martes, 14 de octubre de 2008


Compañero de travesía, que a veces te asomas a husmear en palabras de quien creías conocer, que a veces me abandonas durante semanas sin dejarte ver, dejarte notar... Hoy quiero intimar contigo, me gustaría que encedieras una simple vela, música de fondo, o quizás imagina olas de mar rompiedo en la orilla de una playa en la que pasamos la noche alrededor de un fuego humilde a la vez que sincero. Un buen vino y una noche estrellada, de esas de verano en la que tu mundo y el mío se paran, una tregua entre tanto movimiento, y nos permite mirarnos y contarnos verdades. Este es mi pequeño homenaje, para el que me sigue y para el que me persigue, para el que puede mirarme aún sin conocerme. Esta terapia que empecé y que da resultado, y vosotros protagonistas de mi mundo más que nunca, y que siga sucediendo...
Pues deja, compañera, compañero, que abrace tu verdad, tus gestos, y pídeme el mundo si así lo deseas, pero no dejes de visitarme de vez cuando, porque me haces sentir vivo...
En todo este tiempo nos enfadamos por horribles sucesos, nos reimos de hilarantes anécdotas, nos pusimos serios cuando debimos, nos emborrachamos de desgracia tanto como de amor propio y de valentía, nos disfrazamos de lo que no éramos y nos abrazamos en la distancia que nos da, que os da, el anonimato. Pero jamás dejé de sentirte.
Sólo espero que ésta travesía os haya enseñado tanto como yo he aprendido de mí mismo, gracias con mayúsculas, a los que os conozco, por vuestro magisterio, a los que no, por vuestras enseñanzas. No me perdereis...

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