jueves, 27 de diciembre de 2007

La Navidad, tan melancólica como hipócrita, nos inunda estos días como cada año. Altera el ritmo normal de vida, el trabajo, los estudios... y se convierte en punto y aparte, en días de villancicos venidos a menos y comidas farragosas. Y cada vez me siento más lejos de todo, hace tiempo que dejé de encontrar sentido a muchas cosas, entre ellas esta "especial" época. Que la disfruten los niños mientras pueden.

Es época también de llamadas a tus seres queridos, de mensajes que no hacen gracia que sirven para agrandar la nómina de operadoras telefónicas, de deseos para un año nuevo que nunca se cumplen... fragilidad explícita y remunerada...

No, no senté a un pobre a mi mesa como era mi idea. Así es el mundo. Quieres hacer cosas, eres idealista, pero no sabes o no quieres progresar. Yo soy espejo del mundo, idealista pero poco práctico. Al menos, senté a una pareja de setentañeros con la familia lejos a cenar en mi mesa, a reir y a disfrutar de compañía al menos un día. Y doy fe que así fue, disfrutaron, disfrutamos. Nada especial. O quizás muy especial.

Amigos? Los tuve lejos. No los pude ver. A los demás no los ví. La amistad es una estrella de muchas puntas.Debe ser un constante intercambio. Algo más que cuatro voces y una copa aliñada con dos bromas y una mirada. Es mucho más. Jamás fui amigo de las medias tintas.

Esa es mi Navidad.

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