lunes, 21 de diciembre de 2009

Carlos y su mundo...

Te lo encuentras a menudo. Se llama Carlos, ronda los cincuenta, peina canas y perdió la sonrisa hace tiempo. Hizo Derecho en la Complutense de Madrid, dirigiendo después con destreza un bufete de abogados en Gran Vía que era la envidia del colectivo. Movía el culo en un Mercedes negro, vestía zapatos a la última y miraba la hora en un reloj de oro importado de Suiza, regalo de un cliente agradecido. Regía con señorío y disponía con esmero. Disfrutaba de una vida cómoda, con los niños estudiando en los mejores colegios y la esposa bien atendida. Los horarios no eran problema, la oficina marchaba bien y la cuenta corriente nunca pasaba frío, siendo raras las tensiones y menos aún las estrecheces de cualquier tipo. Pero un día todo cambió, de forma inesperada. Una tarde volvió a casa antes de lo previsto y advirtió la presencia de alguien conocido en su dormitorio, además de su esposa. Era su socio de negocios, vecino de la infancia y compañero de fatigas de facultad, confirmando lo inimaginable hasta entonces, traición y adulterio entre cuatro paredes, matando en vida un buen hombre. La mañana siguiente, aún con la mirada perdida y el corazón paralizado, recibía en mano la denuncia de un juzgado de lo penal que le informaba de un delito de daños, adjuntado fotos y partes médicos. Los ejecutores del atraco contra la lealtad, amigo y esposa, habían sido más rápidos, y, aprovechando la desazón y el desconcierto, idearon la manera de zafarse del embrollo, inventando declaraciones y falsos testimonios, jugando a todo o nada, y ganando. Era lo de menos para Carlos, ya no había consuelo posible. Lo perdió todo, casa, dinero, joyas, esposa, amigo, y hasta hijos, pues éstos fueron advertidos de la supuesta agresión y se posicionaron del lado de los malos, como pasa casi siempre, quedando destinado a vivir eternamente en la angustia de no tener nada, bajo la maldición de no ser amado por nadie…
-Y es que hay heridas que no cicatrizan-, me dice Don Rafael, el frutero, señalándome a Carlos en la otra acera, vagabundo de manta y cartón de vino, apostado semana sí semana no en los soportales de alguna vivienda hasta que es echado, acompañado de un noble chucho que parece conocer lo triste de su leyenda. Son pocos en el barrio los que conocen su pasado y muchos los que miran para otro sitio cuando reparte improperios en plena resaca, entre los que yo mismo me contaba hasta hace bien poco, desconfiado de sus gestos agresivos y desesperados hasta que supe de sus penas. Ahora sé, cada vez que paso a su lado, que tras esos ojos vacíos hay un zurrón de historias, buenas y malas, pero dignas de ser contadas, y para eso dispongo mi pluma, firme y brava, aunque solo sea porque me absuelva por todas las veces que pasé casi rozándole y le creí merecedor de soledad y misería. Aunque sólo sea, escuche, por devolverle la vida de nuevo a esos ojos que dicen ahora, para mí, tanto…

9 comentarios:

Tita Inma dijo...

Impresionante historia, pero... ¿es imposible que tenga otro final???. Tita Inma

Anónimo dijo...

la cruda realidad, oojala fuera real que pudiera tener otro final, pero en la mayoria de los casos asi es.ana

Anónimo dijo...

emocionante.marina

Anónimo dijo...

Siempre pienso que detrás de cada persona hay muchas historias, ninguna igual que otra, independientemente de cómo sea esa persona. Y tu sabes encontrar la historia de cada uno....

Muchos besitos!

Anónimo dijo...

Siempre pienso que detrás de cada persona hay muchas historias, ninguna igual que otra, independientemente de cómo sea esa persona. Y tu sabes encontrar la historia de cada uno....

Muchos besitos!

juan dijo...

deberiamos reflexionar un poco y dejar de lado los prejuicios. ahora mas que nunca en navidad debemos ser buenas personas. la historia de carlos es una de tantas. feliz navidad y mis deseos mejores para 2010

Anónimo dijo...

Impresionante historia

Mariló dijo...

Muy bueno.
Cuánto mal nacido se han aprovechado de la buena fe de la gente y de las leyes!!!

Féliz navidad a todos los blogueros de kike.Un beso.

Anónimo dijo...

Triste si, y cierto, muy cierto que existen muchas de esas historias a nuestro alrededor...Yo misma, pude comprobarlo cdo a penas era una adolescente. Paseaba con mis amigos, me dirigía a un centro comercial y allí, a lo lardo de unas escalinatas se encontraba tirado un hombre, así como Carlos, echando sangre por boca, nariz y brazos. Se ve que había tropezado debido a la ingesta de cerveza o a saber...Entonces, me quedé inmovil, por un momento pensé e seguir mi camino, como lo habían hecho el resto de mis amig@s, miré a su alrededor y la gente pasaba a su lado sin a penas mirarlo, el hombre podría estar muerto, sin embargo, a nadie le importaba. Entonces me acerqué, le tomé de la mano para que pudiera incorporarse y le dí varios pañuelos de papel para que se limpiara la sangre...Tb le di agua, pese a que el me pidio más cerveza! Entonces, me senté a su lado para cerciorarme que no volvería a marearse y comenzó, casi sn preguntarle, a contarme su triste y desgraciada historia...Me quedé herida y jamás volví a mirar a estas personas con indiferencia...Aprendí una dura lección..
MAría Vázquez.