viernes, 22 de enero de 2010

Sonrisas de motero...

Él no era de creer en esas cosas, ni mucho menos, pero si hay cielo, y en ese cielo hay taberna, lo imagino apoyado al final de la barra, con chaleco de cuero y patillas de rockabilly, mareando el vaso de aguardiente con la mirada perdida en alguna revista motera. Parecía duro el zagal, duro a huevos, aunque era sólo eso, fachada, pues a poco que le dedicabas un par de palabras el cabrón se perdía y te dejaba con la frase a medio acabar. Aguantaba carros y carretas, pero siempre con ese puntito humilde que lo hacía grande y querido, ya fuera soportando borrachuzos de tres al cuarto a altas horas o niñatos como nosotros dando la brasa con las bolas del billar, la vuelta de los cinco duros o la madre que nos parió. Ni un mal gesto, bien tenía mérito y paciencia el gachón con amigos y clientela...

Me acuerdo como si fuera hoy de una de las suyas, la del día que reunió lo suficiente para hacerse de una Harley y enseñarla por el pueblo una tarde de verano. Se pegó hasta bien entrada la noche paseando chavalería de aquí para allá, con la lágrima saltada y la sonrisa de oreja a oreja, como un niño con juguete nuevo. Al poco abrió su propia tasca, con los detalles justos, pero uno que a mí me hacía permanecer las horas muertas allí postrado. Se trataba de unas fotos que tenía en la pared, fotos la mayoría de los noventa, siempre con amigos cerca y el cubata en la mano, hechas en su día en quedadas de moteros que echaban la tarde en el campo o en la sierra. No le hacía falta mucho más que eso, su pequeño negocio y su burra, como decía. Su inocencia hasta en eso le delataba…

De esos tipos que no se les nota cuando están, pero que cuando faltan uno mira su banco vacío y extraña su presencia. No era de hacer chistes ni chascarrillos, ni simpático ni antipático, no destacaba en su oficio, la hostelería, dejando las baguettes a medio hacer y la cerveza mal tirada. No se las arreglaba para las cuentas, sabía lo justo de papeleo y licencias. Mas lejos de todo eso tenía algo, esa estrella que portan algunos bendecidos, esa luz que le hacía cálido y cercano a pesar de los pesares, y es por eso que cada fin de semana volvíamos, a su billar de tapete roído y taco gastado. Todo lo demás era lo de menos, para nosotros y para él, pues con ir sacando para gasolina y papeo, según murmuraba, bueno era. Poco más necesitaba…

Pero un día Ferrer se fue, en silencio, como hubiera querido. Su hígado dijo basta, joven, quizás cuarenta y tantos, si acaso, haciendo a mi generación un poco más huérfana de momentos auténticos y vivencias que merecen la pena. Y si lo pienso, hasta en eso fue genio, pues se fue como vivió, como y cuando quiso, dejándonos en testamento a cada uno una historia, a veces graciosa, a veces amable, suficiente para traer al fuego su honrado ejemplo y desear con fuerza con él reencontrarnos, en esa taberna, al final de la barra, aunque solo sea por preguntarle por su Harley y ver nacer de su rostro aquella inocente y honesta sonrisa, la misma que aún muchos recordamos tanto como echamos de menos aquí, por estos nuestros lares...

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Kike, lo primero que hago al llegar al trabajo sabes que es mirar lo que has escrito. esta persona me recuerda a un amigo mio que ya falta tambien que se marcho en silencio pero que dio a todos los que conocimos mucho en vida. con tus palabras me he visto a mi mismo lo que le diria si pudiera hablarle. gracias kike. me has emocionado a esta hora de la mañana. un fuerte abrazo.juan

TITA INMA dijo...

¡¡¡¡ GENIAL!!!

Anónimo dijo...

perfecta descripcion de ferrer. con sus cosas y sus despistes se le sigue echando de menos.

águeda dijo...

muy bonito kike!!... siempre estará vivo en nuestro recuerdo

Mariló dijo...

Buenisimo.
Bonito recuerdo para alguien que ya no está.

águeda dijo...

gracias mariló!! jeje