viernes, 29 de enero de 2010

Incomprendidos...

Hoy, como muchos días, me tomé el primer café de la tarde con mi sufridora y estimada amiga Ana, ejemplo de entrega a los demás y fiel seguidora de mis letras. Hablamos sobre mi proyecto del Guadalquivir, sobre los peligros y las adversidades que me puedo encontrar. Me quiso transmitir su miedo por mi integridad, moral y física. Ella sabe algo de eso, le gusta salir los sábados de senderismo y hacer caminatas de fin de semana con una simple mochila en la espalda y el saco de dormir preparado. Tiene en parte razón. Para bien o para mal, siempre he sido un niño poco acostumbrado a jugarme el gaznate en veredas raras ni con gente extraña. Era más de contemplar aventuras de otros, intentando ponerme en el pellejo de ellos para revivir su experiencia.

Pero con mis palabras la convencí, o al menos eso creo, y es que le di una buena ristra de ejemplos de imposibles que al final sucedieron y supieron a gloria, y es que estoy seguro de que las cosas que más placer producen son aquellas en las que tienes que dejar el alma para conseguirlas. Partir de cero, partir desde la nada, pero con un gran sueño por delante, en algunos casos, puede ser suficiente. Fue el caso de un tal Ray Kroc, que empezó vendiendo máquinas de hacer palomitas para terminar fundando el impero McDonalds. O de un pequeño chaval por el que no daban un duro tocando la guitarra y llegó a vender más discos que nadie en la historia, de apellido Lennon. Algo parecido le ocurrió a Edison, el inventor más grande de la humanidad, al que llegaron a echar de la escuela en sus años mozos por hacer demasiadas preguntas. Claro que puedo hacerlo. Es lo que me diría la señora J.K. Rowling, creadora de la saga Harry Potter, la misma que un día, en medio de una depresión, llena de deudas y sin trabajo, decidió ponerse a escribir, siendo a día de hoy la autora que más libros ha vendido en el siglo XXI. Y qué me dicen de Einstein, al que dieron por retrasado de pequeño porque tardó en aprender a hablar más de la cuenta. Y da igual que no tenga un duro para mi proyecto. Eso debió pensar también Walt Disney, que comenzó su empresa con quinientos dolares, llegando a conseguir 32 Oscars de la Academia. Son miles los ejemplos, como el de Shakira, que no pasó las pruebas del coro de su colegio. Todos me dirían que siguiera adelante, que no desistiera, por mucho que digan o duden de mí. Y es lo que voy a hacer, desde luego.

Porque si esa gente hizo lo que hizo, me da que yo sí que puedo echar unos días caminando a la vera de un río a poco que le ponga empeño. Es la parte buena del mundo en el que vivimos, que podemos hacer lo que se nos antoje, al menos mientras las obligaciones nos lo permita. Voy a intentar sacarle jugo a la vida amigos míos, no vaya a ser que me vaya antes de tiempo para el patio de los callaitos con la eterna duda de saber qué hubiera pasado, y eso sí que sería absurdo. Piénselo….
Buen fin de semana…

jueves, 28 de enero de 2010

Con perdón...

Lo reconozco, no he dado un euro para Haití. Ahora me justifico. Y es que hoy vengo dispuesto a amargarle el cola cao a más de uno. Me la trae floja si me echa un mal de ojo o le pone dos velas negras a la santa madre que me parió, pero es que me apetece decirle a usted un par de verdades, ahora que lo tengo enfrente de mis letras, por mucho que me esté jugando su visita en el futuro. Aunque, si le digo la verdad, eso también me la trae floja, perdone que le diga…

Me refiero a ese puto mensajito de móvil que ha mandado para ayudar a las víctimas de Haití, a esos diez lereles que ha ingresado en la cuenta de algún banco chusquero para solidarizarse con las víctimas del terremoto. Y listo, ya usted puede andar tranquilo. Ha cumplido con la conciencia, la suya, vamos, no precisamente con la de los pobres haitianos, pudiendo, ahora sí, irse al catre contento de su estampa, sintiéndose ciudadano de primera por soltar limosna en el mejor de los casos. No es necesario que me lo explique, sé de sobra que eso de quedar bien mola, pero disimule, hombre, disimule…

Un poquito de demagogia viene al pelo. De camino al trabajo usted se ha cruzado con cuatro indigentes, doce parados que no tienen ni un duro, veintidós padres de familia con los bolsillos helados de frío y ciento doce gilipollas de camisa mona y palabrería barata que le dan la razón a oenegés de mierda y Cruces Rojas de los cojones, aunque solo sea por quedar bien en la cola del bus o en la del pan. Con toda esa fauna se ha cruzado hoy, y aún se empeña en tirar de calderilla y poner encima de la mesa los huevos para marcar el teléfono del telemaratón de turno, ese que ponen en la cadena que le manipula día sí día también, donde el Jefe gana lo suficiente para sentirse avergonzado y el que más y el que menos se rila por ocupar su silla, sin moral ninguna, midiendo el éxito en índices de audiencia, aunque para eso tengan que reventar los valores humanos que hagan falta. Los mismos que mañana decidirán que los pobres haitianos ya no son noticia, que no vende, y le enseñarán la última de la Esteban o el ligue de verano del Paquirrí, faltando el respeto a la memoria. Y encima usted contribuyendo con la farsa y riéndoles las gracias en la sobremesa, manda carajo colega…

Tome mi consejo o haga lo que quiera. Dese un paseo por las tres mil viviendas en Sevilla o el Torrejón en Huelva, pasee la hermosa talega por el Raval de Barcelona o Vallecas en Madrid. Ni siquiera eso hace falta. Zapee por uno de esos programas que muestran la miseria más absoluta en nuestras propias ciudades, así no se manchará los zapatos con la mierda de esos barrios y esa gente. Me vale con que compruebe que al lado de su casa también viven haitianos, y sin terremoto ni golpes de estado al uso, sin marketing ni maratones, iluso de mí…

Sea usted consecuente al menos y déjese de medianías. Empiece por echarle un cable a los que están cerca. Igual así me creería toda esa pantomima de la solidaridad y el buen hacer ciudadano. Toda esa metralla mediática insolente. Y todo para que el aprovechado de turno meta la mano y se quede con la plata, como pasa casi siempre. Pero eso a usted se la trae al pairo, eso ya lo sé. Con dejarse los cuartos y pasar a otra cosa ya le vale, menudo delito…

Mire, si aún continúa leyendo, le diré, pienso que el problema de Haiti, como tantos otros, y en eso meto a los Palestinos, Congoleños, Tibetanos, Coreanos, y otro cuantos, es un problema humanitario y político, exclusivamente, donde casi siempre una potencia corta el grifo en función de los intereses, quedando de lo lindo ante la opinión pública solicitando ayuda urgente por la desgracia que toque, valiéndose para ello de la bondad del currelas. Y me ha dado la razón un corresponsal esta mañana en el telediario, quejándose de que las ayudas no llegan ni por asomo. Por todo eso y por mucho más no doy un duro para cosas de estas. Es más, usted tampoco debería darlo, a no ser que por aquí anduviésemos medio finos, que no es el caso. Aparte, me solidarizo en forma de letras con el pueblo de Haití, que no tiene culpa de nada, ni de los políticos del primer mundo ni de su mala pata. Con ellos y con mis conciudadanos, borreguitos que cantan al unísono el himno de la mentira mientras doblan la esquina encantados de haberse conocido…

Chúpate esa amigo lector o lectora, ahora sí que tiene motivos más de una para ponerme a caldo por correo. Con su pan, he dicho...

martes, 26 de enero de 2010

Carnavales en mi pueblo...

Ya se viene Don Carnal. Por las Cuatro Esquinas lo he visto, entre amigos, con nariz de payaso, ensayando carcajadas en buena compañía. En el ayuntamiento lo he saludado, tiznándome de colorete la cara, jugando a sonreir a ritmo de chascarrillo. Ha venido a dedicarme un pasodoble en la Plaza Vieja, con la lágrima saltada, cantinelas de otro tiempo que ya nadie recuerda. En la calle me ha rozado mientras me dejaba ser testigo de su destreza en lo espontáneo. Ha hecho suya la tradición carnavalera, con su mundo por montera, disfrutando de cada instante como el último, dejando de lado agobios y complejos. Me ha susurrado versos gaditanos, poniendo el alma, con el vello erizado y el pecho descubierto. Ha gritado poniente en las Angustias, sin temor a vergüenzas, con la mirada perdida, respirando chirigotas y comparsas, agarrado fuerte a la magia de la copla. Ha bailado en las aceras, soñando despierto, sin medida, con esmero, con arte y entereza, honrando ejemplos de existencia, de los que faltan y los que están por llegar, que son muchos y buenos, y el lo sabe, desde luego que lo sabe. Y lo he visto llorando en su puerta, desconsolado, por otro Carnaval que llega para marcharse, trasnochado de sensaciones y verdades, borracho de amor por su gente. Y muy quieto queda, esperando a volver disfrazarse, orgulloso de su tierra, porque una fiesta más se acaba, pero quedan los momentos, y eso no hay memoria que lo olvide ni poeta que lo relate, mas valga mi retrato, el retrato de un payaso amable que aún suspira por los Carnavales de su pueblo…

viernes, 22 de enero de 2010

Sonrisas de motero...

Él no era de creer en esas cosas, ni mucho menos, pero si hay cielo, y en ese cielo hay taberna, lo imagino apoyado al final de la barra, con chaleco de cuero y patillas de rockabilly, mareando el vaso de aguardiente con la mirada perdida en alguna revista motera. Parecía duro el zagal, duro a huevos, aunque era sólo eso, fachada, pues a poco que le dedicabas un par de palabras el cabrón se perdía y te dejaba con la frase a medio acabar. Aguantaba carros y carretas, pero siempre con ese puntito humilde que lo hacía grande y querido, ya fuera soportando borrachuzos de tres al cuarto a altas horas o niñatos como nosotros dando la brasa con las bolas del billar, la vuelta de los cinco duros o la madre que nos parió. Ni un mal gesto, bien tenía mérito y paciencia el gachón con amigos y clientela...

Me acuerdo como si fuera hoy de una de las suyas, la del día que reunió lo suficiente para hacerse de una Harley y enseñarla por el pueblo una tarde de verano. Se pegó hasta bien entrada la noche paseando chavalería de aquí para allá, con la lágrima saltada y la sonrisa de oreja a oreja, como un niño con juguete nuevo. Al poco abrió su propia tasca, con los detalles justos, pero uno que a mí me hacía permanecer las horas muertas allí postrado. Se trataba de unas fotos que tenía en la pared, fotos la mayoría de los noventa, siempre con amigos cerca y el cubata en la mano, hechas en su día en quedadas de moteros que echaban la tarde en el campo o en la sierra. No le hacía falta mucho más que eso, su pequeño negocio y su burra, como decía. Su inocencia hasta en eso le delataba…

De esos tipos que no se les nota cuando están, pero que cuando faltan uno mira su banco vacío y extraña su presencia. No era de hacer chistes ni chascarrillos, ni simpático ni antipático, no destacaba en su oficio, la hostelería, dejando las baguettes a medio hacer y la cerveza mal tirada. No se las arreglaba para las cuentas, sabía lo justo de papeleo y licencias. Mas lejos de todo eso tenía algo, esa estrella que portan algunos bendecidos, esa luz que le hacía cálido y cercano a pesar de los pesares, y es por eso que cada fin de semana volvíamos, a su billar de tapete roído y taco gastado. Todo lo demás era lo de menos, para nosotros y para él, pues con ir sacando para gasolina y papeo, según murmuraba, bueno era. Poco más necesitaba…

Pero un día Ferrer se fue, en silencio, como hubiera querido. Su hígado dijo basta, joven, quizás cuarenta y tantos, si acaso, haciendo a mi generación un poco más huérfana de momentos auténticos y vivencias que merecen la pena. Y si lo pienso, hasta en eso fue genio, pues se fue como vivió, como y cuando quiso, dejándonos en testamento a cada uno una historia, a veces graciosa, a veces amable, suficiente para traer al fuego su honrado ejemplo y desear con fuerza con él reencontrarnos, en esa taberna, al final de la barra, aunque solo sea por preguntarle por su Harley y ver nacer de su rostro aquella inocente y honesta sonrisa, la misma que aún muchos recordamos tanto como echamos de menos aquí, por estos nuestros lares...

miércoles, 20 de enero de 2010

Esas barbas blancas...

Llamaba la atención. Dos chavales vestidos de reyes magos, con sus largas barbas blancas, quince días después de las Navidades, pero ahí estaba la gracia. En su furgoneta aparcada rezaba el eslogan “más vale llegar tarde…”. Al poco lo entendí todo, se trataba de las típicas asociaciones que recogen ropa y muebles, lo que sobra al primer mundo, con el fin de ayudar a gente intentando salir del cruel mundo de las adicciones. Lo del eslogan y los trajes era a modo de guasa, marketing de barrio para buscar la sonrisa del vecino y predisponer para soltar guita o lo que fuera. Parecía funcionar, desde luego. Pero lo mejor no fue eso, lo mejor fue que en diez minutos pude identificar dos héroes anónimos, de esos que me gustan tanto y que alimentan de cuando en cuando estas líneas de entre semana…

Y es que están los héroes que se suben a estrados y reciben aplausos, con el ego por las nubes por tanta fanfarria y tanta muchacha dispuesta al magreo. Y después están los otros, que son los que más abundan, héroes anónimos de chaleco descosido y mirada inocente, hartos de lidiar con buenos y malos, sin tiempo para curar cicatrices cuando de nuevo otra herida asoma en la pechera. Esos son los héroes que a mi me enamoran, los que conoces de su valentía por los hechos y las palabras, esos hombres de los de antes que pasean el orgullo justo para que no le anden maltratando una dignidad ya de por sí roída de tanta desventura, pero que no dudan en regalar cien mil gestos de cariño por nada, sin miramientos. A ellos son los que tengo más estima, aunque muchos no lo sepan, y por eso procuro cuidarlos si está en mi mano hacerlo, aunque sea en forma de cuatro letras y alguna mirada cómplice, pues poco más tengo...

Y dos de esos héroes los tuve cerca esta mañana, y es que me impresionó la alegría de aquellas dos personas, la humildad con la que hacían su trabajo, obsequiando con chascarrillos y sonrisas a cualquiera que contribuyera con lo que pudiera. Pocos se acercaban, y tampoco es que hiciera falta, pues ellos mismos arrastraban de sus infames capas y persuadían al más pintado, bajando al poco cargado de enseres y bolsas llenas de zapatos y prendas. Así quedé un rato, postrado ante ellos y su forma de ganarse a quien fuera, nada de chistes fáciles ni torcer el gesto. Su sencillez y espontaneidad hacían el resto para que la típica señora se convenciera y diera en caridad algo que le sobrara, nada más y nada menos...

Quedé impactado por la escena, pero más aún por sus ojos bebidos en esperanza por salir definitivamente del infierno de la droga, respirando con fuerza, como nunca antes, conscientes de lo que pasaron y lo que aún les queda. Fue un descubrimiento impresionante sentir cerca la alegría que desprendían a pesar de todo, de las noches en medio de la nada, perdidos, sin nadie cerca y con la conciencia humillada. Sonreir después de tanto, de sentir mil punzadas al oir llorar a sus madres, desconsoladas por una vida que ya no era vida, perdiendo las riendas de todo, de los amigos, de la novia, de ellos mismos. Y sin poder hacer nada más que dejarse llevar y esperar un final temprano, deseando la muerte a veces, de eso estoy seguro...
Todo ese pasado ví en la sonrisa de esos dos chavales, alejados de aquel abismo porque un día decidieron agarrarse bien fuerte a la vida y luchar con la poca fuerza que tenían a mano. Y que quieren que les diga amigos mios, esa gente me toca la fibra sensible y me hacen permanecer inmóvil, así muy quieto, ante ellos, pareciendo imbécil, como los niños cuando le ponen delante a un rey mago y quedan embobados con esa barba blanca que nunca termina, ni puñetera falta que hace…

lunes, 18 de enero de 2010

Apretando gatillos...

Si no lo cuento reviento. Iba camino del coche, en plena noche, dispuesto a emprender camino a casa después de un fin de semana con mi familia. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que no tendría suficiente gasolina para llegar, por lo que me paré en un cajero en cierta avenida para sacar algo de dinero y revisar de paso mi tullida cuenta corriente. Era de esos cajeros en los que tienes que entrar con tu tarjeta, tras una cristalera, resguardado del frío y de los peligros de puedan rondar por aquellos lares en forma de cacos y aprovechados. Esperé fuera, como manda, pues dentro había una mujer mayor ataviada con uno de esos abrigos caros y moño recogido, con zapatos de tacón y abalorios variados colgando de la pechera. De esas típicas ricachonas, pensé, que vienen del teatro o de ponerse ciega a langostinos, que lo mismo me da.

Tardaba en salir, parecía nerviosa y de cuando en cuando se giraba sobre sí misma. Al momento desencajó la puerta y me pidió que la ayudara, que por lo visto no había traído las gafas y se equivocaba cada vez que le daba a la dichosa tecla. Y entré, inocente, pensando en echarle un cable a pesar de la fachada estirada de la señora y el olor a Armani que iba dejando desparramado, dando buena cuenta de lo mullidito de su bolsillo. Y fue entonces cuando lo entendí todo, en un instante.
Solo hizo falta entrar allí para darme cuenta del cotarro. En una esquina de aquel vestíbulo, entre cartones, huyendo del invierno, había un hombre de piel morena y barba abundante que dormitaba sereno con la manta a la altura del pecho. A su vera un perro que me miraba fijamente, con ojos tristes pero dignos, pareciendo vigilar como suyo aquel pequeño trozo de suelo conquistado por su amo. No hizo ademán violento, ni mucho menos. Allí permanecía impasible, no como la mujer, alterada por la situación, no fuera, imagino que pensaría, a robarle el bolso o asustarla aquellos dos seres desgraciados que no querían otra cosa que pasar allí el rato, calentitos y en soledad, protegidos de las inclemencias de la calle y de una escarcha que caía a plomo. Pero lo peor aún estaba por llegar, créanme.

La señora no quería sacar pasta, ni mucho menos. Ya me extrañaba que así lo quisiera y me invitara a pasar, desde luego. La mujer portaba entre sus manos un número de cuenta que al parecer había visto en la tele en uno de esos anuncios donde una fundación solicitaba ayuda económica para todo esto del terremoto de Haití. Y allí la tenían, dispuesta a soltar 10 míseros euros para esa pobre gente, sumida entre teclazos y números mientras le rozaba la pelambrera de su abrigo de piel un chucho desmayado y un vagabundo muerto de frío. Y yo, para colmo, ayudándole a perpetrar tal acto amigos míos.

Y de esa guisa se perdió entre los coches de la avenida, contenta de haber cumplido con su conciencia, con las manos limpias y la cabeza bien alta por haber ayudado a personas que habitan a miles de kilómetros de distancia, en el mejor de los casos, porque dudo mucho que algo de aquel dinero llegue realmente a su destino, pero eso a ella le daba seguramente lo mismo, y si no que me lleven los demonios si mi intuición fallara...

Y así me fui para mi casa, con el corazón retorcido y el alma partida en pedazos, por aquel hombre y aquel perro, y por aquella señora de abrigo caro y moño recogido, cruel ejemplo de lo que ocurre cada día en nuestra infeliz España, cuna de imbéciles de tres al cuarto y personajes sin escrúpulos que miran para otro lado cuando Dios aprieta al vecino, encantados de haberse conocido por soltar limosna a la lumbre de un cajero olvidado, y encima yo, en este caso, apretando el gatillo de las vergüenzas y los horrores, triste desenlace de un crimen en el que hay pocos inocentes y muchos, demasiados, culpables, entre los que me cuento...

viernes, 15 de enero de 2010

A todos mis hermanos...

De todos ellos guardo algo, un gesto, una mirada. Ahora más que nunca necesito sentirlos cerca, aunque anden lejos, pues el reloj se me olvida a su lado emborrachándome de sus carcajadas, perdiendo nociones de tiempo y obligaciones, justo lo que me hace auténtico. Son genios de lo espontáneo y dignos de cada palabra, de la mía o la de cualquiera, aquellas que faltan, dejándome huérfano de versos que hagan justicia, mas igual unos torpes trazos y cuatro silencios valgan, poco más podría, porque ni el mejor poeta sabría hacer poesía con tanto ademán hermoso.

Le sonríen a la vida, con el mundo por montera y los pies descalzos para sentir en carnes loables excesos, enamorándome. Gritan a los cuatro vientos pasión por momentos que llenan, sin pedir más que compañía y tres sonrisas para no desistir de seguir soñando, despiertos, humildes, pero con los ojos cerrados, confiando universos en las manos de cualquiera que cerca habite, lo que les hace aún más grandes y bellos. Celosos de instantes con los suyos, entre los que me cuento, navegan sin temor a piratas ni tormentas, de esas que a otros hicieron naufragar y perder la calma, pero éstos se saben héroes, de los de antes, haciéndoles invencibles de todo, más si cabe, por mares bravos que atraviesen en mal rumbo…

No conocen maldad ni tristeza, destilan arte sin saberlo, creando música en mis oídos, sin intuirlo, embelesando mi pluma y mil recuerdos de los buenos. Es por eso que les escribo, a destiempo, lo sé, pero hoy moría por querer agradecer a unos cuantos una existencia más que plena, la mía, la que me regalan a cambio de la nada. A veces echo de menos abrazarlos, a todos, mis hermanos, capitanes de mi alma y mis intenciones. Pero para eso tengo mis letras, que son suyas, y es que solo dicen lo que mi corazón de ellos aprendió, carros de ternura, kilos de nobleza y cientos de ejemplos maravillosos de vida. A todos vosotros, mis amigos, hoy, esto va dedicado…

jueves, 14 de enero de 2010

Por si no lo sabeis...

Hoy sólo quisiera decirles algo a la gente de mi pueblo, en el que quien más y quien menos anda con la soga hasta el cuello, pero no solo de ahora, tan de moda con esto de la crisis para justificarlo todo. En mi pueblo eso de no tener un pavo no es nuevo, a no ser que a tu papá le diera por coleccionar tierras y el nene las heredase, que se da, vaya, pero son los menos. Lo que allí se estila es el jornalero que vive en función de donde pueda meter mano, que si recogida de naranjas o siembra de lo que manden. Los pobres eligen bien poco, aunque le han vendido la moto de que cada cuatro años decide quien quiere de alcalde, pero hasta en eso le hacen la pirula, porque el picha brava de turno les promete el oro y el moro y los incautos meten la papeleta en la urna para nada, engañados por promesas que nunca verán la luz. Levantan de noche, cuando aún el gallo anda dormitando y el frío cala hasta los huesos. Arañan sus manos entre zarzales para poder poner en la mesa un puchero y cuatro aceitunas, lo justo para ir tirando, con mil estrecheces y ningún capricho en la despensa. El cinturón siempre apretado y los mismos zapatos, desgastados de tanto buscarse la vida por las esquinas y los campos, y dando gracias a Dios encima, que es lo que toca. Eso y aguantar a señoritos redomados en la plaza los domingos, mesa con mesa, mientras tienen que soportar el falso saludo de quienes los miran por encima del hombro. Y para colmo tener que corresponder, aunque por dentro anden encendidos de violencia y rabia por lo injusto del cotarro. Y así por los siglos de los siglos. Pero es por eso que hoy quería hablaros, pueblo, pues estoy de vuestro lado, por si alguna vez necesitais de unas letras o unas manos para atizar a los malos en sus vergüenzas, que es lo menos que, de cuando en cuando, merecen sus sucias conciencias y nuestro maltrecho pero honrado orgullo... Tan solo quería deciros eso…

miércoles, 13 de enero de 2010

Haciendo memoria histórica...

Una de batallitas. No han sido pocos los correos de gente anónima y conocida que me sugieren que ahonde en aquellos pasajes bélicos de nuestro país que no salen en los libros de historia por educación o buenrollismo del editor de turno. Y es que ya saben cómo se las gastan por ahí arriba, así que comprendan la falta de memoria histórica, aunque para otros menesteres sea lo que más les sobre a esos mismos gañanes...

Corría el siglo XIV, dentro del marco de la Guerra de los 100 años, cuando el rey castellano, Enrique de Trastamara, se alia con los gabachos para darle jeroma a Mister Johnny y sus colegas, a los ingleses, vamos, por si no lo han pillado. Y al mando del ejército aliado el señor Sánchez de Tovar, almirante castellano, de los que tenían bien amarradas las intenciones y las pelotas, a saber...

La cosa es que, entre paisanos y mondieus, 5000 almas zarparon en 50 galeras por las costas cántabras hacia las islas de la Gran Bretaña en busca de lio con el fin de invadir y saquear cada town anglosajón. Fueron meses de lucha encarnizada en los que el ejército hispano-franchute hizo suyo islas del Sur del continente inglés, saqueando con descaro y sin pudor cada city o comunidad de vecinos con la que daban, dejando a los Johnnys en un brete en su propia tierra. Al poco de los saqueos de Wight, Rye, Rewes, Porstsmouth, etc, y tras un break merecido, enfilaron el Támesis para poner proa rumbo al Londinium romano y asediar la capital en una batalla que hubiera durado pocas horas ante lo mermado de las tropas inglesas. De camino, arrasaron Grevesand, a pocas millas de la gran ciudad, no quedando piedra sobre piedra allá por donde pasaban los barcos de nuestra armada. La victoria total parecía un mero trámite, pero no fue así, escuchen...

Siguen sin explicarse los historiadores como pudo pasar que , tan cerca del objetivo final, la flota aliada diera media vuelta para combatir en el asedio de Lisboa contra los portugueses. La cosa no está clara, pero, según se cree, el Rey de Castilla se encaprichó en el último momento con dar matarile al Rey de Portugal, con el que tenía sus más y sus menos, dando de lado una conquista más que segura en la isla de los ingleses, los mismos que acabarían con la hegemonía castellana por los mares pocos siglos más tarde. De esas se libraron, porque Sánchez de Tovar pereció en el asedio portugués y la campaña del Norte fue olvidada para siempre. Fue lo más cerca que hemos estado de mojar la oreja al perro inglés, pero, como suele ocurrir, intercedieron para mal reyes de tres al cuarto, dando al traste con todo. Es lo que debió pensar el bueno de Sánchez de Tovar en aquellas, volviendo atrás sobre sus pasos ante una victoria segura, fastidiando si cabe la mera posibilidad de quedar medianamente bien retratado en los libros de historia. Eso le queda. Eso y un humilde epitafio en su tumba de la Catedral de Sevilla recordando su gesta y sus honores, además de mi respeto y mi reconocimiento ante su santo sepulcro, otra tumba más de una maldita España que sólo tiene memoria para lo que le interesa...

martes, 12 de enero de 2010

Servir hasta morir...

Y vengo a enterarme ahora. Hace unos años, por orden del Ministerio de Defensa, se dictó la orden de borrar de la montaña situada al lado de la Academia de Suboficiales de Lérida el lema “A España, servir hasta morir”. Y allá fueron los soldaditos de primer curso con palas y cubos a recoger la cal esparcida treinta años atrás por otros cuantos, sin rechistar en ambos casos, no fuera a ser que el brigada de turno los enculara…
Huyo de nacionalismos y de exclusividades. Que si soy así porque soy de aquí y todas esas historias. No señores, uno no es nadie cuando nace, es alguien si se hace o si le dejan hacerse, da igual aquí que en Sant Cugat, pues en todos lados cuecen habas y pernoctan, a pesar de todo, los buenos y los malos, y es sólo usted el que decide de qué bando está, por mucha bandera que abrace y tierra que haga como suya. Aquello del libre albedrío, ya saben amigos míos…
Por lo tanto, y volviendo a las famosas letritas en la montaña, no soy sospechoso de ser fanático con ideologías ni talibán de rojas y gualdas. Defiendo lo que pienso es justo y coherente, por mucho que les joda a las liendres que habitan por estos lares. Y es por eso que creo una absurdez propia de quienes nos mandan el ordenar tapar la dichosa frase con tierra molida y arena, borrando de un plumazo un sentimiento que no hace daño a nadie, pues recuerden, amigos catalanes y vascos nacionalistas, que es el ejército español el que saldrá a la calle cuando un maremoto se lleve por delante vuestras casas o un huracán de fuerza 5 mande al abuelo a recoger palmito a los arrozales de Trebujena. Son ellos, por encima de ideologías y separatismos, los que, Dios no lo quiera, darán su vida por la simple posibilidad de salvar un civil indefenso, a pesar que al mismo tiempo, dicho personaje ande jurando independencia del vecino invasor, en catalán, euskera, swahili o lo que ustedes quieran…
Pero no toda la culpa la tienen los independentistas, ni mucho menos. Al fin y al cabo son los políticos los que deciden por donde tira el cotarro, los que ponen la orden en la boca del sargento de guardia, y ahí empieza el problema, y es que ahí sí que no hay forma de encontrar culpables…
Así que verán. Vería bien justo, que quieren que les diga, que para justificar el desacato al honor de unos pocos por el “sentimient” de unos cuantos, fueran los propios senadores, Ministros, congresistas, alcaldes y presidentes de ésta, nuestra España, los que se grabaran a fuego en la frente la honrosa consigna “A España, servir hasta morir”, y entonces me empezaría a plantear que igual se dejan la vida por su pueblo, como tanto se echan a la boca y a la pluma. Es lo menos que les deben a sus votantes, a ellos y a uno que me conozco que se dejó las uñas en aquella montaña perdida de la mano de Dios, encalando letras que ya hoy significan bien poco o nada…