus ojos, encendidos en vergüenza, quizás por tener que insistir en aquella puerta, pidiendo para lo que fuera, que no es poco. Parecía tan normal que asustaba….

Y uno cae en la justificación rápida de creer que quien arrima la mano es siempre para malgastarlo en necedades, y así transcurrí por los pasillos del supermercado, junto a mi padre, intentando aliviar de alguna forma ese contraste inesperado, lo que parecía una niña “bien” pidiendo en silencio…

Pero aún no había terminado de llenar el carro mientras mi progenitor pagaba cuando pude percatarme que la chica hacía cola dos posiciones detrás de nosotros, sosteniendo entre sus brazos una caja de galletas, la más barata, y un bote de leche en polvo para bebés. No reaccioné, quedé perplejo…

Y me culpo, vaya si me culpo, pues me fui de allí sin más, con el carrito lleno de porquerías y el corazón sucio y triste. Quedé ensimismado, como uno de esos sueños en los que te ves incapaz de alcanzar a hacer lo correcto y despiertas aturdido, solo que, ésta vez, era real...

No vendrá a suceder en mí tanta indiferencia, lo juro ante vosotros. Y volveré, vaya si volveré, el primer día que pueda, para pagarle galletas de primera, leche de la cara y hasta algún que otro capricho, por mis carnes, aunque sean los últimos euros que asomen de mi bolsillo. Y hasta entonces, quizás demasiado tarde, no desaparecerá la pesadilla, con suerte…

3 comentarios:

Venhum dijo...

Como dices, es una escena que te trastoca un poco y que lamentablemente, no como sucede con las pesadillas, te la encuentras una y otra vez en cada entrada de supermercado: algunas veces en blanco y negro.
Me gusta tu blog.
Felicidades!

Anónimo dijo...

esplendido relato de lo que hacemos la gente normal cuando vemos cosas asi. al menos een ti ha crecido ese sentimiento. muchos ni lo tienen. no faltes a tu escritura.

Mariló dijo...

Si te vale de algo,me hace recordar tu escrito a una breve charla con el padre Laraña, que hablando del tema, me dijo que ya no se preguntaba para que sería el dinero de este o aquel que lo pedía,o si era bueno darselo o no,que le daba lo que podía sin más.Ahora pienso que seguramente a él tambien alguna vez, le habría creado esa especie de pesadilla algún pedigueño, No crees?