lunes, 16 de noviembre de 2009

Tuneros y tunantes...

Los que me conocen saben que no soy demasiado de canturreos y bailes trasnochados, pero sé reconocer el buen gusto. No alzo la voz si no es necesario y me disgusta la falta de respeto, a pesar de aquellos que se empeñan en justificar cada panoplia, si no le toca de cerca, claro. Es el caso, fue el Sábado, a eso de las 4 de la mañana, con las brujas dormidas y el gato en su cesta, a esas horas donde Morfeo es el Rey y el silencio su esclavo preferido. Allí me encontraba, tirado en el sofá sin ganas de nada, luchando contra ese insomnio que me persigue con crudeza. Pero justo cuando tenía la pose y sucumbía a los brazos del divino, con trabajito y esmero, unas voces chillonas que venían de la calle me desvelaron con sus cantinelas horrendas y desatinadas. Quedé boca arriba, con los ojos abiertos en plato, esperando que acabara el festival de los tenores para darme al pairo, pero nada. Acabó una, y otra, y otra, hasta que no pude más y acudí raudo al balcón para soltar bendiciones por la boca cual Julieta ante su amado Romeo, que en este caso no era uno sólo, más quisiera. Romeo venía acompañado por Juan Tenorio, Juan de Marco, la Corte de San Felipe el Hermoso, que ni era santo ni hermoso, y la patulea burguesa del Motín del Prado, por si era poco. Allí estaban todos, recitando Cielito Lindo con menos gracia que las niñas de Zapatero, dándolo todo. Y acababan, y volvían. Y No te Vayas Todavía… No te vayas por favó… y todo el repertorio de bodas, bautizos y comuniones aderezados con las palmas de los allí presentes. Eran tunantes, tuneros, o como Dios quiera que se les llame, con media guitarra y la voz perdida, embutidos en mallas indignas y con la capa roída de dar tanto tumbo por las aceras al pasear la mona cogorciana. Ni rastro de aquellos maestros del ligoteo de doncellas, duchos amadores en noches furtivas donde el premio era la conquista y el aplauso. Nobles de espada y escudo grabado a fuego en el pecho. Ya de esos no quedan. Ahora los tenemos bebiditos en mollate y con la bragueta bajada, de ojeras y melena descuidada. Mal vamos amigo… Y para colmo de males, vienen a darme la vara de cuando en cuando, debajo de mi casa, como si el destino supiera que tengo la pluma desgastada de atizarles, a ellos y todos los que deshonran lo que antaño fue santo y seña de hermandades y reuniones. Pero aquí seguiré dando estopa, me dejen o no echar la siesta, pues las tragaderas las tengo anchas pero el estilete bien afilado, que es lo único que me va quedando, después de todo, para dar de refilón a Romeos de cuarta, borregos sin pastores y la santa madre que los parió a todos…

1 comentario:

Anónimo dijo...

estas pletorico