miércoles, 22 de junio de 2011

Frente al espejo...


Mime el silencio que un día no será elegido y todo será eso. Procure sonrisas las que pueda que lamentos han de llegar sin darse cuenta. Beba las lágrimas de alegría y de tristeza, de amores y pesadillas, que al menos es presente y se respira, pues no se siente el pasado cuando no queda futuro. Cuide de sus pasos, que una vez acaban ya no vuelven, y queda usted descalzado de vida y arropado de un leve recuerdo que no sabe a nada. Solo duerma cuando caiga exhausto, de besos y carcajadas, de versos que caen sobre el pecho, de buscar estrellas fugaces echado sobre la arena, de luchar a puño cerrado con el alma desnuda. Canse los sentidos de arte, de tocar el mar en un lienzo sin tocarlo, jugando a ser príncipe del cuento más hermoso, sin finales amargos ni matanzas entre hermanos. Hoy se debe a sí mismo, al infinito más humano que mezcla razones e intuiciones, al deseo que le desborda sin dejar de ser noble, porque el honor pervive en lo sincero por mucho que le griten. Distraiga la ira con gestos amables, que el dolor se clava y nunca huye, se destapa y le envenena. No permita envidias ni medianías, abrace la sutileza de pupilas enamoradas, sin coraje pero con bravura, sin vileza pero con desmesura. 

No espere, desespere, no quiera intriga ni drama, quiera acción y romance, pintar desenlaces distintos a trazos impacientes, con ternura y desvarío. Que no nos queda mucho, si acaso un camino más, apenas algo, más corto o más lejano, sigue siendo lo de menos. Por todo eso le pido brío, tensar las intenciones y las ganas de todo, dudar ni un momento, en saltar al vacío de los sentimientos, de la locura y la bella gracia. Que no es desgracia morir viviendo y es pecado vivir muriendo, que no es respetable estarse quieto, ni estar callado, ni comer poco ni beber demasiado. Que se trata de admirar al prójimo y no al reflejo, de estrechar la mano y no de calentar bolsillos. Que esto va de pedir al amigo y no hacia el cielo, de compartir lo que uno tiene y no dar limosna, de ser educado y no orgulloso, sin ser altivo pero desgarrado. No vale ya con escapar, pues le vendrá la muerte a buscar, mas no se apure, sin juicio ni infierno, sin llamas ni venganza, pero lidiará con su cara ante un espejo para preguntarse, ¿en qué he perdido el tiempo?, y podrás susurrar, maldito, “un poeta loco me lo dijo y jamás le hice caso…."

lunes, 20 de junio de 2011

Serenidad y sosiego...


Señores y señoras, ahora que ha pasado algo de tiempo y las aguas parecen calmadas y hasta algo distantes a nuestro oído. Ahora que el silencio de la noche inunda mi humilde cobertizo donde habito mis semanas colmadas de soledad, les quiero comentar un pensamiento que me lleva rondando unos días. No aspiro a más consuelo que al desahogo poniendo letra a la bombilla que se me enciende en la cabeza sobre palabras y sentimientos que creemos importantes de boquilla pero que no trabajamos como debiera si realmente nos importara tanto. Les hablo del concepto supremo, el único e inigualable, al que todo el mundo aspira y pocos parecen conseguir, la llamada Felicidad. Y ha sucedido por mi corta experiencia vital pero intensa, que de a poco le voy encontrando un sentido digno a esa palabra, fácilmente alcanzable para el que verdaderamente quiera y se respete. 

Y ahora esperarán que les defina la felicidad como un estado de plenitud anímica, estar contentos la mayor parte del tiempo, disfrutar de las cosas sin mesura, controlando cada variable de una vida que parece inabarcable para cualquier humano que se lo proponga. Otros dirán que la felicidad son momentos puntuales de éxtasis placentero. Nada de eso, y creo que ahí está el problema, amigos. Le adjudicamos una definición a la palabra felicidad que no es ni de lejos realista. Le pedimos al concepto demasiado, lo que hace muy difícil que ni siquiera atisbemos alcanzarlo. Como si para estar enamorado hubiera que estar con la mujer perfecta. No, yo creo que sería más cercano pensar que la felicidad es un estado general de sosiego, de serenidad, de un ánimo casi invariable de bondad con uno mismo y con el prójimo. No tanto lo intenso como lo extenso. No tanto la carcajada como la media sonrisa que permanece en el tiempo.  No se trata de elegir una ocupación sino de escoger un camino, no de llegar al final de cada etapa sino pararse a contemplar el paisaje, los olores que pasan desapercibidos para el que corre hacia la meta. Porque llegar terminamos llegando todos, no se apuren, pero parece más a la mano definir humildemente la palabra para poder identificarnos con ella, ya que de otra manera parece imposible su conquista. Y así con todo lo que nos rodea. 

Quizás si no sobrevaloráramos el término podríamos ser más los que decimos sin miedo al equívoco que somos plenamente felices, y posiblemente, de esa manera,  el mundo cambiaría en consecuencia. Porque no hay mujeres perfectas pero sí amores bellos y eternos, y esos son los que calan de verdad amigos míos, o al menos son los que a mí me interesan, los que debieran interesarnos a todos los que no huímos de nosotros mismos en esta época de desesperanza…