viernes, 12 de febrero de 2010
jueves, 4 de febrero de 2010
Qué es arte...

miércoles, 3 de febrero de 2010
Saltar o llorar...

Todo esto viene a cuento, no es que tenga un brote psicótico y de pronto me apetezca visitar la trena. No, viene al caso, y es que me doy cuenta de que me enveneno innecesariamente cuando me da por escribir denunciando la mentira burocrática que tenemos por democracia. Ocurre que casi mejor me dedico a escribir sonetos y elegías, que si viva la cruz de arriba y esa copla. Quizás así no me roce el día a día demasiado y pueda pasar las semanas con ánimo medio decente. Con mis letras descubro que me afecta demasiado darle caña a los de siempre, como esos púgiles que acaban exhaustos después de ensañarse con el saco de arena. No sé lo que pensarán al respecto, pero uno lo va teniendo cada vez más claro, como el perro de la foto, subido al tejado de una casa de mi pueblo, contemplándose a sí mismo y decidiendo si saltar o llorar, como le pasa a servidor en días como este...
martes, 2 de febrero de 2010
Citaciones No Identificadas...

Porque no veo yo al currelas de turno entendiendo de primeras conceptos de Derecho penal, ni tiene porqué, vaya. Y es que las cosas no han cambiado demasiado, me dirá más de uno. Y tendría razón, pues ya ocurría hace cuatro siglos que las misivas legales y las no legales había que llevarlas a algún escriba erudito para que te las tradujera a cristiano. Eso al que le daba por ser curioso, que era la inmensa minoría. Pueden imaginar el pasotismo de la gran mayoría con estas cosas…
La casualidad ha querido que, mientras ojeaba uno de esos periódicos gratuitos, mi atención cayera en una noticia que decía que los jueces se iban a proponer cambiar la jerga judicial a fin de hacerla más entendible para la gente de la calle, que son, en definitiva, los mayores interesados en comprenderla. Yo que me alegro. Es simplemente un proyecto, vale, pero al menos ya se lo han propuesto. Les ha costado darse cuenta de que no hay quien entienda el idioma extraño de la Justicia, prescrito únicamente para académicos de la Lengua, y de ahí para arriba.
Así pues, y mientras tanto, recen para que el arreglo lo terminen pronto, no vaya a ser que les llegue una de esas citaciones como la mía y no tengan huevos a adivinar si tiene usted que ir al Juzgado imputado por algún delito o para cobrar la herencia de un tío de Paterna al que no han visto en su puñetera vida. Y si no, es lo que hay, siempre estará a tiempo de preguntarle al funcionario de turno que asoma la cabeza por la ventanilla, eruditos escribas de nuestro tiempo a la fuerza. Lo normal es que ellos tampoco sepan aclararles las dudas, pero como poco siempre podrá llevarse a la boca un “vuelva usted mañana...”, y ya eso es mucho más de lo que pone el dichoso papelito que le ha llegado a usted a casa. Será cuestión de conformarse o de terminar muriendo en el intento de dar algún sentido al cotarro que nos traemos entre manos. Así nos va señores, así nos va…
lunes, 1 de febrero de 2010
Espinete en la judería...

Escuche profesor. La historia que relato fue real, está bien documentada. Corría el año 1391, época en la que moriscos, judíos y cristianos convivían pacíficamente entre los muros de la ciudad, como hoy sería Ceuta o Melilla. Hasta aquí firmaría usted, presupongo. Pero siga, no se detenga…
Surgió en aquellas la figura del clérigo Ferrant Martinez, arcediano de Ecija, arengando a la comunidad cristiana, que era mayoría, en contra de los peligros que traían consigo los judíos y moriscos. Desde la Alameda de Hércules hasta los Jardines de Murillo, límites de la ciudad, fue el cura casa por casa alentando a la revuelta, prometiendo el oro y el moro, nunca mejor dicho. La cosa surtió efecto. Hubo una primera escaramuza, pero fueron pocos los heridos, pues los alguaciles de la Corte, que en aquel tiempo velaban por la hermandad de culturas, fueron avisados a tiempo, sofocando no sin problemas el cotarro. Una cosa llevó a otra, los alborotadores fueron castigados con azotes públicos por tal acto, enfureciendo aún más al clérigo, que a la vez incitaba con más fuerza si cabe contra los de distinta raza. Sucedió entonces que una noche entraron en la casa de un cristiano a robar y, ante el ánimo ya de por sí caldeado, se montó definitivamente el pitote. Se cree que cuatro mil moriscos y judíos perdieron la vida aquella madrugada. Ni siquiera saquearon sus casas. El brote racista hizo pasar a cuchillo a cualquier ciudadano, honrado o no, por el simple hecho de ser de raza diferente, aunque una semana antes compartieran con ellos mesa y mantel en la taberna de la esquina. Y todo por el odio de un sacerdote que encendió la chispa de toda una ciudad, aunque cueste trabajo creerlo. Los pocos supervivientes tuvieron que huir, los cuales, en reclamo de sus derechos, no lograron conseguir nada, pues el rey solo tenía 11 años entonces. Cuando Enrique III obtuvo la mayoría de edad mandó encarcelar al Arcediano, imponiendo además una elevada sanción tanto al ayuntamiento como al mismísimo vecindario de Sevilla. Tan elevada que se tardaron diez años en abonarla, vecino por vecino, pero era ya lo de menos…
Piensen ustedes que la población de Sevilla en esas era de quince mil personas, es decir, que se pasaron por la piedra una tercera parte de la ciudad en una noche. Es por eso que cuando echamos definitivamente a los moriscos de España, en 1492, Sevilla no se vio afectada en demasía por la limpieza étnica perpetrada justo un siglo antes, haciendo más fácil el mal trago de largarlos una vez más de nuestras tierras…
Y toda esta parrafada me viene a dar la razón profesor mío. No siempre ha sido Sevilla un remanso de paz, ni mucho menos. Solo hace falta que uno encienda la mecha para liarnos a palos, lo cual es aún más triste, pues entonces el pecado no consiste en ser ruines y malditos, sino en parecer borregos, hasta que a un pastor puñetero le dé por azuzarnos contra lo que sea, que no sé qué es peor. Ya ve profesor, en todos lados cuecen habas, amigo mío. Así que deje de soliviantarme a las masas borregas, no vaya a ser que se traguen su utópico discurso de Barrio Sésamo y acaben jugando con Bambi y Espinete a los médicos en la antigua Judería, escenario de masacres en otro tiempo, para que venga usted, campante, y no quiera acordarse de lo que allí sucedió en aquellos días…
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