Usted será más feliz al final de este relato. Me arriesgo a asegurarlo. Porque aún no sabe escucharse debidamente y eso le tiene atormentado. Porque no se conoce lo suficiente y no termina de amarse. La realidad es que nunca se ha prestado atención. Muchas noches ha pensado en dejarlo todo, en abandonar antes de tiempo. Pero para eso vengo yo ahora, a descubrirle su propia alma, esa que tiene tan descuidada y falta de cariño.
Imagina que un día despiertas y eres invisible, no llegaste a nacer siquiera. Miras a tu familia, tus padres y hermanos. Ahí están, en un almuerzo de domingo, alrededor de la mesa de siempre, callados, cada uno a lo suyo. Reparas en tu silla, donde siempre te sentaste de pequeño, vacía. Y como jamás estuviste no sabes nada de ellos, parecen desconocidos. Te paras a observarlos. No reconoces sus caras ni sabes de sus vidas, de sus inquietudes, de sus gustos. Solo les ves ahí en torno a la mesa, sin decir palabra. Tu madre no es la misma, no sonríe. Tu padre está distinto, más viejo y entristecido. Ellos no te conocieron, porque no exististe, pero sienten que algo no encaja. Echan de menos a alguien y no lo saben…
Ahora sales de casa. Visitas ese rincón donde quedabas con tus amigos. Allí están todos tranquilos. Ni una carcajada, ni un chascarrillo. Mucho silencio incómodo y un reloj que marca lento los minutos. Y de a poco todos se van yendo, sin despedirse, antes de que el Sol caiga, hasta que queda el último, tu mejor amigo, serio como nunca lo viste. Sereno y sin secretos que contar al infinito, hasta que marcha.
Es de noche y buscas a tu novia. Está en su puerta sentada, esperando a alguien. La ves desmejorada, ya no es tan guapa. No se maquilla demasiado y sus ojos no dicen nada. Te parece distante, lejana. Desconoces si terminó estudiando lo que quiso, si le gusta la playa o la montaña, si pretende criar los hijos o esperar más adelante. Ya no sabes a qué huele ni de sus escalofríos cuando le susurrabas. Parece una más de tantas. Ni esa luz ni esa ganas de besarla. Al poco aparece alguien en su coche que la recoge. Alguien sin rostro quien apenas repara en ella.
Y ahora quedas solo allí sentado, viendo gente pasar sin que nadie se percate de tu presencia, y así pasan las horas y los días. Hasta que te vas haciendo cada vez más pequeño y terminas desapareciendo.
Ahora despiertas. Ha sido un sueño. Estás en tu cama. Tu madre te ha llamado para comer. Te hacen bromas tus hermanos, todos hablan, tu padre te pregunta por los estudios, tu madre te aparta el puchero mientras cuenta el cotilleo de la vecina. Te has sentado en esa silla que viste en sueños y te sabes partícipe de la alegría de tu casa. Formas parte de algo verdadero y humano. La familia nunca falla. Vuelven a ser ellos y tú los ves de otra manera.
Y llamas a tus amigos para ir a vuestro rinconcito, el de siempre. Se escuchan las carcajadas de lejos, los chistes fáciles y los juegos de pelota. Las horas son minutos y nadie quiere irse. Hasta que la ves aparecer a lo lejos. Una mujer bella que cuando cruza su mirada con la tuya todo se para. Ella sonríe, tú te pones nervioso. Le coges de la mano y sientes tu piel suave, te besa y te murmura, y crees que el universo es tuyo de nuevo.
Y terminas por caer en la cuenta que tu mundo no sería ni parecido si faltaras. Que si una vez pensaste en desaparecer te llevarías contigo momentos y sensaciones que no solo te pertenecen a ti. Y te vuelves a sentir protagonista de tu vida, pero no como una frase hecha y sí como un sentimiento real de que la existencia depende en gran medida de las cosas que hacemos a nuestro alrededor y que seguro se nos devuelve elevado a la máxima potencia. Y al final acabas entendiendo que la felicidad no es más que ver en los demás partes de uno mismo, y que no hay orgullo más humilde que comprobarlo con nuestros propios ojos y disfrutarlo, quizás lo único que nos llevaremos al otro barrio cuando todo este circo acabe, quién puede saberlo…