jueves, 14 de julio de 2011

Lo que nos llevamos...


Usted será más feliz al final de este relato. Me arriesgo a asegurarlo. Porque aún no sabe escucharse debidamente y eso le tiene atormentado. Porque no se conoce lo suficiente y no termina de amarse. La realidad es que nunca se ha prestado atención. Muchas noches ha pensado en dejarlo todo, en abandonar antes de tiempo. Pero para eso vengo yo ahora, a descubrirle su propia alma, esa que tiene tan descuidada y falta de cariño.

Imagina que un día despiertas y eres invisible, no llegaste a nacer siquiera. Miras a tu familia, tus padres y hermanos. Ahí están, en un almuerzo de domingo, alrededor de la mesa de siempre, callados, cada uno a lo suyo. Reparas en tu silla, donde siempre te sentaste de pequeño, vacía. Y como jamás estuviste no sabes nada de ellos, parecen desconocidos. Te paras a observarlos. No reconoces sus caras ni sabes de sus vidas, de sus inquietudes, de sus gustos. Solo les ves ahí en torno a la mesa, sin decir palabra. Tu madre no es la misma, no sonríe. Tu padre está distinto, más viejo y entristecido. Ellos no te conocieron, porque no exististe, pero sienten que algo no encaja. Echan de menos a alguien y no lo saben…
Ahora sales de casa. Visitas ese rincón donde quedabas con tus amigos. Allí están todos tranquilos. Ni una carcajada, ni un chascarrillo. Mucho silencio incómodo y un reloj que marca lento los minutos. Y de a poco todos se van yendo, sin despedirse, antes de que el Sol caiga, hasta que queda el último, tu mejor amigo, serio como nunca lo viste. Sereno y sin secretos que contar al infinito, hasta que marcha.

Es de noche y buscas a tu novia. Está en su puerta sentada, esperando a alguien. La ves desmejorada, ya no es tan guapa. No se maquilla demasiado y sus ojos no dicen nada. Te parece distante, lejana. Desconoces si terminó estudiando lo que quiso, si le gusta la playa o la montaña, si pretende criar los hijos o esperar más adelante. Ya no sabes a qué huele ni de sus escalofríos cuando le susurrabas. Parece una más de tantas. Ni esa luz ni esa ganas de besarla. Al poco aparece alguien en su coche que la recoge. Alguien sin rostro quien apenas repara en ella.

Y ahora quedas solo allí sentado, viendo gente pasar sin que nadie se percate de tu presencia, y así pasan las horas y los días. Hasta que te vas haciendo cada vez más pequeño  y terminas desapareciendo. 

Ahora despiertas. Ha sido un sueño. Estás en tu cama. Tu madre te ha llamado para comer. Te hacen bromas tus hermanos, todos hablan, tu padre te pregunta por los estudios, tu madre te aparta el puchero mientras cuenta el cotilleo de la vecina. Te has sentado en esa silla que viste en sueños y te sabes partícipe de la alegría de tu casa. Formas parte de algo verdadero y humano. La familia nunca falla. Vuelven a ser ellos y tú los ves de otra manera.

Y llamas a tus amigos para ir a vuestro rinconcito, el de siempre. Se escuchan las carcajadas de lejos, los chistes fáciles y los juegos de pelota. Las horas son minutos y nadie quiere irse. Hasta que la ves aparecer a lo lejos. Una mujer bella que cuando cruza su mirada con la tuya todo se para. Ella sonríe, tú te pones nervioso. Le coges de la mano y sientes tu piel suave, te besa y te murmura, y crees que el universo es tuyo de nuevo.

Y terminas por caer en la cuenta que tu mundo no sería ni parecido si faltaras. Que si una vez pensaste en desaparecer te llevarías contigo momentos y sensaciones que no solo te pertenecen a ti. Y te vuelves a sentir protagonista de tu vida, pero no como una frase hecha y sí como un sentimiento real de que la existencia depende en gran medida de las cosas que hacemos a nuestro alrededor y que seguro se nos devuelve elevado a la máxima potencia. Y al final acabas entendiendo que la felicidad no es más que ver en los demás partes de uno mismo, y que no hay orgullo más humilde que comprobarlo con nuestros propios ojos y disfrutarlo, quizás lo único que nos llevaremos al otro barrio cuando todo este circo acabe, quién puede saberlo…

miércoles, 6 de julio de 2011

El grafitero borracho...


Vengo a toparme cada mañana que voy a la Asociación con un muro grafiteado  que, en una esquina, reza una frase de la Biblia, “la salvación está en tí”. Nunca le había dado mayor importancia. Me hacía gracia imaginarme el tipo de resaca que un individuo tenía que llevar para pararse a escribir a lápiz esa frase milenaria entre dibujos grandilocuentes de colores chillones esparcidos con spray. Pero hoy caí en la cuenta de una leyenda que hace tiempo escuché y que quizás tenga que ver con esas letras semiborradas de aquella pared, y permitirán que se las relate si es que no la conocen…

Cuenta la historia que un alpinista afamado intentaba por tercera vez alcanzar una cima de los Alpes que se le resistía. Las previsiones del tiempo eran propicias y todo apuntaba a que haría cumbre a media tarde. Los primeros tramos no supusieron dificultad alguna, aunque una voz interior, quizás la voz de la experiencia, le decía en repetidas ocasiones que no siguiera caminando, que no tenía sentido jugarse la vida por una terquedad insensata. Pero siguió subiendo a pesar de todo, confiado en sus fuerzas y en un cielo sin nubes que no hacía presagiar desgracia alguna. 

Pero ocurrió lo inesperado. Nuestro alpinista permanecía encaramado a un risco a cientos de metros,  sujeto a su piolet, divisando ya la cima a lo lejos, cuando un viento de altura hizo cerrar el horizonte de nubes y de pronto empezó a nevar con fuerza. El escalador permanecía anclado a la pared cuando, de repente, el saliente sobre el que sostenía su arnés se vino abajo, cayendo hacia el vacío en lo que sería una muerte segura en todos los casos. Durante la caída, nuestro amigo esperaba el golpe seco que daría final a su vida, pero, en medio de la avalancha, pudo alcanzar una pequeña soga de su equipo que caía al mismo tiempo que él. La empuñó bien fuerte pensando que quizás tuviera alguna oportunidad si esa soga quedaba atada por suerte en alguna piedra. Y así fue. Repentinamente, se paraba en seco su caída y quedaba suspendido en el aire mientras le seguía cayendo encima una nieve que le cegaba la vista. Y así se le hizo de noche. Se había salvado, por ahora. Solo le salvaguardaba de la muerte un pequeño nudo y su propia mano, solo eso hasta que algún equipo de rescate pudiera localizarlo quizás a la mañana siguiente. 

En esa noche, que parecieron mil eternidades, cuenta nuestro alpinista que de nuevo una voz le sobrevenía a la cabeza. Una voz tenue que le imploraba que se soltase, que aquel esfuerzo no tenía sentido, que había que acabar con aquella espera insoportable. Pero el escalador intentaba pensar en otra cosa, tarareando canciones para distraerse al tiempo que sentía su mano ya congelada. Hasta llegó a hacer otro nudo con tal de no desengancharse, agarrado a las pocas posibilidades de sobrevivir que tenía. 

Todavía no clareaba un nuevo amanecer cuando el equipo de rescate lo encontró. Lamentablemente, él pierde su mano, por la presión que la soga ejercía y que no le dejaba fluir la circulación, pero salva la vida. Una vida que debería haber salvado instantáneamente, pues cuando la patrulla lo localiza, lo encuentra colgando únicamente a veinticinco centímetros del suelo. Si él hubiera escuchado, por dos veces, su voz interior, la que le instaba a no subir la montaña  aquel día, y la siguiente, que le animaba a soltarse y acabar con todo aquello, habría saldado la aventura sin nada que lamentar más que un reto inacabado y una pequeña cicatriz en la piel si acaso.

Nos enseña esta historia amigos, ahora más que nunca, en esta época de retos que tenemos por delante, que la más maravillosa de las osadías no es llegar a la cima, tampoco romper con todo y tirarse al vacío. El mayor de los retos es escucharnos verdaderamente a nosotros mismos, saber oírnos y comprendernos logrando así la serenidad necesaria para afrontar cualquier montaña que se nos ponga por delante, que no será ya nada a partir de entonces. Porque quizás aquel loco que dijo que la salvación estaba en nosotros mismos quizás no iba nada desencaminado, y, tal vez, el que tuvo a bien escribirlo en aquella esquina del muro ya por fin lo había entendido, siendo yo ahora el único borracho, de ignorancia y desvergüenza como poco…

miércoles, 22 de junio de 2011

Frente al espejo...


Mime el silencio que un día no será elegido y todo será eso. Procure sonrisas las que pueda que lamentos han de llegar sin darse cuenta. Beba las lágrimas de alegría y de tristeza, de amores y pesadillas, que al menos es presente y se respira, pues no se siente el pasado cuando no queda futuro. Cuide de sus pasos, que una vez acaban ya no vuelven, y queda usted descalzado de vida y arropado de un leve recuerdo que no sabe a nada. Solo duerma cuando caiga exhausto, de besos y carcajadas, de versos que caen sobre el pecho, de buscar estrellas fugaces echado sobre la arena, de luchar a puño cerrado con el alma desnuda. Canse los sentidos de arte, de tocar el mar en un lienzo sin tocarlo, jugando a ser príncipe del cuento más hermoso, sin finales amargos ni matanzas entre hermanos. Hoy se debe a sí mismo, al infinito más humano que mezcla razones e intuiciones, al deseo que le desborda sin dejar de ser noble, porque el honor pervive en lo sincero por mucho que le griten. Distraiga la ira con gestos amables, que el dolor se clava y nunca huye, se destapa y le envenena. No permita envidias ni medianías, abrace la sutileza de pupilas enamoradas, sin coraje pero con bravura, sin vileza pero con desmesura. 

No espere, desespere, no quiera intriga ni drama, quiera acción y romance, pintar desenlaces distintos a trazos impacientes, con ternura y desvarío. Que no nos queda mucho, si acaso un camino más, apenas algo, más corto o más lejano, sigue siendo lo de menos. Por todo eso le pido brío, tensar las intenciones y las ganas de todo, dudar ni un momento, en saltar al vacío de los sentimientos, de la locura y la bella gracia. Que no es desgracia morir viviendo y es pecado vivir muriendo, que no es respetable estarse quieto, ni estar callado, ni comer poco ni beber demasiado. Que se trata de admirar al prójimo y no al reflejo, de estrechar la mano y no de calentar bolsillos. Que esto va de pedir al amigo y no hacia el cielo, de compartir lo que uno tiene y no dar limosna, de ser educado y no orgulloso, sin ser altivo pero desgarrado. No vale ya con escapar, pues le vendrá la muerte a buscar, mas no se apure, sin juicio ni infierno, sin llamas ni venganza, pero lidiará con su cara ante un espejo para preguntarse, ¿en qué he perdido el tiempo?, y podrás susurrar, maldito, “un poeta loco me lo dijo y jamás le hice caso…."

lunes, 20 de junio de 2011

Serenidad y sosiego...


Señores y señoras, ahora que ha pasado algo de tiempo y las aguas parecen calmadas y hasta algo distantes a nuestro oído. Ahora que el silencio de la noche inunda mi humilde cobertizo donde habito mis semanas colmadas de soledad, les quiero comentar un pensamiento que me lleva rondando unos días. No aspiro a más consuelo que al desahogo poniendo letra a la bombilla que se me enciende en la cabeza sobre palabras y sentimientos que creemos importantes de boquilla pero que no trabajamos como debiera si realmente nos importara tanto. Les hablo del concepto supremo, el único e inigualable, al que todo el mundo aspira y pocos parecen conseguir, la llamada Felicidad. Y ha sucedido por mi corta experiencia vital pero intensa, que de a poco le voy encontrando un sentido digno a esa palabra, fácilmente alcanzable para el que verdaderamente quiera y se respete. 

Y ahora esperarán que les defina la felicidad como un estado de plenitud anímica, estar contentos la mayor parte del tiempo, disfrutar de las cosas sin mesura, controlando cada variable de una vida que parece inabarcable para cualquier humano que se lo proponga. Otros dirán que la felicidad son momentos puntuales de éxtasis placentero. Nada de eso, y creo que ahí está el problema, amigos. Le adjudicamos una definición a la palabra felicidad que no es ni de lejos realista. Le pedimos al concepto demasiado, lo que hace muy difícil que ni siquiera atisbemos alcanzarlo. Como si para estar enamorado hubiera que estar con la mujer perfecta. No, yo creo que sería más cercano pensar que la felicidad es un estado general de sosiego, de serenidad, de un ánimo casi invariable de bondad con uno mismo y con el prójimo. No tanto lo intenso como lo extenso. No tanto la carcajada como la media sonrisa que permanece en el tiempo.  No se trata de elegir una ocupación sino de escoger un camino, no de llegar al final de cada etapa sino pararse a contemplar el paisaje, los olores que pasan desapercibidos para el que corre hacia la meta. Porque llegar terminamos llegando todos, no se apuren, pero parece más a la mano definir humildemente la palabra para poder identificarnos con ella, ya que de otra manera parece imposible su conquista. Y así con todo lo que nos rodea. 

Quizás si no sobrevaloráramos el término podríamos ser más los que decimos sin miedo al equívoco que somos plenamente felices, y posiblemente, de esa manera,  el mundo cambiaría en consecuencia. Porque no hay mujeres perfectas pero sí amores bellos y eternos, y esos son los que calan de verdad amigos míos, o al menos son los que a mí me interesan, los que debieran interesarnos a todos los que no huímos de nosotros mismos en esta época de desesperanza…

jueves, 28 de abril de 2011

Una raza, una bandera...


Nos han hecho bajar la mirada al suelo y sentir la derrota en lo más profundo. Nos han tenido a merced todo este tiempo de la imposición que jamás se discute y la buena educación del que no se planta en rebeldía. Han sugerido que callemos y asintamos a quien manda, porque dicen ser los elegidos del pueblo y eso les hace confiscar cualquier desacato. Pero hasta aquí hemos llegado. Hoy le pongo voz a los padres de familia que no encuentran  ninguna salida, a los jóvenes sin trabajo que ven lejano el sueño de una existencia digna, a los que venden su sombra por un empleo precario que no se lo cree nadie. Hoy no me queda más remedio que  ser la pluma de quien se manifiesta en la calle por un mundo diferente, del que alza el puño ante las desigualdades y lo grita sin vergüenza. De la mujer trabajadora que lucha por sus derechos y del tendero al que le hacen la vida imposible con leyes absurdas. 

Hoy les pertenece este espacio para ser juez y parte, matar la inconsciencia de nuestros días con el fervor más consciente. Dar un paso adelante y no consentir lo que no se puede. Decir basta mirando a los ojos de quienes nos gobiernan. Porque ya no vale con permanecer a un lado y seguir respirando. Cada vez somos más los que no estamos dispuestos a soportar  tantas humillaciones a la inteligencia. Ya no nos conformamos con cuatro fiestas que disipen las ganas de lucha y un partido el domingo para calmar nuestra ira. Se han terminado los votos de confianza y poner buena cara al vecino. Se ha acabado el mirar para otro lado y convivir con la miseria, huir de nuestra tierra por alcanzar un futuro diferente y decir adiós todo lo que queremos cerca. Aquí justo nos plantamos los que no se sienten libres, los bebidos en coraje porque vieron morir las oportunidades en manos de los mismos.

Sepa usted que a la vuelta de la esquina hay un submundo lleno de pobreza y corazones cautivos que tiene que acudir a comedores sociales a pesar de portar un titulo bajo el brazo. Al volver la calle hay voluntarios que se parten el alma poniendo un poco de puré y amor en una vieja taza para un ser humano que ya no cree en nada. Es por eso que es necesario que abra los ojos en este instante, ahora es el momento, por más que sea usted de los pocos que tiene el viento de cara. Es hora de elegir bando y asumir las consecuencias, de pararse para escoger el destino que le llama. Las medianías ya no sirven de mucho, porque en esta ofensiva no se harán prisioneros, pero se juzgará a quien no tomó partido, y la penitencia será eterna, por no arder contra la mentira en primera fila de mando. 

Y es que hoy he librado mi primera batalla contra la indecencia en un aula con apenas diez personas, gente humilde sin nada que perder y con la verdad brillando en sus ojos ávidos de esperanza. Y al lamer mis heridas ahora de madrugada, como esas noches de Mayo de antaño, más seguro ando de terminar venciendo en esta necesaria guerra que empieza ahora para todo aquel que sea amigo de la verdadera justicia, y ya sólo ondeará una única bandera orgullosa, la de una raza humana por la que merecerá la pena apostar por ella…

martes, 12 de abril de 2011

Todo esto tan nuestro...


No importa demasiado su origen ni su destino. Lo mismo es si le sobran las monedas o si es huérfano de  bolsillo. No vamos a juzgar su camisa ni su cañero. Ni siquiera si viene para quedarse o solo está de paso. No espere miradas para otro lado. Aquí se tiende la mano a quien la ofrece. Los pecados se entierran con el polvo de la senda. Sus lamentos lo convertimos en alegría y chascarrillo. Permita usté el abrazo y el baile, el encanto de guiñarle un ojo a la vida. Olvide los sacrificios y los madrugones por un momento. Respire el aire puro que se nos ha dado, suspirando por esa amistad de la buena que es suya. Deje atrás los rencores, las rencillas, los vecinos que molestan, los caciques que le desesperan, los temores. Sienta el Sol sobre su cuello, los campos de su mundo, el gentío de su villa. Juegue a ser señor de los caminos y caballero de las almas de su tierra. Tenga el honor por bandera de quien lucha por sus tradiciones, de quien respeta la naturaleza y la bebe con descaro. No guarde nada para luego. Las muchachas lindas, el flamenco, saludar la noche, las hogueras, las estrellas. Pare si puede el tiempo. Ver amanecer, el silencio, las carcajadas y los valores. 

San Isidro es juntar todo eso. Es honrar al labriego, santificar las fiestas, disfrutar lo nuestro. Es girar la vista a los antepasados, cobijar lo humano, amar lo digno del campero. Es entender la fe de la siembra, la ilusión de la cosecha, girar la vista al cielo. Es Mayo y su ambiente, los cantares y las manolas. Sucumbir de compadres a la luz de una candela que recuerda los que faltan. Vivir el presente con la mirada perdida en el horizonte.  Encontrarse con los hermanos, los amigos que nunca sobran, con uno mismo que se olvida…

San Isidro son letras de peregrinos que gritan esperanza al son de tamborío, esas flores nuevas que no dejan indiferente. La lágrima saltada y el corazón dispuesto a todo. Gastar las manos de dar palmas y ese niño que empieza a querer lo que le pertenece. Son aires del Tinto y olor a eucalipto. Domar las bestias a golpe de lucero rumiando versos de Machado…

Es cansar los sentidos de poesía. Morir de pie para nacer de nuevo. Curar las llagas con fandangos que rozan lo más profundo. Jurar a Dios  por una costumbre nuestra que no cesará más allá de los tiempos. Porque así lo sentimos los villarraseros, fieles comendadores de un santo que ensaya una sonrisa cada primavera para darle la razón última a su noble pueblo que le sigue, por siglos que pasen por sus calles y la bella gente que lo habita….

miércoles, 6 de abril de 2011

Por todo eso...


Es por eso que te digo. No sé si es tu coraje o tu belleza. No sé si son los andares o tu nobleza. No sé si eres tú o somos ambos, no sé si aún soy yo cuando estoy contigo. No pienso cuando me miras, no hablo cuando callas. Hago verso que no es mío, pertenece a quien lo provoca. Hago prosa a destiempo, nació el día que te cruzaste. Si no hablo de ti no digo nada, si quedo en silencio es para observarte. Si sonrío es al destino, por dejar admirarte, por concederme tus suspiros. 

Paro el reloj con tus besos, alzo el puño en la derrota. Trato de escapar de mil vidas para bañarme en tu instante, y se hacen magia los momentos, como antaño, cuando juramos ternura adolescente. Y es a ti a quien dedico cuatro letras, jugando a lo eterno, por creer en mi misterio, por soportar mis angustias, mis caminos por el mundo y mi locura desgraciada. Mis secretos más oscuros, mi memoria desgarrada, los lamentos a las tantas a la luz de una vela, los gritos desesperados que conviertes en susurros al oído. Retar las horas abrazados, las caricias, las lágrimas del pasado, recogerme en la senda, las madrugadas, tu retrato divino en mi cartera, los escalofríos, las sensaciones, los sentidos…

Es amor desmedido, lírica desprendida, juntar los cielos en una sola pupila. Es vivir deprisa al tocarte y morir cuando asientes. Es romper con todo en un segundo para notar el milagro entre dos cuerpos. Tenerte cerca es pintar el paraíso en un lienzo a tres trazos, y con una nota hacer música. Es inventar arte en el espacio, temblar las manos, tus hombros dibujados, mis labios entregados, la destreza de tus señas. Ese sucumbir lento si estás lejos, caer en precipicios sin fondo donde se escucha el eco de la vergüenza. Es brindar la verdad sobre lo nuestro, eso que tú y yo sabemos. Es ese amor descarado que no da respuesta  a los latidos que se preguntan, amiga, qué truco hiciste para hacerlos tuyos con apenas medio gesto. Y sin embargo nadie roza el resto, quién pudiera. Es por todo eso, mucho más, por lo que te amo tanto, no imaginas cuanto compañera…

miércoles, 30 de marzo de 2011

Cruces en el suelo...


Si algo me gusta de vivir donde vivo es poder recorrer anónimo y sin prisas rincones de esta ciudad que, en otro tiempo, fueron escenarios de ilustres leyendas que ya pocos cuentan. Y es hoy cuando les traigo la primera de muchas que les iré relatando en las próximas semanas, intentando escapar, aunque me cueste, de poner a caldo a más de uno y de una. Pero es que con los años uno se da cuenta que de poco vale echarse al monte con las escopetas si los fantasmas que persigues solo salen de noche a esconderse entre zarzales.
Corrían los tiempos de Guzmán el Bueno, cuando por Sevilla se ejecutaba en plena calle ante los desacatos sobre la autoridad por menos de nada, allá por el siglo XIV. Imaginen el fangal de la Alameda, antigua Laguna de Cañavería, por aquellas. Allí, al final, cerca de lo que es hoy calle Pedro Niño, se instalaba una de las hogueras de la villa donde se quemaban vivos a los supuestos malhechores. 

Esa tarde no cabía un alfiler. Se ajusticiaba por sospechosa de adulterio a Doña Urraca Ossorio, conocida en la ciudad por ser cabecilla de las revueltas contra Pedro I, gobernador de la ciudad. Doña Urraca era mujer de postín, según rezaban los libros. De esas mujeres con carácter y poderío que alientan a cualquiera. Tenía a su cargo a varias mozas que le ayudaban en los menesteres, y entre ellas Leonor Dávalos, protegida de la patrona y sobre la que hoy se centra nuestra historia. 

Ocurrió que, cuando dispusieron a Doña Urraca ya en la hoguera y la encendieron para que prendiera, los humos de la pipa le hicieron levantar la falda, quedando con la vergüenzas al aire ante los ojos del pueblo congregado. Y, habiendo expirado la mujer, saltó de entre la muchedumbre Doña Leonor Dávalos, su joven protegida, para bajar la falda de su señora, por la deshonra que en la época suponía ese hecho. Doña Leonor, en silencio, fue también presa de las llamas y murió junto a su dueña en un gesto tan temerario y estúpido como de indiscutible lealtad y gratitud. Sus cenizas fueron enterradas en el mismo sepulcro que las de Doña Urraca, en uno de los laterales del monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce. En el lugar de la ejecución permanece aún una cruz tallada en el suelo, donde antiguamente se posaba una gran tinaja de vino de algún tendero de la zona. Es por eso que hoy la calle lleva el nombre de Cruz de la Tinaja, por si quieren echar un vistazo y apagar la curiosidad.

Lo que queda es la leyenda y su recuerdo en algún volumen antiguo de la ciudad. Lo que se ha olvidado es el ejemplo de un alma cándida que dio la vida por hacer honorable la semblanza de su señora, a quien solo le debía honestidad hasta antes de la muerte, no más allá, como así terminó siendo… 

No me ha dejado indiferente ni debe dejarnos la historia, pues nos llenamos la boca a menudo pensando que habitamos un presente que parece más decente que ningún otro momento, pero que a poco deja entrever las miserias al volver la esquina, nunca mejor dicho, justo ahí mismo. Y para eso ha quedado la cruz en el suelo de Tinajas amigos, para que el transcurrir  de los siglos permita que cualquiera pase por encima y pise lo poco de digno que nos queda, la memoria bella de otro tiempo en el que podían convivir el honor y la ternura en un mismo gesto, en extinción  en esta época sin remedio que andamos malviviendo, por desgracia, y lo que nos queda…

miércoles, 23 de marzo de 2011

A pesar de unos cuantos....


No puedo jurar demasiado, pero sí les quiero relatar algo sobre ellos. Los he visto levantar aún de noche, con los cristales empañados y el orgullo encogido. Los he visto vender su alma por un simple trozo de tierra y un sitio donde caerse muerto. Me han hablado de la dignidad como un recuerdo con cuatro limosnas en los bolsillos. Me han contado mil infancias de cariño y expectativas que quedaron en nada. Han luchado contra los momentos y las habladurías, guardando silencio ante los innobles que buscan el desahogo. Han sabido vencer a la pereza a la que les lleva un mundo falto de oportunidades y de poesía. Les tengo por guerreros de nuestro tiempo, héroes que no gastan acuarelas de artistas ni versos de poetas, pero que permanecen a pesar de todo, ávidos de un segundo diferente, de la ilusión de una mañana distinta. No conocen la abundancia más que de oídas, ni siquiera ya la pretenden. Han negado los instintos mirando para otro lado, con fe interminable en la constancia y en el esfuerzo, porque así se le ha dicho... 

La gente de mi generación, de la que os hablo, no sabe de empuñar fusiles ni de guerras entre hermanos, pero sabe que las banderas blancas no se inventaron para ondearlas sino para usarlas de mantel entre iguales. No conocemos Españas oscuras ni transiciones, ni hace falta, porque la oscuridad habita desde hace mucho en nuestros sueños, y no queda libertad ni fuerza para alcanzarlos. Los mayores nos dibujan sin honores, pero aceptamos sin violencia las imposiciones, las leyes de mentira que benefician a los cuatro de siempre.  Nos limitamos a confiar en democracias infames heredadas, jugando a perdedor en cada movimiento, como el batiente que enfila la espada a sabiendas de la segura derrota, por si no hubiera honor suficiente en ese gesto…

Y además vienen a culparnos. De vivir la vida donde ellos la negaron, de beber entre amigos cuando ellos así lo hubieran querido, de gastar las horas ante la pantalla y sonreir demasiado. No les gusta que conozcamos lugares, que abracemos el presente, que gritemos de madrugada canciones entre risas y chistes con gracia. Solo entienden de caminos largos y la vista al frente, sin concesiones ni días libres,  con el como Dios manda eterno en la boca, sin saber que igual Dios tenía otro plan para nosotros y ahora viene a cumplirse…

Hoy quería contestar con pocas letras, quizás siendo poco, a esos mismos de siempre que se apoyan en la barra de un bar cualquiera, entre copas y orgullo patrio, a ensuciar lo que queda de limpio de una generación, la mía, que ya no sabe como aguantarse y seguir tirando, a pesar unos cuantos de los nuestros, no me cabe duda, que merecen el chascarillo fácil de esos borrachos cualesquiera, pero son los menos, tengan por seguro, y eso sí que puedo jurarlo...

jueves, 17 de marzo de 2011

Sólo dime cómo puedo...


Y es que lo intento pero me es imposible. Dar media vuelta en la senda y seguir la vuestra, soltar el pincel y tomar la pluma. No soy capaz de desandar los pasos y girar la vista al abismo. No tengo fuerzas para un nuevo amanecer en el infierno, sí en mi cielo. No quiero llagas en el corazón, sí en mi cuerpo. No quiero mundos de mentira ni fichar en la salida, no quiero la hora del café, ni guardar cola en la panadería. Yo quiero levantarme el primero y acostarme el último, con mis piedras, con mis versos, con el viento de fondo y una manta por encima. Necesito no necesitar nada, gritar y escuchar el eco, poder decir todo, aunque nadie escuche. No necesito callar tanto y tapar la boca, no necesito quererlo todo y parecer triste. Que se quiten los hábiles, que huyan los héroes, los bien hablados y los graciosos. Que se pongan los sencillos, los humildes, los que juegan a nobleza conjugando honor y sonrisas. Prefiero arrepentirme y ser descuidado, matar que morir herido, romper que tener estilo. No quiero rimas que dicen poco, letras que desaparecen. Prefiero fuerza en los silencios, una coma a destiempo que signifique, un lamento a ver pasar el tiempo. Prefiero gotas de agua auténticas que océanos educados, que me cuentes a quien has amado, no lo que has sido ni andas siendo. Codicio lo tierno de lo humano, quedarnos sin habernos ido, ser justos con el de al lado, invencibles, temerarios, insolentes con el destino. Aspiro a irme sin dejar nada, respirar los segundos sin contar los días, juntar los años con los siglos. Elijo ser remero con viento en contra que almirante de orillas y vacíos. Elijo ser el último y ser vencido, morar la vergüenza a no llegar nunca, a quedar en el camino y gestar la derrota. Espero al atrevido y al inquieto, al desalmado que le dicen ser vano, al tullido de amores, al cansado de haber sentido, al colmado, al acorralado, al suspiro del mendigo, al aliento del arruinado. Espero en mi puerta las brujas de los cuentos, los lobos feroces y los coyotes que se esconden. No me traigan historias de cenicienta, princesas hasta las doce ni la magia de Aladino. Yo prefiero una noche con los ladrones trovando de madrugada, beber los momentos con los malos a parecer bueno yaciendo malvado. Prefiero jurar intentos al talento, dar mil saltos a tocar el cielo. Yo sólo quiero ser yo y encontrarme, ser Mayo y reencontrarte, cerrar los ojos y relatar de cero. Sólo dime, digno río, sólo dime cómo puedo…

lunes, 14 de marzo de 2011

Saldar deudas...


Uno guarda en el arcón de la memoria los pequeños misterios que hacen un sueño posible, como temeroso de desvelarlo al mundo por creer que se nos ha dado en secreto y se les debe clausura. Pero decidí hace poco que el mejor homenaje a los azares del destino en esos mágicos días de Mayo eran unas pequeñas líneas que dieran buena cuenta de lo que acaeció en aquellos caminos olvidados. Y es por ello que les relaté la semana pasada la historia de aquel ángel ciego en Rus que vino a guiarme en la senda y darle alas a mi aventura.

Y recordando, vuelve a mi cabeza la vereda hasta Montoro, primer pueblo de Córdoba que tenía que pisar si las fuerzas seguían conmigo esa calurosa mañana de Mayo. Pero mis piernas castigadas no respondían del todo aquella jornada, y,  para colmo, no estaba claro el camino a seguir, con la fatiga que conlleva saberse perdido a pleno mediodía sin un espectro en kilómetros a la redonda. Cruzaba por donde podía, intentando no perder el río de vista en ningún momento, convencido que, en algún instante, tendría que dar con las puertas de Montoro si lograba no alejarme demasiado. Más de una vez me dejé llevar por la intuición y me perdí, y  por eso, cuando ya el mapa no me decía nada, me agarraba fuerte a la orilla del río con todas las consecuencias, pero esta vez no iba a ser para bien...

Y es que ese día todo parecía ir en contra, y, cuando más cansado estaba, un enorme bloque de matorrales me impedía continuar al borde del vasto arroyo, teniéndome que desviar para verme con el agua justa en medio de una campiña de olivos donde no divisaba más que cerros y altozanos allá donde mirara. El mapa para entonces era inservible. Ni un labriego que me indicara y un silencio tiznado de sigilo a mi alrededor que asustaba al más valiente. Tras una hora vagando, arribé a una antigua fuente de piedra, pudiendo al menos remojarme la cabellera y sentarme unos minutos a la sombra para sopesar si volver sobre mis pasos  y dilapidar horas de caminata, con lo que aquello hubiera supuesto. Allí me encontraba, en medio de una maraña de caminos que se perdían en el horizonte y con las llagas de mi cuerpo pidiendo un respiro necesario...

Pero la naturaleza jamás permanece impasible, pueden creerme. Con el brillo  del nuevo día casi cegando mis ojos claros, tuve a bien alzar la mirada y pude fijarme a lo lejos en una especie de animal que parecía acercarse hasta mi posición a un ritmo escabroso. Aguardé temeroso, al haber oído tantas historias de lobos por la zona y perros salvajes que asaltaban a camperos en plena campiña. Mis pulsaciones se embotaron, agarré fuerte un trozo de madera preparado para lo peor, con el miedo en los huesos. No podía consentirme una simple herida por esos lares. Sin embargo, lo que parecía ser un galgo viejo, se acercó cariñoso a la fuente. Permitiendo la caricia, tomó dos sorbos de agua, vigilando siempre la retaguardia, y clavó sus enormes ojos en los míos, sereno, quedando allí los dos, quizás preguntándonos lo mismo en la intimidad. Soltó dos ladridos, recuerdo, y comenzó de nuevo su andadura por uno de los pedregales que empezaba en aquella fuente. En un principio seguí sentado, extrañado por la aparición de aquel chucho en medio de la nada, pero al poco se paró en seco y giró su vista hacia mí, y una sensación de esperanza me invadió al pensar que aquel can tendría que ir a algún sitio y ese sitio podía ser alguna cuadra de Montoro, aunque deseché la idea por inverosímil y desternillante.

 Aún así, le seguí unos metros, esperando que en una de esas diera una arrancada con sus patas largas y lo terminara perdiendo de vista. Pero nada más lejos, cada diez pasos miraba de nuevo hacia atrás, como cerciorándose de que lo seguía, y así durante al menos una hora. Y llegamos a una enorme cuesta, donde el perro esperaba en lo más alto. Una loma con el cielo de fondo y la certeza en mi cabeza de haber perdido ya varias horas de senda. Aún no había llegado al final de la cuesta cuando el chucho  echó a correr tras la colina, y terminé por aceptar que, allí arriba, cuando llegase, pediría ayuda si seguía sin encontrar señales que dieran luz a mis propósitos. 

Pero volvió a ocurrir el milagro. Cuando estaba en lo más alto del altozano, a pocos kilómetros ante mí  aparecía Montoro, majestuosa, y el río cruzándolo en estampa verdaderamente idílica. No me importa reconocer que allí quedé paralizado, ensayando dos sollozos en silencio ante tal retrato. Estaba a dos fanegas de mi destino gracias a aquel perro, pero para cuando aparté la mirada ya no pude divisarlo entre tanto arbusto y árboles de copa frondosa. Había terminado su cometido, porque así se lo propuso cuando me encontró, estoy seguro. Llegué al pueblo bañado en lágrimas, casi al trote, con más fuerza de lo que puedan imaginar, con el alma encogida, ensimismado al creer en la magia de un camino lleno de fantasmas que velaban por una maravillosa aventura digna de ser contada a través de los tiempos, sintiendo más que nunca que el mismísimo cielo de los animales me enviaba un emisario que gobernara mis pasos para portar el mensaje de esos seres que dan media vida a cambio de una simple caricia y una mirada sincera. Y vengo hoy a saldar mi deuda con ellos, con ellos y ese galgo anónimo al que le debo mil sonrisas y medio Sanlúcar…

viernes, 11 de marzo de 2011

Aunque sólo dure lo que dure.....


                                   ...hoy le toca a mi hermana contarnos algo...



El Amor, ¿qué es el amor?. Una definición científica podría ser: "Un sentimiento relacionado con el afecto y el apego, y resultante y productor de una serie de emociones, experiencias y actitudes".  Sin embargo, en ocasiones el Amor puede ser un sentimiento relacionado con todo lo contrario, relacionado con el dolor, la angustia, la desesperanza, la rabia, el odio, la desolación... Cuando te enamoras el mundo que se cierne sobre ti parece ser perfecto, todo adquiere un matiz especial, diferente. El corazón te late con más fuerza, la alegría brilla en tus ojos y pareces volar... 


No existe un sentimiento igual ni comparable cuando te sientes enamorada y correspondida, todo es nuevo y cada sensación es única e irrepetible. Cuando amamos somos mejores personas y no quieres ni por un solo momento tener que despertar de ese sueño, porque toda esa luz y esa magia que te rodea podría desvanecerse y caer en la locura y en la desesperación; sin embargo, tarde o temprano terminas despertando y todo se diluye, como cuando coges un puñado de arena, cierras la mano con fuerza para que ni un solo granito se te escape, sin embargo, por mucho que aprietes, como guerrero que blande su espada, con fuerza, para librar mil batallas y defender su preciada vida, al final, las fuerzas flaquean y tu mano, blanca, casi sin sangre, terminar por decaer y es cuando, poco a poco, comienza a derramarse cada granito de tierra, sin poder hacer nada que lo impida. Es entonces cuando llega la locura, porque tu libertad dejó de ser tuya hace ya mucho tiempo, sin que ni siquiera te dieras cuenta, ahora no puedes caminar sin seguir sus pasos, y si de repente las olas que llegan a la orilla se llevan sus huellas, te sientes perdida y no encuentras la manera de continuar...

Cuando Amas te vuelves vulnerable, llegas a hacer y decir cosas que jamás pensaste que harías ni que dirías; perdonas porque es la única manera de continuar navegando en el mar de tus sueños; olvidas porque de lo contrario, naufragarías. Deseas con todas tus fuerzas que esa historia perdure y haga Leyenda, sin embargo, cuando ese mar, que yacía plácido y tranquilo se vuelve oscuro, y golpea fuerte su marea contra tu barca, descubres que mejor debió de quedarse sólo en un sueño y que quizás lo mejor sería naufragar para dejar de luchar sin sentido contra algo a lo que es imposible vencer. Si el amor te da la espalda, que Dios te ayude, porque entonces hallarás en lo más profundo de tu ser la peor amargura que puedas conocer. Tus deseos y tus ilusiones se desvanecen, dejando tras de sí una  herida casi mortal, que puede incluso, llegar a acompañarte el resto de tu vida. 

Amar, amigos míos, va unido al Dolor; el dolor que te produce su rechazo o su indiferencia; Amar es Angustia; la angustia que se siente con sus reproches, con su lejanía, incluso estando acostados en la misma cama; Amar es Desesperanza, la desesperanza que sientes cuando descubres que una vez más tu bonita historia de amor fracasa y dejas de creer en él; Amar es Rabia; la rabia que arde dentro de tus entrañas cuando desconfía de tu palabra, cuando lastima tu corazón con sus desprecios y le da una patada al amor que le profesas y no valora tus buenos y generosos gestos de cada día. Amar puede ser incluso todo lo contrario, puede significar Odio, el odio que invade tu cuerpo cuando sientes que no te ama como debiera, cuando no sabe apreciar todo lo que haces por él, cuando está destruyendo cada recuerdo perfecto de tu memoria convirtiéndolos en deseos de olvidar; Amar, es Desolación, esa desolación que te queda cuando todo termina y te quedas sola, hundida, con recuerdos que te descarnan y que desearías no tener, sentimientos y sueños que tienes que enterrar una vez más, en el cementerio de tu corazón. 

Sin embargo, y pese a todo,  resulta inevitable volver a Amar  y a confiar y a soñar, porque cada día tienes un nuevo intento, porque cada día, pase lo que pase, siempre sale el sol. ¿Por qué será que todo ser humano busca sin cesar el Amor? Aunque haya naufragado una o mil veces, tarde o temprano, vuelves a echar mano de tu barca, cargada de sueños, de ilusiones y te echas al mar, ese mar, que un día te hizo naufragar, y te lanzas de nuevo, sin timón y sin remos, pero con la esperanza  por bandera, que vuelve a blandir con fuerza, bien alta, haciendo frente a cuantas mareas le vengan, porque nada ni nadie puede vencer al deseo de Amar y ser Amado, al deseo de hacer Leyenda, aunque solo dure lo que dure...

MARÍA

jueves, 10 de marzo de 2011

En su día, apenas nada...


Ya los héroes no llevan escudo ni clavan su mirada al infinito en pose orgullosa. Ya no visten pieles de león ni lucen espadas milenarias. Tampoco motivan versos de poetas de la época ni reciben reverencias del plebeyo. Atrás quedaron las gestas de honor y las muestras de valentía, el gallardo guerrero al galope mientras amanece en el horizonte. Ya los trovadores no cantan en aldeas los relatos y los cuentos, ni los niños juegan a ser traviesos en nombre de algún apuesto titán. Los dioses no les alumbran con su suerte ni velan por sus justas, pues ya no hay guerra que librar, o eso parece, en un cosmos de vanalidad, de hastío y de pobreza…

En todo eso pensaba esta mañana gris cruzando Triana, girando la vista al Río y su grandeza, silencioso como lo dejé antaño, soñando historias de señores y princesas, a su vera, declarándose amor eterno recitando obras de Petrarca. He imaginado hoy al artista huérfano de ídolos, de marineros ávidos de coraje, de lanceros de sin igual puntería, de piratas audaces en busca de mil tesoros. Le he visto con el lienzo desgarrado, sin ternura ni valor para dedicar su pincel a mortal alguno. Y así crucé a la otra orilla, con el corazón descarnado, desamparado por un presente que ama al maldito que solo sabe empuñar la mentira, y no pude sino bajar la mirada…

Pero es el río sabio, no hace falta que les diga. No había dado ni tres pasos, alguno más acaso, que fui a dar con la verja de un colegio, en tiempo de recreo, con los niños correteando por los jardines y uno encaramado a la verja, esperando tranquilo, observando la muchedumbre esforzada en seguir su rumbo. En esas, me rozó por la derecha una mujer esquivándome desde atrás, saliendo al encuentro del pequeño, portando en sus manos un zumo y un bocadillo, aún con el uniforme de limpiadora, serena, y todo se paró de repente. Pude al fin caer en la cuenta amigos míos,  el guiño del destino a mi desesperanza. Terminar por creer que es tiempo de héroes, claro que sí, más que nunca, solo que son de esos que tienen que hacer hueco en su batalla diaria para  acercar el panecillo al crío, mirando la hora para no llegar tarde a la faena y rezando para que un jefe innnoble no ponga mala cara, uno de esos que no saben reconocer, ni siquiera en el día que le dedica el mundo,  el gran mérito, más en nuestro tiempo,  de ser una digna mujer trabajadora. Y es por eso que hoy tienen mi respeto, mi admiración y mis letras, apenas nada…

martes, 8 de marzo de 2011

Un ángel en Rus...


 Ha pasado tiempo, lo justo para ordenar en mi cabeza momentos del camino que no vieron luz en el diario que os iba relatando allá por Mayo. Pero ahora que todo acabó, mirando atrás con la lucidez que da el paso de los meses, quiero recordar uno de esos ángeles de la guarda que se cruzaron en mi aventura y que me hicieron seguir adelante con la fe y la fuerza que transmite la gente especial que habita por nuestros lares de cuando en cuando... 

Amanecía allén de los campos de olivos infinitos que vislumbraba en el horizonte, con tres días de caminata en las piernas y una mochila que pesaba más que las ganas de seguir adelante. Salía de Baeza hacia Linares con la moral aturdida por el desgaste físico pensando en todo lo que aún me quedaba. Así continué varios kilómetros, algo desconcentrado de la ruta, hasta que terminé por desviarme sin aclarar el lugar exacto donde me hallaba. Con la idea del abandono prematuro rondando mi cabeza llegué a un pequeño pueblo llamado Rus. Aproveché para llenar de agua mi cantimplora y me senté en el primer escalón de una casa para coger aliento y seguir la senda. Las pocas fuerzas y la baja moral me hicieron bajar la mirada a mis piernas y torcer el gesto, y quedé traspuesto un par de minutos, apenas sé exactamente cuánto, con la cabeza apoyada en la puerta de una típica casa andaluza de muros blancos.

Desperté al oir la cancela del zaguán abrirse y levanté deprisa para no asustar al vecino, pero aún me estaba ajustando la mochila cuando de la portezuela salió un hombre mayor de traje antiguo y barba poblada que hizo por saludarme al reparar que había estado allí descansando. El señor era ciego. Palpaba la cerradura para poder cerrar con llave, al tiempo que con la otra mano agarraba la correa del perro que parecía ser su guía, uno de esos pastores alemanes dóciles y curiosos. Se extrañó de que un viajero pasara por su pueblo, que decía no tener nada “bonito de ver”. Sonreía al explicarle mi camino y mi propósito de continuar hasta Sanlúcar, aunque dejé entrever que no sabía si pasaría siquiera de ese día. Estoy seguro que notó que no era el mejor momento de mi viaje, pues mis palabras no eran precisamente de alguien ilusionado. Y ahí llegó el milagro. El buen hombre quiso guiarme al sentirme perdido y algo triste. Sin vacilar, me cogió con su mano recia del codo y, con una voz grave, me largó… venga, te acompaño y te digo un atajo, como el niño travieso que cuenta un secreto a su compañero de cuadrilla… 

Fueron pocos minutos, pero dio para mucho el rato que estuvo conmigo caminando. Me contó que llevaba veinte años ciego, que aún soñaba con su mujer fallecida hace mucho y que la recordaba con nitidez, que siempre quiso hacer el Camino de Santiago, que su perra lo era todo… Y me escuchaba extasiado mientras yo le hablaba de mi aventura, del sufrimiento  de saberme débil, de ver nacer el día en la senda y sentir que merecía la pena lo que estaba haciendo. Y así llegamos al final de su pueblo. Me despidió con un buen apretón de manos y deseándome mucho ánimo, desprendiendo sinceridad en cada acento. Y allí quedó, mirando mis pasos a lo lejos como si me viera, con la sonrisa en la cara creyendo más en mí que yo mismo en ese instante, y solo hacía diez minutos que lo conocía... 

Ese tipo no lo sabe, o quizás sí, pero nunca podré agradecerle lo que me ayudó conversar con él durante ese pequeño trecho. Barruntaba hasta entonces  volverme para casa, pero tuve la suerte de caer en su puerta y todo cambió. Entré en Linares pensando en aquel señor, sin distinguir demasiado, por el cansancio, si ese paseo por Rus fue real o sólo uno de esos fantasmas que me visitaron durante el camino, y aún a veces lo dudo si intento hacer memoria. En cualquier caso, fuera así o no, merecían unas palabras en este blog aquella mañana de Mayo en la que un hombre ciego guió mi camino y salvó a quien les relata de dejar de creer en imposibles y acabar con mi sueño convertido en pesadilla, enseñándome que el ciego era yo en ese momento, por no querer ver que llegaría donde realmente quisiera, como así terminó siendo…

viernes, 4 de marzo de 2011

El canto del loco...


Ande usted jodido, ande usted cansado, mantenga erguido y bien callado. Cante conmigo, al son de los postrados, el vals del mendigo, del incierto, del malhumorado, del que no tiene abrigo, ni secreto, del desesperado, del apenado. Mire la senda, con moral, sin descuido, que le tienen sumido, vigilado, retratado. Pague las cuentas, los recibos, los atrasos, los vencidos, los devengados, los suyos, los del vecino, que da igual si es otro su destino, si sale el Sol por este lado, usted cumpla y ya veremos, ya veremos si es testigo, testigo de su suerte, de su mala muerte,  de tener poco y creer inerte el espacio que se le ha dado. 

Y vamos, ánimo, mire al frente, por poniente, mi teniente, que es de tristes ser tristes y…  romper con todo… amigo, eso es de desalmados. Quiera usted ser bello, arrogante, con la burra por delante, nunca plebeyo, que es de sosos ser pedante, pero es mejor quedar quejante, mil veces más, que parecer mohoso, doloso, vil maleante…

Prefiera nacer en buena cuna, con luz de Luna, que no hay arte en helarte de frío, no tener para taparte, quemarte por un tío que no deja de llamarte porque dice que si no pagas,  terminará por retarte.

Y qué quieren que les cuente, que esperan que les diga, si no hay verdad que más me reviente, si no hay verso bueno que le siga, a una realidad ferviente, a la prosa perseguida, de los que danzamos por el mundo, dando tumbos, alternando, trajinando, mil maneras inventando, la forma digna de tragarnos esta vida de mentira…           

jueves, 3 de marzo de 2011

Sin ser poco, no ha de pasar demasiado...


No ha de pasar demasiado, puede estar seguro. Por cada verso que pose sobre este vacío, por cada estrella que luzca en su cielo,  que más temprano que tarde mi corazón le ganará la batalla a mis vergüenzas y no descuidaré arresto alguno en exprimir la vida por algún camino olvidado. No dude, es solo una tregua la que me permito, una justa pausa para recrearme en lo que no quiero, el mundo que hemos hecho nuestro pero que parece de mentira, el que nos humilla y nos entierra.  

 No, no es egoísmo ni pretendo, mi ademán huele a desacato a los valores, pero a los de mentira, los que nos venden desde arriba mientras perdemos la dignidad contando madrugones. Es por eso que codicio beberme la vida y no dejar rastro. Quiero ser guerrero sin enseñar espada. Erijo de justos lidiar con uno mismo, apostando fuerte al presente, abrazando el futuro recitando odas al pasado. No deseo arrepentimientos a destiempo, volver la vista sin ver nada, aparecer sin ser visto. 

No cesaré hasta caer rendido, asuman por seguro, pero no por asentir sin más al que dispone, no por suspirar a fin de mes por cuatro sobras. No, no es eso, es caer muerto de aventuras, de amigos y de amores, de sentir la hierba fresca bajo mis pies mientras lleno mis pulmones de aire puro;  rozar la poesía de mil amaneceres sentado a la sombra de una mujer bella, quebrar la garganta con un nudo de emociones demedidas. Es lo que ansío, para mí y los míos, un ejemplo auténtico, un divino silencio, un recio lazo de sensaciones, un lienzo de mil colores que siempre acaba en infinito. Sólo necesito tiempo y respeto, mis manos y mis modos harán el resto, lo juro por mi honor, mi justicia y mi nobleza, que es todo lo que me queda, sin ser poco…

miércoles, 2 de marzo de 2011

El poeta enamorado de las palabras se desgarra a sí mismo cuando no escribe una letra. Intenta negar una existencia diferente, agarrándose a las vanalidades que el mundo ofrece en cada esquina, pero al final termina sucumbiendo ante la evidencia de su pluma y su corazón. Es por eso que ahora vuelvo a este pequeño apartado, tan mío como vuestro, para confesarme ante el mundo y recrear las mil y una aventuras de un guerrero que no descansa ni quiere. Vuelvo, como la primavera, suave, pero con toda la fuerza de quien no escatima en poner el alma en cada silencio y en cada frase. Un abrazo a todos…

jueves, 25 de noviembre de 2010

Aunque pasen mil años...


Dejarse la vida en un camino. Me he dejado en la cuneta de mis veredas todo mi arte y han quedado los despojos de mí mismo y el estigma vano de un viaje bello. He conocido la ilusión en la Sierra de Cazorla, punto de partida ya por siempre de la más libre de las aventuras. He olvidado el miedo mientras caminaba perdido, con la vista fija en el infinito al tiempo que el Sol empezaba a quemarme la frente. He sonreído al jornalero que giraba la cabeza ante mi sombra. He permitido lágrimas de impotencia sobre mis mejillas camino de Úbeda, bajo una niebla espesa, con el fango retando toda la fé que guardaba en los bolsillos. He perseguido Baeza con la cabeza bien alta, jurando fuerza y dignidad tras el desespero, como esos barcos que navegan ávidos después de la tormenta...

He vuelto a creer en el altruismo en Linares, con un par de gestos, apenas nada. Quise ser guerrero a las puertas de Bailén, esperando a los franceses con un machete y amor por la tierra. Fui moro en Andújar, juglar por sus calles vestidas de domingo cantando piropos de otro tiempo. Me asomé al puente de Montoro para saludar a mi río, con permiso de su gente, sencilla y cercana, amable con el peregrino ensimismado con sus calles y la placita que vigila el paso de los lustros. He visto campos verdes, divisando El Carpio, recreando reinos de taifas y naturaleza virgen por descubrir por otros peregrinos soñadores. He suspirado  en Córdoba, escribiendo versos en la Mezquita al son de una guitarra española, con el caer del agua de fondo y el verbo dispuesto a todo, a lo bueno y lo malo. Quise ser rey feudal de Almodóvar, avistando desde mi castillo horizontes diferentes de los de hoy, con la familia por bandera. He disfrutado con la alegría de Palma del Río, coplas por las calles y la buena cara a la vida. En Lora creí estar muerto, cansado y desvalido, buscando motivos para seguir dando pasos, prometiendo jamases.En Carmona llegó el milagro, me salvaba mi pecado favorito , una vez más y como tantas veces, como nunca, a pesar de todo...

 Y seguí mi camino, imaginando ser romano, dueño de las tierras del Sur, plebeyo del mundo y las miradas de niño. Y llegué a Sevilla, como llega la primavera, en silencio, con la emoción desbordada y el pulso embotado. Los Palacios y los dolores, Las Cabezas y los buenos amigos, Lebrija y la esperanza, no sentir la piernas, caminar con el alma, Trebujena y hacer noche antes de Sanlúcar, la Luna llena observando, los reflejos, mis manos magulladas, los lamentos, la ternura. Y llegar a la plaza del Cabildo, alzar las manos, abrazar a los míos, un viaje que se acababa, pero que será eterno  para los que aquellos días de Mayo lo vivieron conmigo, compañeros de una travesía que  será punto y aparte por siempre, aunque pasen mil años, como esos recuerdos que añoras con una simple sonrisa y el corazón encogido para darle un sentido a la cotidiana existencia...

jueves, 4 de noviembre de 2010

Cosas del camino...



A veces ocurre que nos cansamos de aquellas cosas que nos acompañan en la vida porque un día olvidamos lo importante que son o pueden llegar a ser en un momento dado. Da igual si lo extrapolan a objetos materiales o a personas, el caso es que terminas por valorarlas una vez que se han marchado, dejando ese regusto amargo por no haber puesto quizás un poco más de nuestra parte para seguir conservándolas cerca. Pero puede ser aún peor, y es que hay ocasiones en las que esas cosas desaparecen porque nosotros mismos, con nuestra actitud, logramos dejarlas de lado, apareciendo ese maldito sentimiento de culpa que te persigue durante mucho tiempo…

Les parecerá trivial la cuestión, pero el hecho es que la foto que ven pertenece a la última instantánea que tomé de la cantimplora que me acompañó todo el camino del Guadalquivir. Ocurrió que, en un arranque de furia por el cansancio y la desesperación de aquel día, tiré al aire lo primero que tenía a mano, que fue la cantimplora, y se rompió por un borde, quedando casi inservible. Fue entonces cuando decidí colocarla en aquel poste, quedarme un rato mirándola, como pidiendo perdón, y seguir mis pasos hacia mi destino, echando la vista atrás de cuando en cuando. Allí se quedó para siempre, en aquella senda dejada de la mano de Dios debido a un momento de sofoco. No le di demasiada importancia al principio, pero fueron pasando los días y le seguía dando vueltas al hecho, hasta tal punto que, al cabo de la semana de llegar, ya con las piernas descansadas, decidí con mi coche poner rumbo al sitio donde recordaba haberla dejado, pues se trataba de un lugar de difícil acceso, lo que hacía más que posible que allí permaneciera aún...
Pero el destino siempre te tiene guardada una moraleja a la vuelta de la esquina, y esta vez no iba a ser menos. Llegué a pie de aquel poste después de bastante rato conduciendo, bajé del coche, alcé la vista y ni rastro de la cantimplora. Incluso miré por los alrededores y nada. Recuerdo que quedé un rato allí pasmado, mirando el poste donde la dejé, elucubrando sobre cuánto tiempo permaneció allí huérfana desde que cometí el crimen de abandonarla después de casi quinientos kilómetros conmigo. Nunca sabremos su paradero, pero quiero creer que otro viajero la recogió en su camino y la tiene a buen recaudo, con un fruncido en el golpe y el olvido de un antiguo acompañante que pagó con quien no debe la dura realidad del momento, ese que vuelve arrepentido cuando ya es demasiado tarde, cruel como la vida misma…

martes, 26 de octubre de 2010

Kilómetro cero...







Viene bien de cuando en cuando que aparezca en tu camino una voz amable que no te ría las gracias como la mayoría. No haría más caso que el imprescindible si no fuera porque esa persona enganchaba esta página mañana sí mañana también a la espera de unas letras que le hicieran olvidar la dura realidad que le tocaba vivir el resto del tiempo. Les contaré su caso a sabiendas que me traerá alguna reprimenda por no haberla consultado antes, y es por eso que no daré nombres, para que al menos me siga invitando a café y esas pastas rellenas de chocolate que me pirran tanto. 
Julia, pongamos por caso, malvivía en un barrio de una gran ciudad, con una vida hipotecada por cuatro paredes y un techo que le sacaban los ojos cada principio de mes porque un banco le dijo que eso del Euribor subía lo justo. La pobre pasó de pagar seiscientos euros, a medias con su pareja, a mil, por aquello de la crisis del ladrillo. A todo esto, Julia, que trabajaba por nueve euros la hora en una cadena de ropa para niñas guapas, decide a sus treinta y poco que ya era hora de tener un niño, que era el momento, apoyándose en unos ahorrillos y en un trabajo que daba de comer. El tiempo le quitó la razón, como suele pasar. Pero para no aburrirles demasiado, que cada uno tiene lo suyo, pensarán, le resumiré el cotarro en pocas líneas. Al cabo del tiempo, y como esos flashes de las pelis, nos encontramos que Julia, currelas como nadie y de sonrisa dispuesta, por lo del maldito Euribor, se veía incapaz de pagar la hipoteca, vamos,  que no le llegaba ni con su sueldo entero, y encima el marido había perdido el trabajo en la obra, con lo que la situación se tornaba insostenible. A estas que llegan los recibos devueltos y las depresiones, por lo que su pareja decide aceptar un trabajito fino de pasar unos paquetitos de nada hasta la bola de farlopa y le meten en chirona antes que cante un gallo. A ella, aturdida, le sobrepasa el temita y cae en una depre que la tiene sedada las 24 horas del día por algún psiquiatra mamón que decidió que la terapia no era la mejor manera de salir de aquello. En esas que pierde el niño y se ve sola, sin casa, sin pareja, sin un proyecto de vida y, lo que es peor, sin ganas de nada y con la dignidad por los suelos…
Le perdí la vista después de aquello. Se fue con su madre al pueblo para comenzar de nuevo una vida de verdad, o al menos intentarlo, a pesar de todo lo que arrastraba.
Hace poco me la encontré, recuperada, guapa, con su melena larga y esa tez fina que siempre la distinguió de entre las iguales. Me dio un gran abrazo, sincero, y me alegró el día comprobar que todo le marchaba diferente, que había encontrado una manera de salir adelante con lo poco o mucho que le diera la vida. 
Hoy Julia vive en un piso compartido con amigas, trabajando de lo que ha estudiado, al fin, y con toda una aventura vital por delante, ilusionada por haber vuelto de las catacumbas a la superficie, orgullosa de un esfuerzo que ha visto su recompensa. Hará unas horas me llamó para preguntar por mi vida y me reprochó que fuera últimamente tan negativo en mis escritos. Me limité a sonreírle y pasar a otro tema, pero me quedé dándole vueltas al comentario cuando colgué. Estuve varios días sin darle a la tecla por lo mismo, hasta que caí en la cuenta. Es por eso que quiero hacerle caso y comenzar yo también de nuevo, a su imagen y semejanza, salvando las distancias, porque ejemplos como el suyo bien valen un brindis por el camino que está por andar, aunque nos encontremos desanimados, con el alma aburrida, plantados en el mismísimo kilómetro cero…

miércoles, 20 de octubre de 2010

Votos útiles...


Es cada vez más y más probable que vote en las próximas elecciones. Eso que llaman el voto útil, pensé, mientras veía las noticias nacionales en la primera cadena. Pero al pasar a noticias internacionales tras la publicidad me jodieron las intenciones los mamones del telediario. Y es que no sé si se han percatado, pero los vecinos gabachos andan a tortas de unas semanas a esta parte por un pequeño asuntillo referente a las pensiones. Es bien sencillo. La cuestión es que al pequeño Sarkozy y a su gobierno les han dado por proponer bajo decreto ley la jubilación a los 62 años, dos años más de lo que hoy establece la ley francesa. Cágate lorito. Camiones hasta al bola de carburante volteados por piquetes en medio de la carretera, las gasolineras cerradas por falta del oro negro, las calles cortadas por huelguistas y las Universidades gritando justicia ante una crisis que ahoga siempre los mismos barrios. Hablamos de la novena huelga general en pocas  semanas, sin previo aviso y con manifestaciones continuas de gente cabreada pululando por las calles mazo en mano y el grito molesto en la boca. La situación, según los medios, es insostenible. La tensión va en aumento. Los sindicatos no muestran ni un ápice de debilidad, el pueblo los apoya y el gobierno ya no sabe como sofocar los calores. Y todo por subir a 62 la jubilación. Ya ven que minucia…

Por eso debo estar flipando o algo parecido. Porque después uno mira para nuestra querida España, esa España nuestra, y siente vergüenza por formar parte de un país que avisa con dos meses de antelación de huelgas que al final son mentira. Un país con unos políticos que cambian a su antojo la edad de jubilación, retrasándola hasta los 67, y porque más no se puede, por ahora. Vivimos en el país con más paro de Europa, donde más del 50% de los jóvenes titulados andan en sus casas comiéndose la cabeza. Un país con el peor Sistema Educativo posible, y aquí paz y después gloria. Y aquí nadie hace ni dice nada. Miles de funcionarios liberados por los sindicatos para tomar el café tranquilamente en la esquina, filosofando sobre lo bien que se vive en España, ya imaginan, el Sol, la comida y esas cosas. Con un salario mínimo que roza el umbral de la pobreza según la OMS. Un país que posee el índice mayor de escoltas de políticos del mundo, donde las subvenciones se consiguen si tienes a algún tio o un primo en la Administración. Un Senado que se limita a aprobar las leyes que salen del Parlamento, sin una discusión al respecto siquiera,  con el coste económico que supone sostener tanto mandatario de papel. Y así podría estar toda la noche, enumerando una tras otra las imbecilidades de una tierra que cada vez amo menos por culpa de unos cuantos. Pero al menos ya voy teniendo claro mi voto ante las próximas elecciones que están por llegar. Sin dudarlo ni un minuto, ningún voto más útil, Chiquilicuatre presidente. Porque si hay algo bueno en todo esto es que es imposible que la situación empeore. Solo puede mejorar, pase lo que pase, aunque salga Don Rodolfo al mando del cotarro. Me niego a dar mi voto a ningún otro que siga manteniendo esta farsa infumable y vergonzosa que no me hace la menor gracia. Al menos, si sale mi candidato, esto último ya no será un gran problema…