jueves, 4 de noviembre de 2010

Cosas del camino...



A veces ocurre que nos cansamos de aquellas cosas que nos acompañan en la vida porque un día olvidamos lo importante que son o pueden llegar a ser en un momento dado. Da igual si lo extrapolan a objetos materiales o a personas, el caso es que terminas por valorarlas una vez que se han marchado, dejando ese regusto amargo por no haber puesto quizás un poco más de nuestra parte para seguir conservándolas cerca. Pero puede ser aún peor, y es que hay ocasiones en las que esas cosas desaparecen porque nosotros mismos, con nuestra actitud, logramos dejarlas de lado, apareciendo ese maldito sentimiento de culpa que te persigue durante mucho tiempo…

Les parecerá trivial la cuestión, pero el hecho es que la foto que ven pertenece a la última instantánea que tomé de la cantimplora que me acompañó todo el camino del Guadalquivir. Ocurrió que, en un arranque de furia por el cansancio y la desesperación de aquel día, tiré al aire lo primero que tenía a mano, que fue la cantimplora, y se rompió por un borde, quedando casi inservible. Fue entonces cuando decidí colocarla en aquel poste, quedarme un rato mirándola, como pidiendo perdón, y seguir mis pasos hacia mi destino, echando la vista atrás de cuando en cuando. Allí se quedó para siempre, en aquella senda dejada de la mano de Dios debido a un momento de sofoco. No le di demasiada importancia al principio, pero fueron pasando los días y le seguía dando vueltas al hecho, hasta tal punto que, al cabo de la semana de llegar, ya con las piernas descansadas, decidí con mi coche poner rumbo al sitio donde recordaba haberla dejado, pues se trataba de un lugar de difícil acceso, lo que hacía más que posible que allí permaneciera aún...
Pero el destino siempre te tiene guardada una moraleja a la vuelta de la esquina, y esta vez no iba a ser menos. Llegué a pie de aquel poste después de bastante rato conduciendo, bajé del coche, alcé la vista y ni rastro de la cantimplora. Incluso miré por los alrededores y nada. Recuerdo que quedé un rato allí pasmado, mirando el poste donde la dejé, elucubrando sobre cuánto tiempo permaneció allí huérfana desde que cometí el crimen de abandonarla después de casi quinientos kilómetros conmigo. Nunca sabremos su paradero, pero quiero creer que otro viajero la recogió en su camino y la tiene a buen recaudo, con un fruncido en el golpe y el olvido de un antiguo acompañante que pagó con quien no debe la dura realidad del momento, ese que vuelve arrepentido cuando ya es demasiado tarde, cruel como la vida misma…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Increíble historia y moraleja...Todos hemos perdido cosas o a personas por habernos cegado la locura en un momento dado, después de eso, solo nos queda aprender de la experiencia, aunque lamentablemente, a veces ni eso, e incluso otras, puede llegar a ser demasiado tarde...Una frase que me gusta:
"No hay peor ciego que el que no quiere ver"

María Vázquez

Anónimo dijo...

!ah!la vida ,eso que pasa mientras que hacemos otra cosa,algo así decía J.Lennon.Nadie nos prometió que fuera fácil,pero merece la pena vivirla...Y me parece a mí que no somos nosotros los que ponemos las condiciones,las pone ella.Es un río imparable,y eterno,que te deja atrás,como tu dejaste aquel objeto porque así lo decidiste,pero volviste la vista hacia el río y decidiste seguir caminando¿de dónde te vino esa fuerza?,y ¿ahora?.Courage,caminante,que! anda que no te quea na!.Un beso.Reme.