miércoles, 30 de enero de 2008


Bajo el manto de la unánime superficialidad con la que arropamos las apariencias, también hay un fondón casi insondable de donde emergen racimos completos de particularidades. Si te acercas a uno de esos puntos ajenos que con frecuencia nos pasan desapercibidos, puedes comprobar que el grado de similitud es muchísimo mayor que la obstinación en negarlo de cualquier orgullo. De ahí que el ejercicio de la humildad debería ser una asignatura obligatoria, por coherente, en el ejercicio diario de todos y cada una de nuestras distintas personalidades.
Pero lo cierto es que la realidad está tejida con una maraña piramidal que va de la ancha base, hasta la estrecha cúspide, por entre cuyo camino hay muchas violencias solapadas que no son sino las herramientas, traducidas en someros actos, de lo que entendemos por Sistema.
Cualquiera, pues, puede opinar de una libertad con mayúsculas que ha oído o leído en algún sitio, a la par que en su entorno diario no es más que una marioneta del destino que rinde usura al vasallaje. Un personaje mas, caricatura de si mismo, que a fuerza de costumbre ya ha perdido la ubicación de donde se sitúan las esencias.
De ahí que haya cómo una eutanasia subliminal de los instantes que deberían pertenecer al individuo, en pos de un alquiler macabro al poder absoluto de la mera mercancía. Por lo tanto, tras muchos años de obligación laboral con la que ha conseguido medio marear usted su supervivencia, también se percatará –y esto no es tan seguro- que le han ido vaciando con una sutileza bien empírica, que no es , sino, las siempre buenas formas que cualquier poder que se precie, detenta. O sea, en puridad, no habrá vivido, sino que será más bien un escombro vital que la oleada de la apariencia vuelve a traer, después de usar, hasta la orilla.
Y lo más penoso es que usted; aunque bien es cierto, sin tiempo para reflexionar, campará a sus anchas contento de si mismo...


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