lunes, 14 de marzo de 2011

Saldar deudas...


Uno guarda en el arcón de la memoria los pequeños misterios que hacen un sueño posible, como temeroso de desvelarlo al mundo por creer que se nos ha dado en secreto y se les debe clausura. Pero decidí hace poco que el mejor homenaje a los azares del destino en esos mágicos días de Mayo eran unas pequeñas líneas que dieran buena cuenta de lo que acaeció en aquellos caminos olvidados. Y es por ello que les relaté la semana pasada la historia de aquel ángel ciego en Rus que vino a guiarme en la senda y darle alas a mi aventura.

Y recordando, vuelve a mi cabeza la vereda hasta Montoro, primer pueblo de Córdoba que tenía que pisar si las fuerzas seguían conmigo esa calurosa mañana de Mayo. Pero mis piernas castigadas no respondían del todo aquella jornada, y,  para colmo, no estaba claro el camino a seguir, con la fatiga que conlleva saberse perdido a pleno mediodía sin un espectro en kilómetros a la redonda. Cruzaba por donde podía, intentando no perder el río de vista en ningún momento, convencido que, en algún instante, tendría que dar con las puertas de Montoro si lograba no alejarme demasiado. Más de una vez me dejé llevar por la intuición y me perdí, y  por eso, cuando ya el mapa no me decía nada, me agarraba fuerte a la orilla del río con todas las consecuencias, pero esta vez no iba a ser para bien...

Y es que ese día todo parecía ir en contra, y, cuando más cansado estaba, un enorme bloque de matorrales me impedía continuar al borde del vasto arroyo, teniéndome que desviar para verme con el agua justa en medio de una campiña de olivos donde no divisaba más que cerros y altozanos allá donde mirara. El mapa para entonces era inservible. Ni un labriego que me indicara y un silencio tiznado de sigilo a mi alrededor que asustaba al más valiente. Tras una hora vagando, arribé a una antigua fuente de piedra, pudiendo al menos remojarme la cabellera y sentarme unos minutos a la sombra para sopesar si volver sobre mis pasos  y dilapidar horas de caminata, con lo que aquello hubiera supuesto. Allí me encontraba, en medio de una maraña de caminos que se perdían en el horizonte y con las llagas de mi cuerpo pidiendo un respiro necesario...

Pero la naturaleza jamás permanece impasible, pueden creerme. Con el brillo  del nuevo día casi cegando mis ojos claros, tuve a bien alzar la mirada y pude fijarme a lo lejos en una especie de animal que parecía acercarse hasta mi posición a un ritmo escabroso. Aguardé temeroso, al haber oído tantas historias de lobos por la zona y perros salvajes que asaltaban a camperos en plena campiña. Mis pulsaciones se embotaron, agarré fuerte un trozo de madera preparado para lo peor, con el miedo en los huesos. No podía consentirme una simple herida por esos lares. Sin embargo, lo que parecía ser un galgo viejo, se acercó cariñoso a la fuente. Permitiendo la caricia, tomó dos sorbos de agua, vigilando siempre la retaguardia, y clavó sus enormes ojos en los míos, sereno, quedando allí los dos, quizás preguntándonos lo mismo en la intimidad. Soltó dos ladridos, recuerdo, y comenzó de nuevo su andadura por uno de los pedregales que empezaba en aquella fuente. En un principio seguí sentado, extrañado por la aparición de aquel chucho en medio de la nada, pero al poco se paró en seco y giró su vista hacia mí, y una sensación de esperanza me invadió al pensar que aquel can tendría que ir a algún sitio y ese sitio podía ser alguna cuadra de Montoro, aunque deseché la idea por inverosímil y desternillante.

 Aún así, le seguí unos metros, esperando que en una de esas diera una arrancada con sus patas largas y lo terminara perdiendo de vista. Pero nada más lejos, cada diez pasos miraba de nuevo hacia atrás, como cerciorándose de que lo seguía, y así durante al menos una hora. Y llegamos a una enorme cuesta, donde el perro esperaba en lo más alto. Una loma con el cielo de fondo y la certeza en mi cabeza de haber perdido ya varias horas de senda. Aún no había llegado al final de la cuesta cuando el chucho  echó a correr tras la colina, y terminé por aceptar que, allí arriba, cuando llegase, pediría ayuda si seguía sin encontrar señales que dieran luz a mis propósitos. 

Pero volvió a ocurrir el milagro. Cuando estaba en lo más alto del altozano, a pocos kilómetros ante mí  aparecía Montoro, majestuosa, y el río cruzándolo en estampa verdaderamente idílica. No me importa reconocer que allí quedé paralizado, ensayando dos sollozos en silencio ante tal retrato. Estaba a dos fanegas de mi destino gracias a aquel perro, pero para cuando aparté la mirada ya no pude divisarlo entre tanto arbusto y árboles de copa frondosa. Había terminado su cometido, porque así se lo propuso cuando me encontró, estoy seguro. Llegué al pueblo bañado en lágrimas, casi al trote, con más fuerza de lo que puedan imaginar, con el alma encogida, ensimismado al creer en la magia de un camino lleno de fantasmas que velaban por una maravillosa aventura digna de ser contada a través de los tiempos, sintiendo más que nunca que el mismísimo cielo de los animales me enviaba un emisario que gobernara mis pasos para portar el mensaje de esos seres que dan media vida a cambio de una simple caricia y una mirada sincera. Y vengo hoy a saldar mi deuda con ellos, con ellos y ese galgo anónimo al que le debo mil sonrisas y medio Sanlúcar…

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Que historia más hermosa,me he sentido una niña esperando el final y temiendo que acabase.Un beso

Anónimo dijo...

una historia maravillosa para un lunes gris. da gusto seguir leyendote. ana

Anónimo dijo...

Las deudas son como los miedos, no sólo hay que afrontarlas sino también saldarlas...

Bonita historia...

Un abrazo.

Anónimo dijo...

muy bello

Mariló dijo...

Me imagino la cara de los niños a los que les puedas contar estas historias...los trasportaras a tu camino como has hecho con nosotros.
Nos haces soñar!

Anónimo dijo...

Tu alma a pasado de ser potro salvaje y libre a caballo maduro y sereno; aún así los poetas siempre son eternos andantes ávidos de aventuras y desmanes. Tu escritura delata y descubre ese rinconcito de tu verdadero "yo" que pocos o quizás nadie conoce...recorras los caminos que sean siempre estare contigo hasta el final de tus dias ... incluso hasta mucho mas...

Anónimo dijo...

Espero q algún día les escribas cuentos a mis niñ@s y se los leas, les harás soñar despiertos y se lo pasarán en grande, seguro!!
María Vázquez