miércoles, 20 de enero de 2010

Esas barbas blancas...

Llamaba la atención. Dos chavales vestidos de reyes magos, con sus largas barbas blancas, quince días después de las Navidades, pero ahí estaba la gracia. En su furgoneta aparcada rezaba el eslogan “más vale llegar tarde…”. Al poco lo entendí todo, se trataba de las típicas asociaciones que recogen ropa y muebles, lo que sobra al primer mundo, con el fin de ayudar a gente intentando salir del cruel mundo de las adicciones. Lo del eslogan y los trajes era a modo de guasa, marketing de barrio para buscar la sonrisa del vecino y predisponer para soltar guita o lo que fuera. Parecía funcionar, desde luego. Pero lo mejor no fue eso, lo mejor fue que en diez minutos pude identificar dos héroes anónimos, de esos que me gustan tanto y que alimentan de cuando en cuando estas líneas de entre semana…

Y es que están los héroes que se suben a estrados y reciben aplausos, con el ego por las nubes por tanta fanfarria y tanta muchacha dispuesta al magreo. Y después están los otros, que son los que más abundan, héroes anónimos de chaleco descosido y mirada inocente, hartos de lidiar con buenos y malos, sin tiempo para curar cicatrices cuando de nuevo otra herida asoma en la pechera. Esos son los héroes que a mi me enamoran, los que conoces de su valentía por los hechos y las palabras, esos hombres de los de antes que pasean el orgullo justo para que no le anden maltratando una dignidad ya de por sí roída de tanta desventura, pero que no dudan en regalar cien mil gestos de cariño por nada, sin miramientos. A ellos son los que tengo más estima, aunque muchos no lo sepan, y por eso procuro cuidarlos si está en mi mano hacerlo, aunque sea en forma de cuatro letras y alguna mirada cómplice, pues poco más tengo...

Y dos de esos héroes los tuve cerca esta mañana, y es que me impresionó la alegría de aquellas dos personas, la humildad con la que hacían su trabajo, obsequiando con chascarrillos y sonrisas a cualquiera que contribuyera con lo que pudiera. Pocos se acercaban, y tampoco es que hiciera falta, pues ellos mismos arrastraban de sus infames capas y persuadían al más pintado, bajando al poco cargado de enseres y bolsas llenas de zapatos y prendas. Así quedé un rato, postrado ante ellos y su forma de ganarse a quien fuera, nada de chistes fáciles ni torcer el gesto. Su sencillez y espontaneidad hacían el resto para que la típica señora se convenciera y diera en caridad algo que le sobrara, nada más y nada menos...

Quedé impactado por la escena, pero más aún por sus ojos bebidos en esperanza por salir definitivamente del infierno de la droga, respirando con fuerza, como nunca antes, conscientes de lo que pasaron y lo que aún les queda. Fue un descubrimiento impresionante sentir cerca la alegría que desprendían a pesar de todo, de las noches en medio de la nada, perdidos, sin nadie cerca y con la conciencia humillada. Sonreir después de tanto, de sentir mil punzadas al oir llorar a sus madres, desconsoladas por una vida que ya no era vida, perdiendo las riendas de todo, de los amigos, de la novia, de ellos mismos. Y sin poder hacer nada más que dejarse llevar y esperar un final temprano, deseando la muerte a veces, de eso estoy seguro...
Todo ese pasado ví en la sonrisa de esos dos chavales, alejados de aquel abismo porque un día decidieron agarrarse bien fuerte a la vida y luchar con la poca fuerza que tenían a mano. Y que quieren que les diga amigos mios, esa gente me toca la fibra sensible y me hacen permanecer inmóvil, así muy quieto, ante ellos, pareciendo imbécil, como los niños cuando le ponen delante a un rey mago y quedan embobados con esa barba blanca que nunca termina, ni puñetera falta que hace…

3 comentarios:

águeda dijo...

impresionante la parrafada de hoy!! gracias por escribirnos cada dia!! un beso mu grande

Mariló dijo...

cúanto más largo es tu relato, más dsfrutamos.
un beso

Anónimo dijo...

me ha encantado tu relato kike. ana