martes, 19 de mayo de 2009

Gente especial...

Me lo contaba Ana, mi compañera de fatigas académicas, con los ojos humedecidos, mientras se acababa el café que acostumbra a saborear antes de entrar en clase. Ana siempre fue un alma comprometida, de esas personas que nunca son del todo felices si alguien cercano anda jodido. Los que la conocen saben de su altruismo, a veces enfermizo. “…Pon la mano de vez en cuando…”, le digo para sacarle un gesto amable en su rostro castigado. Ana viene trabajando desde hace un tiempo en un colegio de niños deficientes mentales, les ayuda a conocerse y expresarse en una labor que requiere paciencia de santo y destreza de orfebre, virtudes que rebosan en nuestra protagonista. Me decía que estuvo el fin de semana en los Campeonatos Andaluces de Atletismo para niños “Especiales”, palabra que desterraría del diccionario humano sin dudarlo. Tocaba la final de los cien metros, diez personitas ilusionadas se preparaban para la salida, conscientes de que en las gradas animaban familiares orgullosos de cada uno de ellos. Querían ganar, desde luego, quizás por el simple hecho de reverdecer la sonrisa de unos padres felices de ver su hijo levantando los brazos. Pero iba a ser aún mejor…
Comenzó la carrera, todos salieron disparados como pudieron, menos uno, un chaval de aspecto frágil que al poco de dar unas zancadas tropezó con sus propias zapatillas y cayó al piso, empezando a gemir desconsolado.
No pasó un solo segundo, los demás miraron hacia atrás, se detuvieron y regresaron, todos… Le ayudaron a levantarse y caminaron juntos hacia la meta, rodeando al chico que segundos antes estaba en el suelo. Dice Ana que el público, en pie, rompió a aplaudir mientras las lágrimas asomaban en los ojos de todos y cada uno de los que asistieron a tal milagro. Y uno piensa, y no es en balde, si los “especiales” somos todos los demás, hijos de un Dios distinto que olvidó tatuar el gen de la nobleza en nuestras carnes, pero que roció de osadía ignorante nuestro espíritu. Y ahora, bien ponderado lector, explíqueme usted, si no le importa, quíen tiene el retraso, si el que tiende la mano al desvalido que llora desconsolado, o el que vende al vecino por dos barras de pan y una onza de manteca colorá, como su vergüenza…

8 comentarios:

Anónimo dijo...

hoy solo tengo que decirte, que has conseguido hacerme llorar...

Anónimo dijo...

gracias kike por tu historia, nos hace reflexxionar

Anónimo dijo...

mal vamos compañero

Anónimo dijo...

joé, vaya lección...
María Vazquez

Tita Inma dijo...

Efectivamente sobrino, opto por seguir considerándolos especiales, pero no por su deficiencia, llamada ahora "intelectual", sino porque TODOS NOSOTROS somos indignos de entrar en su mundo; estamos demasiados intoxicados, y perturbariamos su evidiable felicidad. Tita Inma

Anónimo dijo...

Vuelco al corazón...ojalá este tipo de sucesos fuesen cosas cotidianas

Mariló dijo...

Cuánta humanidad! Que gesto tan hermoso! Y tanto que son ESPECIALES.

repsornaiuss dijo...

a veces pienso que si no existieran ellos/as y sus inocentes vidas, nunca nos dariamos cuenta de lo malas que son algunos/as que pasan por la vida escondiendo la mano.